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Regreso al Infierno

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21 de noviembre de 2019, por Lunettes Rouges




Portada del catálogo, con Júpiter y Juno, grabado de Colny según los dibujos de Augustin Carrache, 1798

En estos tiempos de anatemas puritanos, la Biblioteca Nacional de Francia da prueba de gran audacia al reeditar el catálogo de su exposición de 2007 sobre su Infierno, y de la que retomo la crítica aquí abajo. Es una reedición hermosa, más grande, con mejores reproducciones, con casi los mismos textos algo arreglados (más dos notas  muy... inspiradas de Marie-Françoise Quignard sobre Dom Bougre, p.58 y sobre Georges Bataille, p.257) y Jean-Marc Chatelain pone al día los nuevos libros que han entrado al infierno entre 2007 y 2019. El libro sigue siendo entretenido, estimulante y bochornoso. En este encontramos, como se debe, violación (p.112, y además ¡es un Negro!), pedofilia (p.124), zoofilia (p.120), sadismo (p.234), voyerismo (p.22), feminicidio (bello texto sobre Sade de Annie Le Brun). Esperemos que el libro no sea quemado en plaza pública por la nueva inquisición, y que ninguna Erinia venga a bloquear la entrada de BnF, o, con el pecho al aire, perturbe la serenidad de las salas de lectura. 

Le Cadran de la Volupté o les Aventures de Chérubin, 1790, frontispice

El mundo no era tan malo cuando había infierno y paraíso; cuando uno sabía lo que le iba a tocar, con qué vara lo iban a medir. Sobre el paraíso no sé, pero esta exposición sobre el infierno (o mejor, El Infierno, el de la Biblioteca Nacional) daba casi nostalgia de la época de lo prohibido, de la censura, de la clandestinidad estimulante de la creatividad. 

Vista de la exposición, foto del autor

Fue una exposición de libros y también de grabados, fotografías, una película atrevida («L’atelier Faiminette» de 1921, en la que, en efecto dan chupaditas) y también sonidos: había que meterse, preferiblemente de a dos uno contra otro, mejilla contra mejilla, pierna contra pierna, en unos conos acústicos rosados y de pana para parar la oreja y oir los Bijoux de Baudelaire o las Gamineries de Verlaine, susurrados en un pequeño parlante. He aquí una pareja anónima sorprendida al escuchar tiernamente «Le Con et le Vit» de Félix Nogaret (quien fue, es extraño, censor dramático en la época de Napoleon). Mientras que Seduced en el Barbican, fue una exposición bastante fría, esta, igual de seria, se volvía acogedora gracias, en parte, a los conos y a unos espejos indiscretos en los que se podían espiar las caras que hacían los demás.

Pasatiempos, 1840, estampa

En la que se vieron grabados libertinos (a veces en versión doble, con velo/sin velo o con un postigo: tapado/destapado; aquí arriba unos Pasatiempos de 1840 muy poco inocentes, incluso amenazadores) y unas ediciones de Sade, panfletos contra María-Antonieta y escenas antiguas, listas de prostitutas con tarifa y comentarios, y unas menciones sobre un Alcalde de Paris «cuyo temperamento frío le impide empinarse y tirar» (en un libro intitulado «El burdel patriótico», de 1791). Se inventariaron los lugares fantasiosos de publicación de libros por debajo de cuerda (mi preferido es «A Vito-cono-cuno-clitoripolis, editorial Bandefort»), en el que descubrimos que el fundador del Louvre Vivant Denon era un tremendo falógrafo, y Joris-Karl Huysmans un guarro («Sonnet sanglant»), para mirar el papel de colgadura abríamos unos ojos enormes (arriba, Le Cadran de la Volupté -El reloj de la Voluptuosidad-). 

Shimokobe shûsui, 3 planchas, en grabado, 1771

También pasaron por el Japón (sin erotismo colonial, únicamente unos amantes malayos en piragua, p.266). Las estampas de Shimokôbe Shûzui, extendidas horizontalmente de forma desmedida, creaban turbación, cuando se intentaba reconstruir la escena, salirse del marco, traspasar la rotura de lo real. 

Louis Aragon, Le Con d’Irène, 1928, encuadernación por Georges Leroux, 1978

Se terminaba con Pierre Louÿs, Apollinaire, Georges Bataille, Bellmer o Genet. Pero el Infierno ya no es infernal, la censura se está muriendo, las tradiciones se están aflojando y los bibliotecarios han quedado perplejos: el Infierno fue abolido en 1969, para luego renacer por razones de conveniencia y no de prohibición. He aquí una encuadernación del Con d'Irène -Coño de Irene-, de Aragon, por Georges Leroux en 1978, está calificada como «fálico con catedral». Ahí están los recuerdos de 2007 agradablemente reactivados con esta reedición. 

Libro recibido en servicio de prensa

Enmascarados

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27 de noviembre de 2019, por Lunettes Rouges




Gillian Wearing, Me as Cahun Holding a Mask of my Face, 2012, 157.3x129cm

La máscara de protección, la máscara de disimulación, la máscara de apropiación, la máscara que abre hacia otra realidad, son los temas que plantea una muy interesante exposición sobre las máscaras, en Kunsthaus del cantón de Argovia, en Aarau a menos de una hora de Zurich (hasta el 5 de enero). Un tema utilizado con frecuencia por y en torno a los artistas (Picasso, Hazoumé, Rodin) y otras veces también de manera más socio etnológica; muchas veces poéticamente, otras de manera más pedante. Esta exposición presenta numerosos enfoques artísticos de la máscara, he aquí algunos.

Susanne Weirich, Global Charcoal Challenge, 2018, 18 moniteurs, durée 13 min.

La (falsa) protección, podrían ser las pantallas azuladas en las que jóvenes de ambos sexos se quitan de la cara unas máscaras de belleza al tiempo que se filman: se han aplicado y dejado secar sobre la cara una mezcla poco apetitosa de carbón y cola, se la quitan con dolor y gesticulando. Luego se limpian las impurezas. Esta instalación de Susanne Weirich contiene una ironía triste y cínica sobre el mundo actual, no solamente el culto consumista de la belleza y la auto fascinación compartida a través de selfies, sino también (me parece) sobre la obligación actual de ser liso, puro, sin manchas: saneamiento, corrección política, ventilación (es hora de ventilar dicen las nuevas ligas de la virtud) son la transposición de la limpieza en el campo de las opiniones autorizadas. 

John Stezaker, Mask (Film Portrait Collage), CLXXIII, 2014, collage, 20×17.6cm

La disimulación, podría ser una máscara, precisamente, detrás de la cual no pudiéramos reconocer al que la lleva, protegido entonces de las miradas y libre. ¿Quién mejor disimulador que un actor de Hollywood? No aquellos del teatro griego que a menudo llevan máscaras sino los de Hollywood, de quienes John Stezaker esconde los rasgos... detrás de paisajes: es verdad que es extraño e inquietante, pero es también la posibilidad de apropiarse del rostro de una estrella; no podemos gozar tranquilamente con su belleza puesto que nos escapa, no escapa en el río, debajo del puente (quizás sean, psicoanalíticamente, un símbolo, una construcción). 

Hélène Delprat, THE DON’T SHOW SHOW, instalación, 2019

Podríamos ver la apropiación en la serie de Gillian Wearing quien, a través de un maquillaje muy bien elaborado se convierte en Mapplethorpe, Arbus, Wharol o (arriba) Claude Cahun: igual que cuando se transforma en su propia madre, sentimos bien que en ello existe una ambigüedad, al mismo tiempo, admiración, amor, rechazo, negación. Es verdad que ustedes creen ver a Cahun pero yo no soy ella, yo soy su complemento y su contrario, y es mi cara, mi máscara que ella ostenta con un gesto de violencia tranquila (como el Goliath de Caravaggio). La instalación aquí encima, de Hélène Delprat, que ocupa toda una sala detrás de la pared de máscaras nos lleva a otra parte, entre Fellini y Frankenstein. Simon Starling recrea también una realidad neutra, entre teatro y política, con ocho máscaras sobre varillas de metal en una semi oscuridad y una película que navega entre Hiroshima y el teatro Nô. 

Gauri Gill, serie Acts of Appearance, 2015-

Habría que citar a muchos otros. Pope L. mezcla su rostro (negro) con imágenes de niños blancos y de criados negros, quizás (pero no dice nada de ello) una evocación de piel negra, máscaras blancas; es además la única obra política de la exposición junto con (que vi unos días antes en Basilea) la película de Shirley Temple de blackface (el montaje se lo dan a Theaster Gates). Cameron Jamie filma a hombres disfrazados festejando la San Nicolás en un pueblo austriaco, un documental sobre cierta violencia socialmente aceptable, integrada en la vida social del lugar, como todo desahogo carnavalesco. Kader Attia yuxtapone máscaras africanas y gueules cassées, un trabajo que ya vimos sobre la reparación. Gauri Gill (en la portada del excelente pero controvertido número de Katalog sobre las mujeres fotógrafas y el Fast Forward) les pidió a los habitantes de un pueblo indio que fabricaran y se pusieran máscaras tradicionales hindúes, una extraña mascarada. 

Cindy Sherman, ST 318, cibachrome, 146.1×97.8cm

Para terminar, en la última sala aparece la maestra de las máscaras, la que, toda su vida, se travistió, disfrazó, aquella de quien prácticamente no conocemos la verdadera cara, puesto que la hemos visto únicamente modificada, transformada, Cindy Sherman. La exposición tiene la inteligencia de no presentarnos imágenes de ella «clásicamente» enmascarada, sino tres máscaras flotando, dos de ellas las llevan dos rostros, uno oscuro otro dorado, otro bordeado con una masa pelirroja, pero la tercera, aquí arriba, es mucho más inquietante. Se trata de una máscara rota de niño, como si una bala la hubiera destrozado, y no cubre nada, vacío y ausencia. Es sin duda una afirmación del artificio de las composiciones fotográficas de la artista, pero más allá de esta interpretación literal, veo una reflexión trágica y desesperada, una invitación para meditar sobre nuestro mundo. Las máscaras son también reveladores. Catálogo muy interesante (inglés y alemán) con ensayos de los comisarios Madeleine Schuppli (sobre la máscara contemporánea) y de Yasmin Afshar (sobre la historia de la máscara en el arte), y además buenas reseñas sobre los 35 artistas. 

Fotos 1, 2 & 4 del autor

Resumen octubre y noviembre de 2019

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30 de noviembre de 2019, por Lunettes Rouges

(original en francés, aquí)


24 reseñas este bimestre

01 de octubre : La pintura inglesa sin Ladies y sin Conversation pieces
01 de octubre : Giulia Andreani, pintura irreverente
02 de octubre : Censura : A Walid Raad le negaron el Premio Aachen por sus opiniones políticas
04 de octubre : Borrar a Bigeard, derribar a Lénine : Rosângela Renno
11 de octubre : A pesar suyo (Jorge Molder)
12 de octubre : Lisboa multicultural
13 de octubre : Rui Sanches : geometría et impulsividad
14 de octubre : Outsider and Vernacular Art (The Victor F. Keen Collection) : artistas estadounidenses poco conocidos
15 de octubre : Harold Edgerton : un libro hermoso y demasiado liso
16 de octubre : La Anunciación de Fra Angelico en el Prado
27 de octubre : Bauhaus Imaginista : un proyecto denso y ambicioso, pero limitado y parcial
28 de octubre : Ester Vonplon, en los límites de la fotografía
29 de octubre : Cinco mujeres en el espacio (Beyeler)
30 de octubre : Corpoanarquía y campo minado (Helmhaus)
31 de octubre : Lara Almarcegui, la otra cara minimalista del decorado
01 de noviembre : Controversias, censuras y corrección política
04 de noviembre : Guido Baselgia : la derrota del fotógrafo frente a la naturaleza
12 de noviembre : Los tenemos en la mira (Winterthur)
13 de noviembre : En el fondo de un cajón de Sigmar Polke
14 de noviembre : Representar la creación del mundo (Actes Sud)
15 de noviembre : Libros sobre la fotografía (VALIE EXPORT, Jules Spinatsch, Meyer, Sam Mirlesse)
19 de noviembre : Mujeres fotógrafas blancas y no blancas (Fast Forward & Katalog)
21 de noviembre : Regreso al infierno
27 de noviembre : Enmascarados

Entre los libros recibidos :

Color Mania, The Material of Color in Photography and Film, 240 páginas en inglés, catálogo de la exposición sobre el color en Fotomuseum Winterthur (co publicado con Lars Müller) : una exposición (se acabó el 24 de noviembre) y un catálogo más técnicos e históricos que precisamente estéticos, muy bien documentados.

El orientalismo no ha muerto en el Museo de Dijon

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01 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges




La exposición «Le Grand Tour, voyage(s) d’artistes en Orient» («El Gran Viaje, viaje(s) de artistas en Oriente») que presenta hasta el 9 de marzo las colecciones orientalistas del Museo de Dijon, empieza mal: en el cartel de presentación de la entrada, dice que a partir del siglo XIX, los artistas realizan «estancias en países lejanos, dominados por el Imperio Otomano, primero Grecia, luego Egipto, Algeria, Marruecos, Israel». Ejem, perdón, ¿leí bien??? Un poco más lejos, en un mapa de la región (explica la leyenda que muestra las fronteras actuales), representa a Israel, es correcto; con capital Jerusalén, y al lado, un territorio sin nombre aunque todos los otros lo tienen. No es correcto y es curioso, ¿no? ¿Estaremos en un anexo del MAHJ (en donde habían maltratado igualmente el mismo tema)? 


Mapa en la pared de la exposición «Le Grand Tour» en el Museo de Bellas artes de Dijon, nov. 2019


Es inevitable que las obras presentadas retomen todos los tópicos del orientalismo, jinetes orgullosos, indígenas pintorescos y odaliscas lascivas (aunque... vean a Bartholdi, más abajo). Pero que los comisarios no aporten ninguna distancia crítica, ni punto de vista histórico, que la palabra colonización no aparezca (salvo error) por ninguna parte, eso sí que no lo es. Es verdad que en la tienda del museo encontramos los libros de Edward Said y de Christine Peltre, pero no parece que los comisarios (¿anónimos?) de la exposición los hayan leído (ni con mayor razón las críticas contemporáneas de Said). 

También vi que les rinden homenaje a unos coleccionistas locales de los cuales por lo menos uno fue un saqueador confirmado. También noté un cartel según el cual, a finales del siglo XIX, «los fotógrafos se instalan allá», lo que significa, me imagino, que llegan de Europa. Puesto que nuestros comisarios saben bien que en ese entonces no había ningún fotógrafo indígena, y que, en particular, las dinastías de armenios no habían abierto estudios de fotografía en todas las ciudades del Cercano Oriente a partir de 1860. 


Jean-Luc Moulène, Abou Baker / Ouassim, Liba & Abded / Hadi «Coucou», Saida, Libano, 2002, cibacromos sobre aluminio


Total, para que parezca contemporáneo, los comisarios invitaron a uno de los cuatro fotógrafos que, bajo el auspicio del Museo Niepce, también hicieron un «Gran viaje» en Siria, Palestina y Líbano entre 1997 y 2002 (Ange Leccia, Jean-Luc Moulène, Patrick Toscani y Akram Zaatari). Y puesto que no iban a invitar a un árabe a una exposición sobre los árabes, entonces el que está presente es Moulène (excelente, además). Él nos muestra estos tres retratos de hombres jóvenes que quieren vivir a pesar de todo. En el cartel, la realidad nos atrapa puesto que nos encontramos en Saida, en el sur del Líbano de donde Israel acaba de retirarse.

Esta exposición falsifica sin vergüenza la historia y la geografía, y no aporta ningún punto de vista crítico, estético, social, cultural o político.


Auguste Bartholdi, Retrato de Hassan Abdallah, 1855-56, piedra negra y realces de sanguina y blanco sobre papel rosa salmón, encolado sobre soporte acartonado


Para recuperarme, fui, 200 metros mas lejos a ver una pequeña exposición (hasta el 16 de febrero) sobre Auguste Bartholdi en Oriente (1855-1856) en el Museo Magnin (más conocido por sus desnudos que por sus posturas políticas), lástima que el espacio sea tan reducido y que la forma como está puesta la exposición no facilite mirarla. A los 21 años Augusto Bartholdi, ya algo conocido como escultor, se va para Egipto con, entre otros, Gérôme, y luego, solo a Yemen. Dibuja y fotografía. Por supuesto que es sensible al exotismo pero sus trabajos demuestran su respeto por sus modelos, que son dignos y orgullosos y no se prestan al juego colonial. De regreso a Francia, Bartholdi hará muy pocas obras orientalistas. Está claro que es un blanco en medio de los indigenas, y no es insensible a las «almeh» como bien dice la ficha de sala (hasta a ellas las dibuja con dignidad y respetuosamente), y su viaje se detiene cuando por los lados de Sanaa unos yemenitas de las montañas, que no querían que los fotografiara, lo sacaron (y al tiempo le robaron unos calotipos). Las obras de Bartholdi muestran una realidad bastante auténtica, o en todo caso, sin los fantasmas que obsesionan a la mayoría de sus colegas. 


Auguste Bartholdi, Mujer joven del reino de Sanaa, Arabia, 1856, mina de plomo sobre papel gris azulado


Así esta misteriosa mujer joven yemenita, que por su aderezo es probablemente de gran linaje, mira al artista con dignidad indulgente; no es inferior, acepta que la mire y la dibuje, no hay ni exotismo ni erotismo de pacotilla. Nos acercamos a un retrato del Renacimiento, estamos al otro extremo de la mirada orientalista colonial que presentan en el Museo de Bellas artes. 


[Al principio el autor quiso poner un título que hacía referencia a San Eligio, más allá de la muerte, pero lo cambió pensando en las ligas de la virtud que ahora asolan].


Fotos 1, 2 & 4 del autor

Mi primer museo

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02 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges





Alicia Penalba, Selva negra nº2, 1959, bronce

Al entrar al museo se veía ante todo un esqueleto enorme de elefante. En los otros pisos había armas blancas y sobre todo de fuego, ciclas, cintas (algunas eran del taller de mi abuelo pasamanero, orgullo infantil), cerámicas, y había, especialmente, al lado derecho del museo, la reconstitución de una galería de mina de carbón, que nos encantaba al tiempo que nos aterrorizaba un poco (nos contaban la historia del pariente gobernador -como decimos por aquí- que murió en su fondo, a finales del siglo anterior). Y en ese extraño museo había cuadros, grabados, esculturas (algunas en el parque); y a medida que yo iba saliendo de la infancia, que mi mirada se agudizaba con la adolescencia, veía que los cuadruchos de los pintores locales iban siendo reemplazados progresivamente por otras obras, que yo no entendía fácilmente, por falta de explicaciones, pero en las cuales percibía la intensidad, la innovación, la presencia diferente de todo lo que conocía. Fue allí que vi mi primer Picasso, mi primer Freundlich (abajo), mi primer Calder y tantos otros; fue allí mismo en donde descubrí, cosa poco común entonces, que una mujer podía ser artista, ¡ imagínense ! (arriba una escultura de Alicia Penalba escogida y donada por la artista en 1959 poco antes de la exposición « Cent sculpteurs de Daumier à nos jours » -Cien esculturas de Daumier hasta nuestros días-).

Maurice Allemand foto Hartung

Maurice Allemand (1906-1979) fue el director del Museo de Arte y de Industria de Saint-Etienne de 1947 à 1967. Hizo el museo de provincia más contemporáneo de Francia (al igual que el de Grenoble). No lo conocí verdaderamente ( iba con uno de sus hijos compañero de clase a su apartamento laberinto del que guardo un recuerdo maravillado por la profusión de libros y de algunas obras en las paredes, no como en mi casa), era un hombre abierto y firme. En aquella ciudad de provincia un poco apagada (que se encendía pero en otro campo, Jean Dasté), él iba a contra corriente: la burguesía local que, con algunos artistas locales bastante provinciales, componían el comité que decidía sobre las adquisiciones del Museo, era muy reacia a la modernidad, el alcalde, que no se oponía, no era muy entusiasta (según lo que sé), y Allemand tenía que componer con todas esas obligaciones. En 1957 le escribió al crítico Raymond Cogniat: «Me acusaron de corromper la juventud. Me parece un cargo bastante divertido y ello no me impide seguir bien». En cambio podía decidir solo sobre la aceptación de las donaciones (sus cartas a los artistas son elocuentes), y dejaba que el artista escogiera la obra que quería donar pues le parecía que así el proceso era más auténtico. Creaba vínculos y se esforzaba por convencer a los artistas o a sus viudas (hasta hacía invitar a la esposa de Jean Pougny, gran admiradora del fútbol, a los partidos de los Verdes). Su correspondencia con Arp (al final será una donación, pero el Museo pagó la fundición de En Songe -Ensueño-, primera escultura de Arp en una colección pública francesa), con Raoul Hausmann («Madame Höch no prestará mis obras si se lo pido yo; yo le escribo una carta en alemán, usted la firma, así será mejor»), con Calder y tantos otros es apasionante. 

Jean Arp, Ensueño, 1937, bronce pulido, 36 x 17,5 x 22 cm. Foto C. Chauvet

Con poquísimos medios y muchas obligaciones, pero con tenacidad e inteligencia, supo construir una colección extraordinaria y montar exposiciones que hicieron historia. Era una mente abierta y curiosa, apasionado por la abstracción pero sin limitarse, sin atenerse a la Escuela de Paris ni a la pintura francesa y sin el chovinismo anti alemán de muchos de sus colegas; siempre quería explorar, descubrir, mostrar y explicar también (la dimensión pedagógica del Museo era extraordinaria e indispensable en una ciudad obrera que carecía de los códigos culturales de la metrópolis). En 1949 le escribió a Picasso: «los elementos menos «cultos» del público, aquellos que miran con ojos nuevos y sin deformación por la enseñanza de las viejas estéticas, son también los más aptos para probar y disfrutar las nuevas formas de arte»

Otto Freundlich, Composición, 1930, óleo sobre lienzo, 116x89cm. Foto : C. Cauvet

En general las exposiciones sobre la historia de las exposiciones son de verdad instructivas pero casi siempre aburridas. La que organiza Cécile Bargues en el Museo de Arte Moderno de Saint-Étienne es apasionante puesto que cuenta una historia y lo hace muy bien. La historia es una serie de premiers: primera exposición de arte africano en 1956 en un museo generalista (con una conferencia de Tristan Tzara), primer Calder en un museo francés (1955), primer Freundlich en un museo francés (1957, aquí abajo), después de haber sido presentado en su exposición sobre el arte abstracto, primera gran exposición sobre el arte abstracto, precisamente en 1957 (después de Grenoble con la galería Maeght en 1949). Otra primera europea, en 1966, es una exposición sobre los collages, un proyecto enorme con 366 obras, presentado por primera vez en un museo francés, Raoul Hausmann, Kasimir Malevitch, Hannah Höch, Robert Rauschenberg (galardonado entonces en Venecia), y tuvo la audacia de incluir a Gaston Chaissac (aquí abajo); hecho único, esta exposición provincial fue presentada en Paris, en el Museo de Artes Decorativos. Allemand es nombrado por el Ministerio en Paris en 1967 y reemplazado por Bernard Ceysson, un nativo de la ciudad, que continúa y amplifica su trabajo. Su único fracaso fue que no pudo hacer venir a Francia la exposición de Marcel Duchamp que montó Arturo Schwarz, hubo que esperar hasta 1977 y el Centro Pompidou para poder descubrir al fin a Duchamp en Francia.  

Gaston Chaissac, totem, 1964, madera policromada

Esta exposición (hasta el 3 de enero de 2021) presenta 200 obras, cuya mayoría pertenece a las colecciones del Museo y que fueron adquiridas en la época de Allemand, muchos archivos y una entrevista filmada por su hija Claude. Mi entusiasmo es realmente personal, pero todo visitante quedará impresionado por esta exposición (y este hombre). Concluiré listando a varios nativos de la ciudad que Allemand probablemente no conoció pero a quienes su Museo también influenció: Orlan, Philippe Favier, Jean-Michel Othoniel, Valérie Jouve, y también Jean-Luc Monterosso, Maurice Fréchuret, Georges Didi-Huberman (Allemand conocía a su padre, pintor; precisamente, su último libro explora su relación con su ciudad natal, recuerda sus visitas al Museo y cuando descubrió su primera biblioteca de arte, la de Allemand, p.157-158). ¿Será casualidad?


En bastardilla y en negrita, correcciones de unos pequeños errores en mi primer escrito; le agradezco a Cécile Bargues que los haya señalado.


Obras de la colección del MAMC+. Fotos 1 & 5 del autor; fotos 2 à 4 cortesía del Museo.

Jeux de scènes (Farah Atassi)

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06 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Farah Atassi, Woman in Rocking Chair 4, 2019

Me parece que desde 2013 es una lástima no haber visto una exposición de Farah Atassi (sólo algunos lienzos dispersos), yo había sido el primero en escribir sobre ella en 2010, y cuando pasé al Consortium en Dijon (exposición hasta el 1 de marzo) me impactó su evolución; dos otras reseñas sobre su trabajo en 2011 y 2012. En los lienzos de esta joven que es sin duda una de las pintoras más interesantes en Francia actualmente, intervienen siempre la geometría y el espacio, y se sitúan en la linea histórica que remonta al modernismo y a Picasso, Herbin o Léger. Pero desde mi entrada en la sala con 15 cuadros recientes (2017-2019), percibo una vibración diferente y necesito un momento para volver en mí.

Farah Atassi, Figures with Musical Instruments, 2018

Los motivos son más clásicos pictóricamente, ya no se ven cuartos de baño embaldosados o vestidores de fábrica, sino unos modelos en el estudio, bodegones con guitarras, conciertos o desnudos. El universo sigue siendo geométrico, construido, pero se vuelve más abstracto, con menos perspectiva, menos vinculado con las baldosas, tubos y piezas cúbicas del pasado; está representado como una escena de teatro, y a menudo un escalón que da acceso a la escena. 

Farah Atassi, Seated Nude, 2017

Me parece que lo que ha evolucionado es la relación entre el fondo y los objetos. Mientras que en los lienzos anteriores, los objetos representados, no siempre reconocibles fácilmente, flotaban en un espacio estructurador, aquí, los objetos se vuelven el centro evidente de la atención visual (ya no hay necesidad de leer los títulos) y el fondo no es sino un fondo que se desdibuja. En el lienzo Seated Nude, de 2017, arriba, vemos la transición, todavía hay un equilibrio entre el fondo geométrico hecho de líneas negras y el objeto, el modelo desnudo de formas cubistas picasianas apenas si se desprende del fondo. 

Farah Atassi, The Swimmer, 2017; The Game, 2019; The Player, 2017

En cambio, en estos tres lienzos, los modelos, nadador, jugadores de balón o juego solitario, tratados con el mismo estilo, se han vuelto predominantes; el fondo de ha vuelto más entrecortado, menos restrictivo, menos estructurador. También lo vemos en el Modèle au Studio nº4 aquí abajo, en el cual tanto las formas (cara en triángulo, nalgas redondas) como los colores del personaje se imponen ante los muebles, sillas, cuadros, mesas redondas, que la sostienen visualmente y que borran las diagonales del fondo, reducidas al rol secundario de papel de colgadura. 

Farah Atassi, Model in Studio 4, 2019

Además aparecen tratamientos menos lineales, como por ejemplo los festones de colores que ritman la Femme en fauteuil à bascule -Mujer en mecedora-, arriba, que corresponden con la redondez del pecho y las curvas del sillón. También, bastante diferente del resto, más arriba, el fondo con unas especies de partituras de tonos que acompañan las figuras luminosas con instrumentos musicales: un juego de evocación formal. Es una evolución que al principio desconcierta pero muy prometedora. 

Jean-Marie Appriou, Ophelia, 2019, aluminio

En otro lugar del Consortium, no me sedujeron en nada las composiciones de Nick Relph, y las esculturas de Jean-Marie Appriou me parecieron demasiado expresivas, como el rostro emergiendo de las espigas de maíz o las mujeres en escafandra. Sin embargo me gustó su Ophélie en la última sala en donde el cuerpo de la ahogada apenas emerge del bloque que la sostiene; pero no mencionan que a un kilómetro del lugar, en el Museo de Dijon, hay una escultura bastante similar del catalán Apel.les Fenosa, cuya Ophélie también se funde en la onda fija del bronce (existe otro en la Défense). Y, para terminar, como el Consortium también son les presses du réel, paseando por la librería, me reí mucho con un catálogo intitulado le choix des femmes en el que cinco comisarios hombres escogieron cada uno a cinco artistas mujeres: de la ambigüedad de la preposición «des» (en francés designa al masculino y al femenino). Materia para que nuestras queridas feministas se alegren (bueno, las que tengan sentido del humor...). 

Todas las fotos del autor.


Fenómenos (Marina Gadonneix)

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Marina Gadonneix, Untitled (Waves) #2, 2016, 126x151cm

La exposición de Marina Gadonneix en la galería Christophe Gaillard (hasta el 11 de enero) toma de nuevo los elementos de su exposición del verano en Arles. Se ven avalanchas, rayos, erupciones volcánicas y huracanes. Con la diferencia que en cada una de las imágenes aparece un detalle incongruente: ¿qué será ese piso embaldosado debajo de la avalancha? ¿Y los torreones en medio del huracán? ¿Que interior ilumina el relámpago? (Aquí abajo) ¿qué será ese lente circular en medio de una aurora boreal? La imagen aquí arriba muestra olas tumultuosas, de naufragio (y hermosas como un barrido de Hartung), y ¿quién las observa detrás de los cristales inmaculados y las cortinas perfectas? ¿Es la naturaleza un espectáculo? ¿Seremos (semi) dioses observando desde nuestro Olimpo los fenómenos naturales (puesto que es título de la exposición)? O, ¿estaremos asistiendo a una creación del mundo?

Marina Gadonnex, Untitled (Lightning), 2014, 126x151cm

Es más bien una re-creación: Marina Gadoneix realizó sus tomas en laboratorios científicos que, para estudiarlos, simula los fenómenos atmosféricos, marinos, volcánicos; construyen dispositivos, programas que permiten recrearlos, los parametrizan y configuran. Los laboratorios llevan nombres maravillosos: National Wind Institute, Wind Simulation and Testing Laboratory, Laboratorio Ampère, Shock Physics Laboratory, Mars Yard, ETNA (Erosión torrencial, nieve, avalancha), y mi preferido, Extreme Events Institute. La artista monta y desmonta ese decorado sin preocuparse nunca por la representación de lo real con el que mantiene las distancias, (al contrario por ejemplo de Berenice Abbott o de Harold Edgerton en el MIT, cuyo trabajo era más bien una glorificación estética de la ciencia sis distancia crítica) y no deja de cuestionar la imagen y su envés. Está en la línea de los fotógrafos científicos del siglo XIX, que observaban los astros, las plantas y los microorganismos, y cuyas fotografías contienen una parte de poesía que no se reduce a la racionalidad pura, hasta el punto que uno se puede preguntar si algunas de ellas no tenían más un objetivo estético que verdaderamente científico.  

Marina Gadonneix, Untitled (Sun as seen from different planets) #2, 2016, 50x60cm

En la vitrina central, cuatro fotografías de libros abiertos, de las cuales tres hacen lo mismo en páginas diferentes: The Beauty of the Heavens, a Pictorial Display of the Astronomical Phenomena of the Universe, de Charles F. Blunt, London, Tilt and Bogue, 1842 (hasta el nombre del editor parece un poema). Aquí arriba, el sol tal como se ve desde seis planetas diferentes: una cuestión de visión, de punto de vista, de distancias. ¿No es esto una descripción perfecta del enfoque de la artista?

Fotos cortesía galería Christophe Gaillard.


Giulia Andreani, mujer, pintora y libre

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08 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges




Giulia Andreani, Pensionnaire modèle, 2018, acrílica sobre lienzo, 190x440cm, f. D.Molajoli

Giulia Andreani es pintora. Punto. Ni pintora de historia, ni pintora feminista, no acepta las categorías dentro de las cuales quisieran encerrarla, dice en una entrevista con Ludovic Delalande en el catálogo, y añade «no tengo deseos de delimitar mi pintura en un espacio definido». Entonces hablemos de su pintura misma, tal y como se despliega en la parte baja del Museo de Bellas Artes de Dole, en una exposición (hasta el 2 de febrero) que, a partir de su residencia en la Villa Médicis, remonta en el tiempo. Y para ello, en lugar de seguir el hilo de las salas, la cronología o una temática restrictiva, miremos metódicamente sus lienzos y acuarelas, todas pintadas con gris de Payne, todas en todos leves y azulados, con infinidad de matices (una excepción, un filo azul en un retrato de Balthus con una samurai japonesa).


Giulia Andreani, Antifascisti, 2017, acrílica sobre lienzo, 35x27cm cada uno, serie de 10, vista de la exposición, f. M.Domage

Podemos empezar por sus retratos sencillos, sin aprestos, sin puesta en escena, frontales, y cuyo sentido viene del sujeto mismo. Puede tratarse de dictadores y de sus mujeres, alineados horizontalmente como en una parada y que detallaremos uno por uno (descubiertos en Montrouge hace más de siete años y luego vistos de nuevo aquí), o tratarse al contrario, de antifascistas, cuya disposición vertical impide la individualidad, cuyo cartel no da los nombres, cuya ascensión es colectiva (aquí arriba). La partisana del frente de resistencia (emanación del PCF en 1941) tampoco la nombran, mientras que a su lado, el joven Pasolini luce un uniforme de Balilla, las juventudes fascistas (al final de la reseña). 

Giulia Andreani, Guérillères, 2017, acrílica sobre lienzo, 150x200cm

Para seguir en ese mundo representativo, pone en escena a heroínas que juegan un papel, performan una función: ferrocarrileras o bomberas que reemplazan a los hombres durante la guerra, guerrilleras con caras de madres jóvenes de un refugio, se muestran en el anonimato del grupo y de la transposición, o la primera mujer que se auto proclama alcaldesa, junto con su adjunta, con blusas de enfermeras y máscaras de gas. 

Giulia Andreani, La Cattiva, 2018, acrílica sobre lienzo, 35x27cm

Unas máscaras de gas funcionales que nos llevan hacia otras, un aderezo de los que acostumbra Andreani: la cara va disimulada con una reja, y se trata de la Cattiva, la mala, que le da su nombre a la exposición (estará encerrada y cautiva, detrás de una reja, o al contrario, se protege detrás de un misterio a no ser que por mala y amenazadora esté amordazada), con líneas de escritura (una carta inventada de Alexandra Killontaï a Lucienne Heuvelmans, al final de la reseña), con un formulario administrativo (las mismas madres jóvenes vistas en el refugio, la cara individual oculta para preservar el anonimato) o con máscaras teatrales (y se trata de complotistas). Es una marca de desaparición, una señal que oblitera la apariencia, el símbolo que sobrepasa la representación, un tema que atraviesa toda la obra de la artista. 

Giulia Andreani, Résidentes (Alegorías de la Música, de la Escultura y de la Pintura), acrílica sobre lienzo 200x150cm chaque, vista de la exposición

Después pasamos a composiciones más complejas, en donde abundan los símbolos, en donde todo se presta para descifrar, a veces difícilmente, o es casi imposible, la artista conserva las claves. Es aquí que están los tres primeros cuadros, homenaje a las tres primeras pensionarias de la Villa Médicis, la música Lili Boulanger (1913), la escultora Lucienne Heuvelmans (1911) y la pintora Odette Pauvert (1925). Aunque a lo largo de la exposición otras obras nos las recuerden (incluyendo los resultados de las exploraciones de Andreani en los archivos de la Villa), estas tres son los más emblemáticas. Algunos camaradas de Giulia Andreani en la Villa prestaron sus rostros; las alegorías de la música y de la pintura son tranquilas y sencillas, la una con piano, niños y partitura ilegible; la otra con un fresco aparentemente franciscano y un lienzo, virgen él también. La única singularidad, dos máscaras de teatro antiguo gesticulantes, en el suelo. 

Giulia Andreani, Résidente (Alegoría de la escultura), 2019, acrílica sobre lienzo , 200x150cm, f. M.Domage

La alegoría de la escultura es mucho más compleja; Stéphanie Solinas le prestó su cara a la pionera Lucienne Heuvelmans, y en este cuadro denso y cargado la mirada no sabe en donde detenerse en medio de la acumulación de dibujos, cartas, esculturas, entre un busto Renacentista (con una advertencia «Cave Pictricem», cuidado con la pintura), dos otros más clásicos, una foto o grabado de una Venus gravetiense, un joven modelo lánguido y, en reacción a ese desorden y a la indolencia masculina, la escultora, derecha, firme y estirada con sus herramientas contundentes en la mano. En la parte de arriba, una orden «Orate pro pictora», oren por la pintora. Cada objeto es un símbolo que no podemos descifrar, pero poco importa, el conjunto funciona. 

Giulia Andreani, Damnatio Memoriae 3, 2015, acrílica sobre lienzo , 150x200cm

 Otras composiciones complejas se ven a lo largo de las salas, a veces comprensibles (Balthus maestro de la Villa, con un alter ego en sátiro de perilla dominando a su modelo que levanta los brazos con un gesto de rechazo, y unas mujeres artistas apartadas, en Pensionaria Modelo, arriba), otras veces más herméticas, como por ejemplo Le rempart -La Muralla- en el cual cohabitan unas enfermeras en el frente, Simone de Beauvoir votando, una paracaidista atrapada en un árbol mientras que su avión cae en llamas (a no ser que sea una niña agarrada a una rama), Salomé auto decapitada y cefalófora (quien al igual que La Gifle -La Bofetada- de enfrente evoca recuerdos); Hannah Höch con una muñeca Dada, y una jovencita se tapa la cara con una mano mientras la otra tiene un revolver: mi mente sencilla da vueltas en esta galería feminista («fresco trans histórico, obra manifiesto que reúne a diferentes mujeres, diferentes historias, diferentes luchas» escribe Julie Creen en el catálogo) y se pierde desconcertada. El argumento pertinente sobre el lugar secundario de las mujeres en el arte pierde fuerza cuando se presenta de manera escolar, por ejemplo con la caricatura de la mujer encerrada en las artes decorativas y que se aplica para bordar «Fuck you» en su tambor. Pero rápidamente encontramos la tranquilidad ante la Damnatio Memoriae aquí arriba con la joven de sonrisa forzada que ataca con martillo un extraño busto de Mussolini del futurista Renato Bertelli delante de un cielo expresionista al estilo de Turner (pero en gris Payne) y las piernas de un crucificado, en donde se unen resistencia anti fascista, rebelión contra cierta forma de arte y rechazo de los machismos (musoliniano, futurista y artístico). 

Giulia Andreani, Valentine invocando los infiernos, 2018, acrílica sobre lienzo, 97x130cm, f. Ch.Duprat

Enfin, Valentine Prax, Madame Zadkine en sociedad, artista ocultada por su marido como tantas otras, invoca soñadora los infiernos delante de un cuadro que reproduce un detalle una obra de Jan Tengnagel (1584-1635) que me había impactado en este museo hace diez años: Junon, que quiere vengarse de su marido que le es infiel, va a los infiernos para solicitar la ayuda de Megera y de dos otras Erinias, mientras que Cerbero gruñe. Escena elocuente (y Megera muy contemporánea). 

Giulia Andreani, Balilla, 2018, acrílica sobre lienzo, 35x27cm

En la obra de Giulia Andreani, entonces, la cuestión es siempre, resistencia, rechazo de las reglas bien establecidas, libertad, voluntad de ir en contra de los estereotipos, ya sea resistencia al fascismo o lucha contra el patriarcado en el campo artístico. Pero su talento reside precisamente en que todo no se reduce a su discurso (a diferencia de otros «artistas comprometidos»), que, al contrario de lo que hemos podido leer, no hace una pintura política de militantismo; claro que sus convicciones políticas se reflejan en su trabajo pero este tiene su fuerza propia. Es una obra que se sostiene sola, una pintura como consecuencia de un trabajo de investigación, y, dice ella en la misma entrevista «la moralidad es la peor enemiga del arte». 

Giulia Andreani, A. Kollontaï, 2018, acuarela sobre papel, 51x36cm, f. H.Bertand

El catálogo contiene sus tres últimas exposiciones, en Béthune,Paris y aquí. Además de su entrevista, esencial, hay tres ensayos, el uno con una afirmación feminista y militante, otro (de Amékie Lavin, directora del Museo) insiste sobre su íconofagia y su toma de distancia y el tercero afirma su anclaje en la historia (explicita el «Cave Pictricem», ver más arriba). Y si va a Dole, vaya a ver también las colecciones del piso de arriba, temas sobre la muerte, el poder y la guerra, muy bien expuestas. 


[Correcciones hechas hoy mismo según precisiones de la artista: en la Alegoría de la Escultura«Orate pro pictora» y no «pro pictura», y, en Pensionaria modelo, distinción entre Balthus y Axilette.]



Fotos cortesía del Museo de Dole, excepto la nº5

Entrar en la Obra : Arte pobre y performance

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11 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges



Giovanni Anselmo, Entrare nell’opera, 1971, impresión blanco y negro sobre lienzo, 336 x 491 cm.
Col. Fundação de Serralves – Museu de Arte Contemporânea, Porto, Portugal. © Giovanni Anselmo, cortesía Archivio Anselmo.

En el arte pobre, se insiste por lo general en el objeto, en la obra de arte tangible, concreta, material, y, precisamente, hecha con materiales pobres, madera, carbón, fieltro. Pero toda la otra cara del Arte pobre, la de las acciones temporales, de las performances, de los procesos que implican al público, se evoca rara vez; probablemente porque es más difícil de exponer, los comisarios no disponen sino de huellas de esas acciones, documentos, fotos, cortos, o vestigios físicos más o menos elocuentes, y no consiguen realizar sino presentaciones museísticas frías y desencarnadas, en el mejor de los casos re- encantadas para un espectáculo o un  «re-enactment» lo que es siempre bastante artificial. El gran interés de esta exposición en el Museo de Saint Etienne (hasta el 3 de mayo) es que intenta esquivar esta dificultad con audacia, lo vamos a ver (la exposición viene del Kunstmuseum de Liechtenstein).

Alighiero e Boetti, Lámpara anual, 1966, 76 x 37 x 37 cm

No necesitamos presentar a los 14 artistas de Arte pobre, entre los cuales una única mujer, Mariza Merz; seis de entre ellos viven todavía (Anselmo, Calzolari, Paolini, Penone, Pistoletto y Zorio). Una pared con retratos en la entrada muestra a todos esos simpáticos jóvenes intrépidos. Lo primero que muestra esta exposición, es que todos, de diferentes maneras, no consideraban su arte como una producción de objetos sino como un generador de experiencias, y, que para ellos, cuerpos, tiempo y espacio eran materiales para performar y no entornos pasivos. Las dos primeras secciones de la exposición presentan de forma bastante clásica, obras emblemáticas y rica documentación, fotografías y películas: la primera sobre el teatro y la teatralidad de las obras, con, por ejemplo Pistoletto y el grupo Lo Zoo una sección sobre el Piper Pluriclub de Turin y los vínculos con el Living Theater. Como ejemplo teatral hay una obra de Pier Paolo Calzolari  en la cual la humedad del aire se transforma en hielo: lo invisible se vuelve visible. Otra obra emblemática (aquí arriba), la lámpara anual de Alighiero e Boetti, que se enciende únicamente una vez al año durante 11 segundos, nadie sabe cuándo: el evento aleatorio e imprevisto, casi invisible, en realidad se reduce a una idea. 

Ugo Mulas, Il tempo fotografico, A J. Kounellis, 1969, copia por contacto (Verifica n°3); no está en la exposición

La segunda parte, «Tiempo y lugar», agrupa numerosos archivos, documentos, películas y fotos. Se trata de un conjunto bastante documentado (y el catálogo de 540 páginas completa muy bien la documentación); lo que me sorprendió fue que no encontré casi nada sobre Ugo Mulas. No solamente fotografió las obras de Pisoletto, sino principalmente su trabajo fotográfico de 1969 sobre una performance elaborada por Jannis Kounellis (referenciado en el catálogo p.429 como ST (Nabucco)), que él intitula Il tempo fotografico y que fue el origen de su trabajo sobre las Verifiche. Da pesar dentro de un conjunto tan bien construido.

Vista de la exposición Entrare nell’opera. Prozesse und Aktionen in der Arte Povera en el Kunstmuseum Liechtenstein, Vaduz, 7 juin — 1 de septiembre  de 2019. Foto : Stefan Altenburger © Kunstmuseum Liechtenstein
De izquierda a derecha : Mariza Merz, Scarpette, 1968. Cobre e hilo de nylon, cada uno
 4 x 22 x 7 cm. Fondazione Merz, Turin.
Gilberto Zorio, Odio, 1969. Cuerda y columpio, dimensiones variables. Colección Kunstmuseum Liechtenstein.
Giuseppe Penone, Albero di cinque metri, 1973. Madera, 470 x 20 x 15 cm. Colección MAMC+. Michelangelo Pistoletto, Mapamondi, 1966-1968. Hilo metálico papel periódico, dimensiones variables. Cittadellarte – Fondazione Pistoletto, Biella.


La tercera sección, «Acciones», entra de lleno en el tema, con obras que son el testimonio de una acción del artista, que vuelven visible el proceso de creación y su entorno. Por ejemplo el Mapamundi de Michelangelo Pistoletto, esfera de papel periódico que hace rodar en la calle y que lleva las marcas de ello. Es allí también que se reinventa ciertos días la obra ST (que se inventa en el lugar) de Kounellis con violinista y bailarina ante un cuadro que toma las partituras de un extracto del ballet Pulcinella de Stravinsky. 

Giovanni Anselmo, Entrare nell’opera, detalle vista de la exposición

Pero la singularidad de esta exposición viene de la cuarta parte, epónima: Giovanni Anselmo, habiendo accionado el temporizador de su cámara fotográfica, entra en el campo, en el paisaje, en la obra (arriba). Aunque se nos prohiba pasar la raya, es una incitación para que participemos en otras obras performances, para que nos sentemos en el comedor de Pistoletto, cantemos en los micrófonos de Zorio, martillemos la placa de metal de Mattiacci o para que levantemos el cubo de Luciano Fabro y penetremos en él (aquí abajo). Podemos imaginar la angustia de los mediadores y de los guardias de sala, pero hay que aplaudir la audacia. 

Luciano Fabro, In cubo [En cubo], per Carla Lonzi, 1966. Foto : Giorgio Colombo, Milan.

Catálogo en inglés, muy completo, con ensayos, reseñas detalladas de cada uno de los artistas, testimonios e inventario de las acciones emprendidas por los 14 artistas. Una obra de referencia, incluso si usted no puede ver la exposición. 

Fotos 1, 4 & 6 cortesía del Museo; foto 5 del autor. 

¿Se pueden fotografiar todavía las esculturas de Brancusi?

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14 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges



Brancusi, ed. Xavier Barral, 2019. F de Dan Er. Grigorescu : Torso (el muslo), mármol, museo de arte de Craiova

Después de haberse liberado de la influencia de Rodin («nada crece en la sombra de los grandes árboles»), Constantin Brancusi, poco satisfecho de los diferentes fotógrafos que había empleado, decide hacia 1907 ser el único fotógrafo de sus obras; en abril de 1914 se lo anuncia a Stieglitz, que preparaba con Steichen su exposición neoyorquina, y continúa hasta su muerte en 1957. De hecho, la visión fotográfica que tenemos hoy de la obra de Brancusi pasa casi siempre por sus propias fotografías. Existen numerosos libros que plantean el aspecto fotográfico de su obra y la complementariedad entre escultura y fotografía: Pierre Schneider basa su libro en el interrogante «¿Qué vacío cruel sintió Brancusi en su escultura para pedirle a la fotografía que lo colmara?» Citemos también el ensayo de Anne-Françoise Penders, el catálogo de la casa Didier Imbert en 1991 con el texto de Friedrich Teja Bach, y por supuesto la exposición «Images sans fin» (Imágenes infinitas), Pompidou 2011, con su catálogo (y mi crítica). 

Dan Er. Grigorescu, Brancusi, Mademoiselle Pogany, 1913, bronce, col. Cecilia Cutescu-Strock; páginas 50-51

Entonces, frente al dominio de la imagen fotográfica por el artista mismo (creo que es un caso único), ¿cómo podemos fotografiar aún a Brancusi? De hecho, en la mayoría de sus catálogos y monografías (por ejemplo en catálogo de su exposición de 1995), la gran mayoría de las imágenes de las obras son de él; y, en ninguno de los libros de mi biblioteca, he encontrado que mencionen al fotógrafo Dan Er. Grigorescu (1917-1990; no he descubierto qué significa la abreviación Er.). La hija de éste último, galerista en Paris (en donde se pueden comprar impresiones póstumas), convenció a las Ediciones Xavier Barral para que co-editaran un libro que comprende 40 fotografías (de las cuales 35 son de las obras de Brancusi y no cien, como anunciado) hechas por su padre, reedición de una edición rumana en francés de hace 52 años (intitulada entonces «Brancusi ou l’anonymat du génie» -Brancusi o el anonimato del genio-, Meridiane, Bucarest, 1967, más o menos 60 páginas), con dos textos suplementarios. Nada indica que Grigorescu haya conocido a Brancusi (quien, estando basado en Paris, siguió yendo a Rumania regularmente después de la llegada del régimen comunista). 

Dan Er. Grigorescu, Brancusi, Columna sin fin, 1937-38, hierro fundido metalizado, Parque de Târgu Jiu; páginas 76-77

Es un bonito libro de 96 páginas, negro y oscuro, cuyas imágenes (siempre con este editor) van admirablemente impresas; único pequeño reproche, el estuche es difícil de abrir. La mayoría de las fotografías ocupan toda la página con fondo negro, bastante contrastadas. El fotógrafo (que vivía entonces en Rumania) había elegido cinco obras accesibles puesto que estaban en los museos o colecciones rumanas: Sabiduría de la Tierra (piedra, 1909), El Beso (piedra, 1911), Torso (el muslo)(mármol, 1910), Prometeo (yeso; 1911) y Mademoiselle Pogany (bronce, 1913), y de las tres esculturas del conjunto monumental de Târgu Jiu (Mesa del Silencio, Puerta del Beso y Columna Infinita, 1937-38), que en el 75 visité con emoción (en ese entonces se decía Tirgu Jiu). El libro comprende tres textos: uno, que estaba en la edición original, del crítico rumano Dan Haulica ((1932-2014), uno de Julie Jones (comisaria foto del Centro Pompidou) presentan el conjunto de Târgu Jiu, y uno de un curador rumano Calin Dan, del que hablaré después (un cuaderno complementario de 24 páginas da la traducción de los ensayos en rumano y en inglés). 

Dan Er. Grigorescu, Brancusi, Puerta del beso 1937-38, piedra, Parque de Tärgu Jiu; páginas 62-63

Dan Haulica fue una personalidad muy importante de la crítica del arte en Rumania; jefe de redacción de la revista cultural «Secolul 20», fue blanco del régimen comunista y tenía que negociar sin cesar con la censura. Tenía bastante libertad para viajar (fue presidente de AICA), venía a menudo a Occidente (se veía entre otros, con Ionesco), y, aunque no se mencione, podemos suponer que conoció a Brancusi en Paris o Bucarest. Su ensayo, escrito en 1967, en un estilo más bien lírico, es apasionante de leer: al tiempo que hace numerosas referencias a la antigüedad (griega y también mesopotámica), su propósito principal es anclar la obra de Brancusi en las raíces arcaicas, demiúrgicas y ctónicas. Viendo que las influencias de otras culturas (árabes, eslavas, orientales o africanas) en las obras de Paul Klee, Matisse, Picasso o Derain son «un gesto indirecto y un aporte de cierta manera exótico», les opone a Brancusi para quien esas influencias tienen «una existencia inmediata», puesto que «no necesitaba alejarse para descubrir tales fuentes; las llevaba en sí mismo». 


Dan Er. Grigorescu, Brancusi, Mesa del silencio, 1937-38, piedra, Parque de Târgu Jiu; páginas 52-53

Un texto original que naturalmente no niega la relaciones de Brancusi con todos los pioneros de la modernidad, en Paris y Estados Unidos en particular, pero que arraiga a Brancusi con mucha más fuerza que otros en una forma de atavismo rumano, de influencia histórica y cultural nacional, que, me parece, correspondía bien con la posición oficial rumana entre «la distensión cultural» de 1965 (con la llegada de Ceaucescu al poder y el nacional comunismo) y el endurecimiento de 1982. La historiadora y crítica de arte Daria Ghiu ha escrito varios textos (como éste) sobre la manera como la ideología oficial, primero socialista y después nacionalista se apropiaron a Brancusi, recordando que en 1951 (ya no produce mucho: 15 esculturas entre 1939 y su muerte en 1957), el artista le regaló todas sus obras a la República popular rumana, pero la Academia rumana no aceptó («demasiado formalista, sin sinceridad, habiéndose alejado de los valores verdaderos, ...»). Revisita las presentaciones de Brancusi en la Bienal de Venecia (en 1924, dos obras; en 1950, no acepta una gran exposición y la promesa del Gran Premio; en 1960 en el pabellón rumano; en 1982 en el mismo pabellón, con las fotografías de Grigorescu y Dan Haulica como curador), y analiza como fue recuperado Brancusi por el discurso nacionalista, identitario, esencialista, «el gran campesino rumano que resistió al asimilismo de la cultura tecnocrática euro americana» (escribe el curador Ion Frunzetti), cómo fue transformado en instrumento político, en escudo nacional, en «country brand» (según el Ministerio rumano de la Cultura en 2012): sus restos deben ser repatriados a Rumania en lugar de que «se pudran en tierra extranjera». En contraste, el ensayo de Calin Dan en este libro, a propósito de la Bienal de 1982, en donde las esculturas de Târgu Jiu estaban representadas en una instalación fotográfica gigantesca de Grigorescu (una pena que no haya en el libro imágenes de la exposición, o por lo menos su reconstitución en Bucarest en 2018, como aquí, ahí y allí), es un ensayo que insiste más bien sobre la transgresión que  representaba el re-enactment, «al transportar su creación desafiando las barreras geográficas e ideológicas».   

Dan Er. Grigorescu, Brancusi, Sabiduría de la Tierra, 1909, piedra, Museo nacional de Arte de Rumania, Bucarest; pág 35

Frente a esos discursos, ¿qué nos dicen las fotografías de Grigorescu? Fotógrafo fino y talentoso originario de una familia de generales y armadores, educado en Francia, pero que después de 1945 tuvo que aceptar trabajos humildes y humillantes puesto que el régimen había nacionalizado el patrimonio familiar de esos grandes burgueses y, como «enemigo del pueblo», no podía pretender a un empleo normal. Deseaba escribir pero no lo logró, y encontró un equilibrio como fotógrafo independiente: fotografías de paisajes (el Delta del Danubio), retratos, pero, salvo error, solamente las obras de arte de Brancusi. En 1974, pudo exiliarse en Paris y, entre otros, trabajó para la radio de propaganda norteamericana Free Europe. Entonces, ¿cómo un gran burgués venido a menos pero siempre elegante y sociable, ve la escultura de aquel hijo de pobres, de aquel silencioso disimulado y mal vestido (pero gran seductor)?

Dan Er. Grigorescu, Brancusi, Sabiduría de la Tierra, 1909, piedra, Museo nacional de Arte de Rumania, Bucarest; pág 30


Constantin Brancusi, La Sabiduría de la Tierra
foto de 1909, 28.4×18.8cm (Imbert páginas 62-63)
 

Quizás lo mejor sea poner juntas las fotografías de una misma obra hechas por Brancusi y por Grigorescu. Hagamos la experiencia. Pero es difícil con las esculturas individuales pues datan de antes de 1913, cuando Brancusi no fotografiaba sus obras sistemáticamente; más precisamente, fotografió una versión posterior y/o con un material diferente de sus piezas. En lugar del Prometeo de yeso de 1911, fotografió el de mármol de 1911 (catálogo Pompidou n° 87; Schneider n°10) y el de bronce pulido de 1911-1917 (Pompidou n° 108-110), y el efecto de materia, de superficie es evidentemente muy diferente; en lugar de la primera Mademoiselle Pogany (su amante y amiga) en bronce de 1913 (ver arriba), fotografió esta primera versión en mármol de 1912 (Pompidou n° 94 en negativo; Schneider n°50; Imbert n°42), y de nuevo no sabríamos comparar la inquietante singularidad de la foto de Grigorescu con el aspecto diáfano y la luz interior de la de Brancusi. Únicamente la Sabiduría de la Tierra, su primera escultura tallada, fue, salvo error, fotografiada por él (Imbert n°22 y 23, aparentemente dos impresiones de un mismo negativo; aquí al lado) y por Grigorescu: las fotos de Brancusi, con fondo claro, acentúan la geometría, la incorporación del cuerpo en el bloque, y la textura misma de la piedra. La primera foto de Grigorescu (aquí arriba) al contrario, hace emerger del fondo negro una criatura casi alucinada, cuyas formas van subrayadas por un brutal juego de luces y de sombras; la segunda, un primer plano sobre el muslo, muestra el grano de la piedra; la tercera, de espalda (más arriba), muestra la incisión dorsal, larga y profunda, como una rasgadura. Grigorescu parece privilegiar el drama, la expresividad, la sensación háptica; mientras que Brancusi es aquí, singularmente sobrio, Grigorescu es trágico y fascinante. 

Constantin Brancusi, La Columna del Infinito, foto hacia 1938, negativo con gelatina-bromurp de plata sobre vidrio (contratipo d’e un fotograma de película 35mm), 18×13 cm (Schneider pág 72, Penders pág 15)

Es en Târgu Jiu principalmente que podemos confrontar los dos fotógrafos con la Columna Infinita. Aparentemente Brancusi fotografió poco los otros dos conjuntos, de los que sólo encuentro rastro en Imbert: la maqueta de la Puerta del Beso sobreexpuesta, con relieves aplastados (n°57), mientras que las fotografías de Grigorescu restituyen muy bien el relieve y la profundidad (más arriba), y una Mesa del Silencio fotografiada de manera bastante banal (n°56) comparada con la composición nocturna fantástica de Grigorescu (más arriba). Bueno, miremos las Columnas infinitas, la de Târgu Jiu, no la de Voulangis). Muchas de las fotografías de Brancusi son en realidad fotogramas de sus películas (9 de cada 10 imágenes del catálogo de Pompidou; también Schneider n°30), y por ello son más bien planas, de no muy buena definición, lo que les da un carácter más abstracto, menos realista; en cambio, el montage de tres fotogramas, uno sobre otro (Pompidou 160, 162, 164-170) da naturalmente una impresión de infinito que va al cielo. Mientras dos de sus (verdaderas) fotografías de plano amplio (Schneider 56, Imbert 58) son mucho mejor documentadas, otra (Imbert n°59) delante de un cielo nublado está mucho mejor compuesta. Y la fotografía más impresionante de la serie (Schneider n°34, Penders n°2; aquí arriba) muestra la parte de arriba de la columna con un fondo de cielo tormentoso (como lo hizo para Voulangis, por ejemplo, para la portada del catálogo Pompidou), pero es en realidad el contratipo de un fotograma sacado de su película. Frente a la relativa sobriedad de las fotografías de Brancusi, Grigorescu realizó 14 fotografías que en su mayoría (salvo un primer plano de una de las churingas), muestran, con un fondo nublado, la columna en contrapicado que se eleva hacia el cielo. Ese punto de vista, la puesta en escena dramática, la traducción fotográfica del simbolismo de la columna expresan una preocupación más expresionista, más mística, podríamos decir.

Dan Er. Grigorescu, Brancusi, Columna del Infinito, 1937-38, hierro fundido metalizado, Parque de Târgu Jiu; pág 85

Podemos concluir entonces que tanto las fotografías de Grigorescu como el texto de Haulica sitúan a Brancusi en un universo marcado no solamente por la pureza y la sencillez modernistas usuales, sino también por un vínculo fuerte con las fuerzas de la naturaleza, por una metafísica de raíces paganas y fetichistas, y por una unión esotérica entre terrestre y celeste. Este libro nos entrega entonces una lectura un poco diferente y apasionante de la obra de Brancusi. 

Libro recibido en servicio de prensa.

Mujeres Fotógrafas: La Parte del Talento

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30 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Femmes Photographes n°7, diciembre de 2019. Foto de Marinka Masséus, World Indigenous Games, 2015, Brésil

El séptimo número de la excelente revista bianual Femmes Photographes -mujeres fotógrafas- salió en diciembre, la leo con interés desde que empezaron (casi... si alguien tuviera el número 1...). ¿Porqué es una revista excelente? Primero porque presenta las obras de fotógrafas talentosas. Poco importa que en su mayoría salgan de Arles, de la ENSBA, o de otras formaciones de renombre; todas son profesionales reconocidas y no segundonas que han hecho fotografía a falta de algo mejor. Entre ellas, sigo el trabajo de algunas desde ya hace tiempo (y he escrito sobre ellas): Brigitte Bauer, Agnès Geoffray,Estefania Penafiel Loaiza, Laurie Dall’Ava, Marina Gadonneix, Juliette Agnel, Hélène Langlois, …


Dina Oganova, série #MeToo, revue n°7, p.60-61

En este número, se trata, como en el anterior, de las relaciones entre poder y resistencia, cuestionando en particular, las relaciones de ellas con el poder y su lucha contra la «sobrepotencia y la representación hegemónica». Por ejemplo el trabajo de Stefanie Zofia Schulz, sobre jóvenes migrantes en Alemania, el de Olivia Gay sobre las prisioneras, el de Marcela Bruna sobre la prohibición del aborto en Chile; son tres conjuntos que no solamente presentan una situación sino que la cuestionan y la muestran a través, y gracias a la imagen misma (por ejemplo los ataúdes de gemelas de Marcela Bruna). Dina Oganova realizó un muy buen trabajo, refinado, sobre el acoso sexual y las violencias en Georgia con la intensidad latente de los retratos borrados comparados con los lugares de la violencia (mientras que el trabajo sobre los feminicidios en Francia es simplemente documental). También tenemos el relato conmovedor con palabras e imágenes por Estelle Lagarde, de su lucha contra el cancer  y las imágenes pixelizadas de Kim Ian Nguyên Thi, personas que disimulan sus caras como si fuera un memorial de la dominación, sobre las cuales palabras y verbos nos permiten proyectarnos. La foto de portada (arriba), por Marinka Masséusrepresenta a unos atletas durante los Juegos mundiales de los pueblos indígenas (en Tocantins en 2015): son unas fotos hechas a velocidad lenta, por lo tanto borrosas, que combinan evocación de la fuerza y de la velocidad de los deportistas con una preocupación por su evanescenia, su desaparición; no sabríamos fusionar mejor discurso político y composición estética. 

Teresa Suarez, Muna Mohammed, série Femmes plombières pour un pays sans eau, revue n°6, p.41

Lo que sobresale desde el principio es que en la gran mayoría de los trabajos presentados es que estas mujeres fotógrafas están conectadas con el mundo. No son prisioneras de una burbuja centrada sobre sí misma y cerrada, en su trabajo se notan los problemas del mundo real, ya sea el racismo, las migraciones, las guerras, las clases. Que sus obras estén situadas o no bajo el concepto (en el que se pone de todo) de interseccionalidad, no son ni etéreas ni insustanciales como tantas otras. Y la revista tiene también bastantes textos de calidad (por ejemplo, en el número 6, una entrevista  apasionante con la autora y editora del libro Vagabondes sobre las «escuelas de preservación»). Así, entre otros, en los números anteriores, la dignidad de las combatientes kurdas fotógrafas por Aude Osnowycz (otra cosa que Fourest...), la seguridad de las plomeras jordanas que llevan con orgullo el velo (incluso como aquí el niqab) y se afirman como libres frente al objetivo de Teresa Suarez, las exposiciones múltiples de Daniella Zalcman que expresan metafóricamente la identidad fraccionada de autóctonas indígenas canadienses, los altos alpinos de solidaridad con los migrantes de Valentina Camu y Rose Lecat, los refugiados del Aquarius con Maud Veith (de quien había admirado también las imágenes de Palestina), los crímenes reconstituidos de Azadeh Akhlagi (mencionada en mi reseña sobre Katalog), la serie Suspect sobre la ausencia y el cuerpo de Isabelle Gresser (abajo), los cuerpos de los SDF -habitantes de la calle- Dormeuses de Nicole Miquel, y tantas otras... es raro que uno se decepcione: no hay imágenes militantes sin calidad como tantas otras en otros lugares; tener un discurso político va de la mano con la inteligencia para hacer fotografías inteligentes. 

Isabelle Gressier, série Suspect (n°4 : image similaire)

En fin, su afirmación como mujeres fotógrafas procede de una constatación muy clara, como lo dice el texto de las fundadoras: «aquí no se trata de oponer los géneros, los seres o las visiones, sino de remediar la invisibilidad recurrente de una parte de la población, de sus vivencias y percepciones con el fin de darle vida a la diversidad del mundo con su realidad y a su justo valor.» Es una afirmación como mujeres fotógrafas, por su talento y no por contabilidades mezquinas; es su talento lo que hace que en el universo a menudo machista de las ferias, festivales y premios, ellas encuentren su lugar (por otro lado, no creo que una sola de ellas haya estado por ejemplo en la última feria fotofever, un lugar que ha preferido la paridad militante antes que la calidad); es su talento lo que hace que se les mire, es su afirmación sólida sin necesidad de ofensas lo que hace que las escuchemos. Nadie dirá de ellas: «un poco breve en cuanto a la reflexión». Representan una forma de profundización en el campo de la creación fotográfica, del trabajo más documental emprendido por la página AWARE. No obstante, como lo decía yo hace poco, algunas recriminaciones de grupúsculos, en Francia no vemos trabajos críticos de primer plano sobre las especificidades temáticas y estéticas de la fotografía femenina (la existencia de un «female gaze», la problemática Girl on Girl, la «panty photography»), podemos en cambio estar orgullosos y felices de tener una revista de excelente calidad por y para mujeres fotógrafas de talento, que están, completamente al nivel intelectual y estético de los otros grupos de Fast Forward. 
Hasta el próximo número. 


Resumen diciembre 2019 (y algunos libros)

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31 de diciembre de 2019, por Lunettes Rouges




Este mes 8 reseñas


Libros recibidos como regalo

Hakima El DjoudiL’Armée des Ombres, 2019, Silvana; catálogo de una exposición en 2016-2017 en la FRAC Córcega que mostraba el trabajo del artista desde hace 15 años, con, entre otros, un texto de Pascaline Vallée. Grandes cantidades de billetes de banco, transformados en objetos decorativos al tiempo que se afirma el poderío, algunas enseñas luminosas, y también retratos de espahís, una instalación de sulkies : obras (instalaciones, videos y películas) que cuestionan nuestra mirada, nuestra relación con lo real, entre evidencia e inmaterialidad.

Alberto Vieceli, Holding the Camera, 2019, everyedition (Zurich) & Spector Books (Leipzig), bilingüe inglés/alemán. Durante 4 años, Alberto Vieceli reunió más de 700 imágenes que muestran el acto de fotografiar, le gesto del fotógrafo (solamente aparatos analógicos; ningún teléfono inteligente); esas imágenes proceden de manuales técnicos o de revistas fotográficas. 330 de entre ellas se han retomado y catalogado debidamente en 26 categorías en este libro (una para cada letra del alfabeto) según la manera de tener el aparato (cerrando el otro ojo, como un cíclope, disimulando el aparato, etc.), la más corta (3 imágenes) es la sección O « Shielding the Light », y la más larga (21 imágenes) la sección P « Shooting with Artificial Light ». Mis preferidas son las secciones N « Holding without Photographers » y T « Stalking and Shooting », y también la imagen bonus #2 en la que el fotógrafo tiene los ojos vendados. Introducción (bilingüe) por Nadine Olonetzky, inspirada por Flusser. Y, tal como ella observa, sin contar a unos treinta japoneses (tecnología obliga), todos los modelos son blancos: ni negros, ni árabes, ni nada. En cambio hay más mujeres (125) que hombres (100), aunque el prefacio escrito por una mujer, denuncia la dominación masculina en la fotografía, cita a Anne Collier. 

Marwan T. Assaf, El tema fotográfico más allá de la muerte en las obras de Nan Goldin y Julia Margaret Cameron, 2019, The Eyes. Este coleccionista y curador libanés vuelve sobre el tema de la representación de personas muertas, con dos portafolios, el de Cookie Mueller por Nan Goldin y el de Alfred, Lord Tennyson por Julia Margaret Cameron. Aunque cita ampliamente a Barthes, Sontag, Benjamin, Derrida, Kracauer y hasta al desconocido Eduardo Cadava, su aporte original viene del teólogo originario de Kenia, John Mbiti: la diferencia entre el estado de Sasa (un muerto de quien los vivos se acuerdan todavía, como Cookie) y el estado Zamani (un muerto, no olvidado, sino transformado en monumento histórico que para los vivos ya no es un ser humano aún presente en las memorias, sino un símbolo, una figura, como Tennyson). Con 13 fotos de Nan Goldin (que presentan en dobles páginas lo que es una pena pues desaparecen en el pliegue del libro, error grave de composición) y otras 13 de Cameron, en página simple mucho más visibles.  

Número de Navidad (237) de la revista Aperture sobre la espiritualidad, editado por Wolfang Tillmans en el que incluye uno de sus portafolios y una entrevista con el filósofo Martin Hägglund. Hay también, entre otros, portafolios de Minor White (se interesó mucho por el ocultismo y Gurdjieff), de Susan Hiller (Rough Seas; que se interpreta espiritista y erótica) y de Santu Mofokeng (excelente), y un artículo muy interesante de la primera foto de un agujero negro. El mejor ensayo es sin duda el de David Campany, «Looking for Transcendance» sobre la espiritualidad en fotografía, entre lo ridículo y el fraude (los espiritistas) y lo sublime (los Celestógrafos de Strindberg, Los Equivalents de Stieglitz). 

Negociaciones, una publicación común entre la ENS Lyon y la ENSP Arles, que acompaña una exposición en la ENSP en el otoño 2019: exploración de los vínculos entre imagen y poesía durante un periplo de ocho estudiantes entre La Chaise-Dieu et le Lubéron.

Otros libros 

Guillaume Bonnel & Danièle Méaux, Anatomie d’une ville, -Anatomía de una ciudad- Filigranes, 2019, 136 páginas, 25€. El fotógrafo Guillaume Bonnel pasó un año en Saint-Etienne, deambulando, impregnándose de la ciudad, dialogando con la historiadora de la fotografía Danièle Méaux de la Universidad de Saint-Etienne y con geógrafos, sociólogos y urbanistas. De esta ciudad (poco fotografiada hoy, hay que decirlo: Jean-Louis Schoellkopf, Valérie JouveYves Bresson; a pesar de que tuvimos a Félix Thiollier e Ito Josué), hizo un retrato morfológico: vistas urbanas, no de monumentos sino de lugares normales, casi sin presencia humana, con, la mayoría de las veces, varios puntos de vista del mismo lugar, en campo contracampo (y, pag 22/23, el lugar en donde crecí). Además, como segunda parte, 16 «racimos» de 16 imágenes cada una entorno a palabras clave: acumulación, cerca, bricolaje, declive, escalonamiento, ruptura, saturación, vacío, cuya lista construye también implícitamente un retrato de la ciudad. En introducción un texto ilustrativo de Danièle Méaux sobre este enfoque, situa el trabajo en la historia del urbanismo de la ciudad y analiza formalmente las imágenes (traducido al inglés). 


Los muertos de Christian Boltanski

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2 de enero de 2020, por Lunettes Rouges





Christian Boltanski, La Dernière danse, 2004 (en primer plano, Les Regards, 2011)

En la exposición de Christian Boltanski en Pompidou (hasta el 16 de marzo), solo vemos muertos. El único vivo es el artista, salvo error, y su hermano, representado escupiendo su sangre y prácticamente agonisante en un video de juventud, desde la entrada (L’Homme qui Tousse, 1969 -El Hombre que Tose-). Es verdad que no hay cadáveres, salvo algunos, disimulados detrás de un velo  negro que no nos atrevemos a levantar (Les Concessions, 1996 -Las Concesiones-), y por todas partes, desaparecidos. Algunos son evocados de manera simplista, con solamente las fechas de nacimiento y muerte (Mes Morts 2002 -Mis Muertos-) pero la mayoría son retratos de desaparecidos o presumidos como tales:  les Suisses Morts (1990) -los Suizos Muertos-, claro,  le Grand-père (1974), -el Abuelo-, los verdugos y las víctimas reunidos (Menschlich, 1994 y Les Portants, 2000), les Tombeaux (1996)- Tumbas-, la Dernière danse -la Última danza- (dos jóvenes rumanos judíos bailando antes del naufragio de su barco para Palestina, 2004, aquí arriba) y, en frente, ocurrencia rara, los padres del artista (Sentimental Père-Mère de C.B., 2000), se ven apenas detrás de las bombillas de color. 

Christian Boltanski, Crépuscule, 2015 (el 9/11/19)

Es difícil escapar de la omnipresencia del dolor y de la muerte. Hasta los recuerdos que podrían ser agradables se coloran de tragedia, evocan duelos y desaparecidos, ya sean los niños del Club Mickey en 1955 (1972), la famille D. entre 1939 y 1954 (1971) o lo empleados del Grand Hornu entre 1920 y 1940 (1997). Les Véroniques (1996) parecen ataúdes, los Reliquaires (1990) monumentos funerarios. En la obra Crépuscule (2015, aquí arriba, antes del principio de la exposición), cada día se apaga una bombilla: al final de la exposición, la pieza se pondrá oscura, la muerte estará presente. El tiempo pasa, la existencia es inestable. La exposición se intitula «Faire son temps» (algo así como Cumplir o completar su ciclo), un título dolorosamente ambiguo. Les battements de Coeur (2015) -latidos del Corazón- son en verdad la señal de una vida, pero escucharlos hace pensar en un acto médico, lo que no es una casualidad, busca detectar alguna malformación, una posible enfermedad mortal; y su archivo en una isla japonesa creó un lugar de peregrinación y de nueva conexión con los parientes difuntos de quienes acabamos de escuchar el corazón. 

Christian Boltanski, Entre-temps, 2003 (y a la izquierda vista parcial del Club Mickey, 1972)

La escenografía de la exposición es espectacular (tal vez demasiado; el Départ et de l’Arrivée, 2015 no era necesario): se pasa una barrera (en la cual se proyecta la cara del artista: Entre-temps, 2003, aquí arriba), seguimos por un pasillo oscuro, luego por un laberinto de velos blancos agitados muy suavemente por ventiladores (Les Regards, 2011 -Las Miradas-), se llega a la luz en donde los Suizos muertos montan la guardia ante el paisaje parisino, de ahí se pasa a la búsqueda del canto de las ballenas (Misterios, 2017) pero nos chocamos con un esqueleto de ballena encallada (abajo), luego entramos de nuevo en la oscuridad hasta el montón de ropa (pequeño comparado con el del Grand Palais) del Terril Grand Hornu (2015) antes de fijarnos en los dos videos luminosos Animitas (2014 y 2017): recuerdan las estelas en las orillas de las carreteras en donde alguien ha muerto por accidente. La exposición es en sí una obra: no se visita, se está adentro. 

Christian Boltanski, Misterios, 2017

Casi todo es fúnebre pero nada es violento (excepto el video del Hombre que tose). Se instala una forma de familiaridad con la muerte que ya no parece un traumatismo brutal, sino que se vuelve casi una compañera esperada y aceptada. Probablemente un joven o una joven reaccionen de manera diferente, pero a mí, que soy menor que él 4 años, esta exposición me tranquiliza.

Fotos 1&3 del autor; foto 2 cortesía del Centro Pompidou. 

Greco, pintor de otros lugares

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le 3 janvier de 2020, por Lunettes Rouges




Greco, Expulsión de los mercaderes del Templo, 1610-14, Madrid, iglesia San Ginès de Arles, óleo sobre lienzo, 106x104cm

Hay muchísimas formas de hablar de la exposición del Greco en el Grand Palais (hasta el 10 de febrero), podemos hablar de influencias, de formas y colores, podemos hablar de su combinación de inventos y de variaciones, numerosas (y una de las salas presenta 4 versiones de la Expulsión de los mercaderes del Templo, de 1570 a 1610/14, muy interesantes de comparar), podemos hablar de su taller y de su «modelo económico» en Toledo al final de su vida, y todo ello, el catálogo y la exposición lo hacen muy bien. Pero cómo hablar de lo que impresiona al espectador ante un lienzo del Greco, cómo hablar de su originalidad, de su unicidad, que presentimos enseguida pero que es imposible explicar en términos racionales, sino con chorradas (astigmatismo) o pedanterías.

Greco, San Lucas pintando a la Virgen, 1560-66, Atenas, Museo Bennaki, tempera y oro sobre lienzo marouflée sur bois, 41x33cm

Entonces habrá que salirse de todo ese racional, de lo científico, de lo demasiado definido, para tomar atajos con el riesgo de pederse y de que cualquier sabio nos reoriente. Para mí (y el libro del pintor Jean-Paul Marcheschi lo ha motivado, sin duda porque es un artista y no un historiador de arte), hay que hablar de lugares abandonados, de tierras abandonadas, de identidades fracturadas. Nacido en Creta, lugar extraño y singular, en la frontera de Occidente aunque la isla perteneciera a Venecia, Domenikos Theotokopoulos (hijo de la madre de Dios) es un isleño que durante 25 años estuvo limitado por un horizonte marino. Pintor excepcional de iconos (en la exposición, un San Lucas pintando a la Virgen), probablemente aquel universo demasiado cerrado, tanto geográfica como culturalmente no lo satisface y (¿sobre todo?) con códigos de composición pictórica e iconográfica que gobiernan su oficio de pintor. .¿Sería un primer fracaso? digamos, una huida, una salida. 

Greco, Retrato del cardenal Niño de Guevara, hacia 1600, NYC, Metropolitan, óleo sobre lienzo, 171x108cm

A los 26 años se va para Venecia, ciudad abierta sobre el mar y capital. Pictóricamente su pintura de iconos recuerda la época de Cimabue, tres siglos antes, tres siglos «que compensar»: confrontado a la pintura veneciana (de la que podemos suponer ¿sabía poca cosa en Candia?) cae primero en una especie de catalepsia y deja de pintar durante un tiempo. Además, pierde su nombre impronunciable para convertirse en «El Greco»; abandona su idioma, su alfabeto, su cultura, quizás su religión, se asimila y se integra. Cuando se «mejora» de esa fractura radical, cuando comprende de que está realmente en otro mundo, se pone a imitar y a copiar: ¿qué otra cosa puede hacer? ¿Y, qué fracaso o qué deseo hace que se vaya de Venecia al cabo de solamente tres años? Quizás por no querer ser el inmigrante llegado de la colonia cretense y salir de su condición. En todo caso se va llevándose en la memoria al Tiziano y a Tintoreto. 

Greco, El Soplón, joven soplando 1569-70, Madrid, col. Colomer, óleo sobre lienzo, 60×50.8cm

¿Habrá pasado brevemente por Florencia? El Greco se instala en Roma en 1570, a los 29 años: oportunidad de trabajo en la sede del papado, deseo de frecuentar a otros artistas, esperanza de encontrar su propio estilo, todo ello sin duda. Nuevo exilio, hay que encontrar nuevos puntos de referencia. Allí también es borrado su nombre (y se inscribe en la Compañía de San Lucas como «Dominico Greco»), su cultura queda oculta y tiene que adaptarse. Pero ni clientes regulares, ni pedidos públicos y la arrogancia de querer borrar la Sixtina y sobrepasar a Miguel Ángel, una arrogancia que le causa algunos problemas (pero puede que sea una leyenda). Nuevo fracaso, tiene que irse de nuevo después de siete años. Se va para España gracias al confesor del Rey. Se va con el pintor italiano Francisco Preboste, de quien algunos (Arrabal) dicen que fue su amante. 

Greco, Marie-Madeleine Pénitente, 1576-77, Budapest, museo Szepmuveszeti, óleo sobre lienzo, 157x121cm

Madrid es entonces la capital del país más rico, nuevo exilio en 1577. Se queda Greco (y no griego), pero la firma en sus cuadros será siempre su nombre de nacimiento en caracteres griegos, una afirmación orgullosa y disidente de su diferencia (además, no tenía ningún libro en español en su biblioteca). Intenta agradarle al Rey (Felipe II), pero posiblemente no se sienta cómodo con su futuro de cortesano, pues muy rápidamente va y viene entre Toledo y Madrid. Sus esperanzas madrileñas se derrumban en 1580/82 con el fracaso del Martirio de San Mauricio, encargado por el Rey pero juzgado poco conforme con los imperativos del Concilio de Trento de los cuadros, que debían incitar a la oración: el impertinente Cocteau lo describió como «un macizo de vergas erectas» ...

Greco, Matrimonio de la Virgen, hacia 1600, Bucarest, Museo Nacional, óleo sobre lienzo, 110x83cm

Puesto que no es Madrid entonces Toledo, una ciudad áspera y dura, que desde hace dieciséis años ya no es la capital del Imperio, y alejada entonces de las intrigas de la corte y de los modelos obligados. Ciudad de religión, de mística, de éxtasis con Teresa de Ávila y Juan de la Cruz; ciudad al margen dentro de su orgulloso aislamiento. Es entonces una ciudad en la que con un poco de habilidad se puede vivir al margen, desobedecer a las reglas, invertir los papeles, ser un maestro de la ambigüedad, en pintura como en la vida. Tiene un hijo con una aristócrata en 1578 y sigue su relación con Preboste. Arrabal, siempre atrevido, lista con complacencia todas las inversiones en sus cuadros, inversión geográfica (en la Vista de Toledo, el primero-o segundo- «verdadero» paisaje, sin pretexto, sin humanos), inversión religiosa (una menorá en la Alegoría del Orden de los Camaldulenses), inversión sexual (¿onanismo de San Jerónimo¿foot fuckingen en la Resurrección del Prado¿pastores adorando un falo camuflado en el hocico de una vaca en el cuadro del Prado?) No obstante las obsesiones de Arrabal, de lo que se trata, es de hacer un arte ajeno a los códigos, desconcertante, en ruptura. El exiliado siente quizás resurgir en él su Creta natal; al otro extremo de los códigos icónicos puede darle rienda suelta a su furor, su violencia, a su ocurrencia. Puede temblar y hacernos temblar (Ortega y Gasset despectivo habla de crisis de nervios y de espasmo). Sabe hacer fluctuar la frontera entre real e imaginario, y es en aquel retiro de Toledo en donde lo puede hacer al fin. 

Greco, Visión de San Juan o del Apocalipsis, 1610-14, NYC, Metropolitan; óleo sobre lienzo, 222.3x193cm

Son sus últimos cuadros los que hay que ver para entrar en ese mundo, en aquella locura controlada, en aquella rabia creadora. Es una pena pues en esta exposición aunque bastante completa no se ven ni la Vista de Toledo invertida, ni el Laocoonte atormentado, ni la Adoración de los Pastores del Prado (solamente la de Fundación Bottin, menos compleja). Se puede uno quedar durante horas ante la Visión de San Juan, o Apertura del quinto sello del Apocalipsis, escena incomprensible incluso con la ayuda del Apocalipsis (6, 9-10), imposible de entender. El lienzo fue conocido también como Amor divino y amor profano, y se entendía como una alegoría de la tentación sexual. Los que flotan en ese caos delante del santo de pelvis desmedida arrodillado levantando los brazos al cielo, son cuerpos resucitados. Poco importa, de hecho. Es una de las obras finales de un pintor que ya no tiene patria, ni idioma, ni nombre, ni anclaje y que da rienda suelta a su locura creadora y puede hacerlo precisamente porque no es de ninguna parte y de otra parte: quizás sea el primero que lo hace, el primero que rompe así los límites. Es posiblemente por eso que Cézanne, Chagall, Picasso y algunos otros se quedaron sin voz cuando vieron este cuadro en casa de Ignacio Zuloaga (aquella exposición mostraba los vínculos entre el Greco y el modernismo, y también). 


¿La fotografía útil? (Oriol Maspons)

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6 de enero de 2020, por Lunettes Rouges





Oriol Maspons, Cadaquès, 1952

Del fotógrafo catalán Oriol Maspons (1928-2013), hasta ahora solamente conocía esta imagen de dos guardias civiles controlando a un sospechoso (?) en Cadaqués en 1952, cuando empezaba. Su obra fue esencialmente documental y de reportaje, ilustró muchos libros y discos, trabajó en la publicidad y para la foto de moda también. 

Oriol Maspons, Ibiza, 1954

La exposición que le dedica el MNAC (hasta el 12 de enero) se intitula «la fotografía útil», que se opone a la fotografía estética, al «salonismo» que denunciaba (por ello lo excluyeron de la AFC, Agrupación Fotográfica de Cataluña). Pero mucha fotografías de Maspons demuestran a pesar de todo una búsqueda estética profunda que sobrepasa el puro utilitarismo, como esta casa de Ibiza, o como sus vistas «constructivistas» de la Torre Eiffel.

Magazine Interviu, fotos de Oriol Maspons

Lo que me extraña es que este hombre que vivió el franquismo y luego la movida, haya hecho una obra casi totalmente apolítica: en su trabajo hay pocas huellas de la situación económica y social del país, no afirma una posición. El único momento en que algo sale de su neutralidad es cuando, trabajando para la revista «gonzo» Interviú, militantes feministas destrozan su estudio en 1977: no le volvería a pasar.

Oriol Maspons, Paris, 1955

Esta breve reseña no es sino una crítica muy superficial de su trabajo, muy poco conocido fuera de Cataluña. Vive en Paris en 1955/56, y frecuenta el Club 30x40: fotografía escenas de la calle, la Torre Eiffel, y se divierte un poco (aquí arriba).

Fotos 1, 3 & 4 del autor.

Potential History. Unlearning Imperialism (Ariella Aïsha Azoulay) 1/2

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9 de enero de 2020, por Lunettes Rouges



Ariella Aïsha Azoulay, Potential History. Unlearning Imperialism, Verso Books, 2019

Es una tarea compleja la recensión del último libro de Ariella Aïcha Azoulay (Verso Books, 2019, 634 páginas, en inglés) y de su exposición Errata, que vimos en Barcelona justo antes de que cerrara (el 12 de enero). Complejo porque el pensamiento de AA Azoulay apenas si es catalogable: no es un libro de historia propiamente dicho, sino más bien un libro de reflexión política y filosófica sobre la historia; no es una exposición propiamente dicha, sino más bien un archivo que se recorre. La autora evoca a Hannah Arendt (p.311-314) a propósito del juicio Eichmann, y en efecto se trata de una referencia que hay que guardar en mente. Es el primer libro que escribe en inglés (los otros fueron traducidos del hebreo), y su estilo compromete al lector, lo increpa, lo invita a imaginar (en las secciones intermediarias entre los capítulos, invita a los fotógrafos, a los historiadores, al personal de los museos, a que se pongan en huelga contra el imperialismo). Interesante también leer su texto en la página del museo de Winterthur. Por mis intereses y competencias me voy a concentrar aquí sobre la fotografía y los museos, menos sobre la filosofía política (como por ejemplo sus reflexiones sobre el pasado, el presente y el futuro de la noción de progreso, pág. 20), que otros sabrán tratar mejor que yo.

Ariella Aïsha Azoulay, Civil Alliances, Palestine 1947-48, photogramme du film, 2012

Pero hablemos primero de la autora quien, con este libro, adquiere otro nombre, Aïsha, el nombre de su abuela paterna, judía tradicional de lengua árabe, natural de Argelia, que su padre había ocultado completamente, con deseos de hacerse pasar ante todo el mundo por judío francés y no por judío magrebí. Habiendo descubierto ese nombre solamente después de la muerte de su padre, Ariella decidió llamarse también Aïsha (p.13-15). Ya había escrito un texto conmovedor sobre su relación con las lenguas y las culturas de sus padres (su madre, sabra, pero hija de una judía búlgara que hablaba ladino). Su abuela Aïsha le da la ocasión aquí de hablar de la «violencia imperial» del decreto Crémieux de 1870 (y no 1872, p.15; el gobierno provisional estaba entonces en Tours, huyendo de la avanzada alemana sobre Paris y las premisas de la Comuna), que transformó a los «israelitas indígenas», y a ellos únicamente, en ciudadanos franceses y, escribe, destruyó un mundo, destruyó aquella cultura judéo-arabe; evoca el shutter imperial, el dispositivo que corta y separa. De paso veo la diferencia con Didi-Huberman, quien en su último libro (Pour commencer encore, p.146) escribe que, luego de la abolición del decreto Crémieux por el gobierno de Vichy, «todo joven judío en Argelia [en este caso el joven Derrida] se volvía de repente extranjero en su propio país» mientras que para Azoulay, fue el decreto Crémieux el que hizo que los judíos de Argelia se volvieran extranjeros en su propio país. La ciudadanía imperial, otorgada a las minorías, a los judíos, a las mujeres, a la gente de color, como símbolo de progreso, permitió que se olvidara la destrucción que precedió su emancipación (p.19): para entender, escribe ella, hay que rebobinar la historia.  

Caja en marquetería robada en Deir Yassin

Azoulay (que había tenido que irse de la universidad Bar-Ilan, es actualmente profesora en Brown University) escribió este libro, dice, en parte por su rechazo a «ser israelí», a pensar como una israelí, a identificarse o que la identifiquen como israelí (p.XIII). Ella nació ciudadana pero su madre no y para que su madre pudiera volverse ciudadana una minoría sionista armada expulsó a la mayoría de los ciudadanos del país. Los habitantes judíos, espectadores pasivos y a menudo reticentes, se han vuelto actores, perpetradores, forzados a ver la violencia como una seguridad, como una alegría (p.380-383). Y, como ya lo ha expuesto, en 1947 había numerosos acuerdos entre judíos y palestinos para protegerse mutuamente de la violencia, acuerdos ausentes de las historias sionistas; cita en particular aquel entre Deir Yassin y Giv’at Shaul, muy explícito. La exposición tiene una sección sobre el tema, Potential History of Palestine, que lleva un librito y su película Civil Alliance (52′, arriba). La caja de marquetería aquí arriba lo ilustra: se la robó un miembro de las milicias sionistas durante la destrucción de Deir Yassin y la masacre de sus habitantes; fue conservada durante mucho tiempo como un trofeo y ahora le pertenece a Azoulay que ve en ello un embrión de la futura reescritura de la historia potencial. Sobre el tema ver también el trabajo de Uriel Orlow

Miki Kratsman, Wanted #1 (Zakaria Zubeidi), 2007; no está en la exposición

Azoulay ya ha escrito sobre la ontología política de la fotografía (The Civil Contract of Photography,Civil Imagination), que sitúa aquí como un elemento de la tecnología imperial (p.XV). Aboga para que desaprendamos la fotografía, que no la reduzcamos a la imagen producida y para que entendamos su régimen imperial. Ya, según el discurso de Arago en la Cámara el 3 de julio de 1839, los objetos esperan que los reproduzcan, las imágenes del mundo se deben mostrar a una audiencia selectiva y «la codicia de los árabes privó el mundo docto»; Walter Benjamin (ver los comentarios aquí) retoma algunas ideas similares sobre el progreso y la necesidad de la reproducción (p.3-5). Frente a ese régimen imperial, Azoulay incita al desafío y cita la fotografía que Zakaria Zubeidi, uno de los jefes de la resistencia palestina, que encabeza la lista de los que están en la mira, y cuyos rasgos eran desconocidos hasta ahora, (a Tali Fahima la encarcelaron sólo por haberlo visto en la clandestinidad), y le pide a Miki Krastman que consiga una fotografía no tomada sino regalada. Es una fotografía que le pide a los ciudadanos israelíes que actúen de una manera diferente de la que el poder imperial les ha otorgado, una fotografía que se opone a la voluntad imperial presente en las fotografías del poder (p.126-128).

Ariella Aïsha Azoulay, The Natural History of Rape, vista de la exposición, foto del autor

La autora diferencia (p.370) tres tipos de fotografías potenciales para desaprender el imperialismo: las que no han sido tomadas, las que son inaccesibles y las que no son mostrables. En cuanto a las que no han sido tomadas, de actos (crímenes) de los que existen descripciones verbales, testimonios, dibujos, incluso «re-enactments», Azoulay dedica varias páginas (p.236-267) por ejemplo a las violaciones de centenares (quizás dos millones) de alemanas durante la primavera de 1945 por parte de los soldados aliados (rusos y también occidentales, ver nota 114, p.255): no hay cifras incuestionables y rara vez son mencionadas en los libros (menos de 2% de las páginas, calcula), un libro de testimonio (Una Mujer en Berlin, anónimo, pero cuya autora fue identificada como Marta Hillers), pero sin imágenes. Sólo hay fotografías de los lugares de las violaciones y de los posibles autores, que hace figurar en su exposición The Natural History of Rape (con un librito), hay libros en los que ennegrece las fotos y les pone la leyenda «Untaken Photograph, May 1945, Berlin» (aquí arriba). Esta no fotografía de la violación es un signo de la violencia de orden patriarcal que se impone a los cuerpos de las mujeres vencidas (recuerda también a las mujeres rapadas en Francia, al mencionar la película y el libro de Marguerite Duras p.249-255 y la foto de Capa p.512, a propósito de las francesas violadas por GIs nota 107 p.252 y de las palestinas violadas por soldados judíos durante la Nakba, refiriéndose a su libro Civil Imagination, p.231-241).

Ariella Aïsha Azoulay, Unshowable Photographs, Many Ways not to say Deportation, Evacuation of their « own free will » foto CICR 1949)

Las fotos inaccesibles son las que quitaron con violencia del espacio público, como por ejemplo las fotografías de los crímenes de los Aliados, que deben retirarse de la vista para permitir que se instaure la distinción binaria entre violencia legítima y violencia ilegítima (p.254); solo se permiten las imágenes que van en el sentido de la paz, de los derechos del hombre, de la democracia, del nuevo orden mundial. Las demás deben desaparecer, véase la prohibición estadounidense de tomar y difundir imágenes de Hiroshima y Nagasaki (nota 106 p.251 y nota 64 p.492), o la ausencia de imágenes de las migraciones forzadas de los alemanes que sacaron de Europa Oriental (p.509-512). En cuanto a las fotografías que no son mostrables, son aquellas cuyo archivo es controlado puesto que instrumento imperial. Azoulay muestra de nuevo (en el libro p.205-209 y en la exposición con un folleto  Unshowable Photographs- Many Ways not to say Deportation) 25 dibujos que hizo en los archivos del CICR de Ginebra a partir de fotografías que documentan la implicación de la Cruz Roja en la depuración étnica de los palestinos en el momento de la Nakba: el CICR no quiso que las fotografías fueran incluidas en su libro con otra leyenda que la suya. La leyenda del CICR de la imagen de aquí arriba dice así: «Kfar Yona, primeras líneas judías. Un ex prisionero de guerra es interrogado delante de un delegado del CICR» y, debajo de esta imagen, Azoulay escribe que aquel anciano no quiere que lo expulsen, que es demasiado viejo para ser un prisionero de guerra, y que el delegado del CICR Jean Courvoisier trata junto con soldados judíos de convencerlo de que se vaya, de que se convierta en refugiado. Le quitan su tierra, su cultura y también la protección que hubiera podido esperar. Cuando en 2012 expusieron esos dibujos en el Palais de Tokyo, fueron considerados como demasiado bochornosos y los primeros días de la exposición (antes de que se protestara contra esa forma de censura) iban acompañados de un letrero que decía «Ciertos propósitos expresados en esta obra pueden herir la susceptibilidad de algunos». Otra forma de evitar decir «deportación», en las antípodas de la valentía del Jeu de Paume.

Aïm, Deüelle Lüski, Kfar Shalem Ruins, cake camera, 2010; no está en la exposición

Para concluir hoy con la dimensión fotográfica, podemos decir que para Azoulay la fotografía no es solamente una tecnología sino una práctica de las relaciones humanas, un encuentro entre personas de las cuales ninguna puede dictar sola lo que tiene que grabarse, lo que tiene que omitirse, lo que tiene que disimularse (p.366-370). Como lo había mostrado en The Civil Contract of Photography, y también en su libro Horizontal Photography sobre las fotografías horizontales de Aïm Duëlle Lüski, la fotografía es una demostración de la constitución deliberada de las políticas imperiales. Mañana, los museos, los archivos y el saqueo.


Libro recibido en servicio de prensa

Potential History. Unlearning Imperialism (Ariella Aïsha Azoulay) 2/2

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10 de enero de 2020, por Lunettes Rouges




Walker Evans, Perfect Documents, African Art, The Metropolitan Museum of Art, 1935

Otro aspecto del libro Potential History / Unlearning Imperialism de Ariella Aïsha Azoulay (Verso 2019) y de su exposición Errata en la Fundación Tapies en Barcelona (hasta el 12 de enero) está relacionado además de la fotografía con el arte, los museos y los archivos. Desde el principio dice que el arte ha sido uno de los terrenos preferidos del imperialismo (p.58): no solamente los objetos de arte fueron saqueados y las culturas fueron así desposeídas y se empobrecieron, sino que además el hecho de reducir objetos polisémicos a obras de arte, con el derecho de disecar y estudiar los mundos de otros pueblos como si fuera una materia prima (p.5), fueron violencias imperiales que se beneficiaron con la complicidad de los museos, los archivos, las universidades, elementos mayores de la racialización y de la destrucción del mundo (p.29). Los museos no son neutros ni objetivos, son (al igual que ICOM y UNESCO) agentes del poder imperial (p.64), y la violencia de las prácticas de colección, clasificación, estudio, catalogación, indexación es una violencia imperial. Azoulay dice por ejemplo de qué forma (p.176) Carl Einstein en su libro y Alfred Stieglitz en su galería 291, y en el mismo momento, despojaron las máscaras africanas de sus hilos de rafia, de sus trozos de tela, de sus clavos y alfileres, para desprenderlos de su contexto original y convertirlos sólo en objetos de arte, que luego Walker Ewans (aquí arriba) y otros, fotografiaron para presentar aquellos objetos desnudos y castrados, como «documentos perfectos» y transformarlos en objetos de museo (pensé en la manera como Gertrude Käseiber, en el mismo momento, despojaba de sus atractivos a los indios de circo para fotografiarlos). Habría que mirar esos objetos no como los presentan en los museos sino como si pertenecieran todavía a sus comunidades: objetos sobre los cuales están inscritos los derechos de las comunidades violadas (p.30).

Books not in their Right Place, vista de la exposición, f. del autor

El saqueo está asociado con el arte, no es un detalle histórico; se trató de la destrucción de un mundo y la violencia está inscrita en los objetos, haya o no habido complicidades locales con los pueblos saqueados. Pero también hubo saqueos en Occidente: Azoulay menciona (p. 85) el hecho de que los tesoros culturales judíos expoliados por los nazis no les fueron restituidos a las comunidades pues fueron juzgadas poco calificadas para conservarlos, y el 80% fue a Israel (National Library) y a los Estados Unidos (Library of Congress) como tesoros de la diáspora; es como si fuera una expulsión suplementaria del judaísmo europeo. La parte «Books not in the right place» en la exposición recuerda que aquella expoliación privó a las comunidades de un millón de libros. 

Estatuilla Pende de Maximilien Balot, 1931, no está en la exposición

Pero lo esencial trata de la expoliación de obras de arte en el tercer mundo. Su película Un-Documented – Undoing Imperial Plunder (35′) insiste sobre la diferencia entre los objetos africanos en los museos, que están «documentados» y los migrantes provenientes de los mismos países, que, están indocumentados: ¿sus derechos no están inscritos en los objetos (al igual que la violación de las alemanas estaba inscrita en las fotos de Berlín), mientras que el poder imperial quiere desasociarlos? Entre los ejemplos que da el libro tenemos el de la estatuilla de Maximilien Balot, administrador belga recolector de impuestos, asesinado por los Pende en el momento de su revuelta en 1931, es un ejemplo revelador: una vez asesinado el administrador, los Pende produjeron una escultura anti colonial cuyo objetivo preciso quedó desconocido, pero que en realidad protege su estructura social y para ellos es una forma de resistencia. Estuvo escondida durante 40 años y se convirtió en un objeto de arte museal cuando el Virginia Museum of Fine Arts (p.66-75) lo adquirió. Pero antes era un objeto cultural, religioso, guerrero, mágico. No todo debe ser imagen, no todo debe ser mostrado, desvelado. Analiza las caricaturas de Charlie Hebdo que critican el Islam y también el saqueo de Napoleón en Egipto (p.129-139), Azoulay los considera como privilegiados imperiales que invaden los espacios en los cuales se percibe la imagen diferentemente: la libertad de expresión solo le está limitada a algunos y no es neutra (p.135). El arte no es un objeto sino una forma de preocuparse por el mundo (p.108). 

Master Pieces, vue d’exposition

Y ¿qué pasó con la restitución de las obras expoliadas? La restitución no es el desagravio, es paternalista y legalista y no repara la destrucción del mundo del cual esos objetos eran los símbolos. No podemos restituir unilateralmente obras de arte como si nada (p.8-9). Los museos y los conservadores (como esta página reaccionaria) insisten sobre la inalienabilidad y la retención (p.145-146), se oponen a la restitución, separan el objeto de la violencia de su adquisición. A lo sumo aceptan prestarles a los africanos las obras que les robaron: es artwashing (p.83). Walid Raad (p.154-155) realizó una exposición y performancia sobre el tema en torno al arte árabe, y Kader Attia (que participó en una mesa redonda con AA Azoulay) también ha trabajado sobre las reparaciones. Por el contrario, las obras de arte confiscadas en Alemania después de la guerra (lo que la sección Master Pieces muestra en la exposición) le fueron restituidas, no sin debatir, luego de exposiciones en Estados Unidos, pues había que darle de nuevo a Alemania un lugar como poder imperial (p.492-495). 

Enough! Claiming Rights, vista de la exposición, f. del autor

Ese poder imperial que los museos ejercen sobre los objetos de arte, los archivos se lo aplican a los documentos. El archivo no es solamente una institución, es ante todo un régimen que facilita la expulsión, la deportación, la coerción, la esclavitud (y su indenture), el saqueo de la riqueza y de los recursos de trabajo (p.170), es un shutter, un obturador que define quién forma parte de la comunidad y quién no, se sitúa del lado del poder imperial siendo la víctima. El archivo no es neutro, es la base de un régimen de violencia que separa los documentos de sus gentes y de sus mundos. Los archivos estadounidenses niegan los derechos de los esclavos y de sus descendientes, los archivos israelíes niegan el derecho de los palestinos (inmigrantes ilegales infiltrados, cuando quieren volver a su país), los archivos occidentales niegan los derechos de los ex colonizados y de sus hijos. Las vitrinas de la exposición (Errata-Imperial Publications) muestran cómo se inscribe el poder imperial en los libros y documentos. En fin, otra sección, ¡Enough! Claiming Rights, muestra el contraste entre la visión de los derechos del hombre según un conjunto de hojas producidas por la UNESCO en 1950, y, perpendicularmente, la realidad de esos derechos, o mejor de su ausencia cuando los pueblos los reclaman. 

Errata – Imperial Publications, vista de la exposición, f. Roberto Ruiz

¿Cómo concluir? Es un libro denso de 600 páginas, en el cual se enfoca el mismo tema desde diferentes ángulos a lo largo de los capítulos y se necesita una gran concentración por parte del lector (ver este vídeo y este); la exposición es compleja, no se puede ver todo, leer todo ni entender todo ( ver estos siete vídeos cortos y el octavo). Aunque no sea históricamente exhaustivo, el análisis tiende a demostrar que nuestras instituciones más respetables (museos, archivos, universidades) son instrumentos del orden imperial y que nosotros estamos enrolados para ser los perpetradores pues tememos ser las víctimas, al igual que los Pilgrim les temían a los indios y entonces hicieron un genocidio, los esclavizadores temían que los esclavos se sublevaran y los masacraron, los judíos israelíes les temían a los palestinos entonces los expulsaron. Y los ciudadanos que intentan no ser perpetradores son acusados de ser pacifistas, ingenuos, soñadores, incluso traidores e hipócritas, y no son vistos como personas que también reclaman derechos (p.524-525). ¿Cómo resistir? ¿Cómo practicar la historia potencial y rebobinar la historia, cómo desaprender la fotografía, la pericia, la soberanía, el imperialismo para rechazar la violencia imperial? No es un libro de militancia, pero las secciones Imagine que llaman a huelga (como esta) son inspiradoras. Cada uno de nosotros debe reflexionar sobre ello. Es un libro que merecería una traducción al francés. Algunos detalles: la bibliografía es excelente (p.582-622) aunque la quisiéramos todavía más completa (por ejemplo con François Hartog y los regímenes de historicidad); las reproducciones no son de buena calidad y las leyendas no están debajo de la imágenes sino al final del volumen lo que ocasiona un ir y venir desagradable. Pero esos son detalles que se pueden mejorar fácilmente.  

Libro recibido en servicio de prensa.

Hans Hartung, entre rigor matemática e impulso

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15 de enero de 2020, por Lunettes Rouges







Hans Hartung, T1987-E26 & T1987-H27, 1987, acrílica sobre lienzo, cada 300x500cm, Fund. Hartung Bergman

Hace diez años, el 16 de octubre de 2009, abría en el MAMVP una exposición intitulada Deadline: las últimas obras de unos doce artistas poco antes de su muerte. Entre ellos, Hans Hartung, que murió el 7 de diciembre de 1989 a los 85 años; la exposición mostraba su último lienzo, pintado el 19 de noviembre de 1989, y también toda su producción de un solo día, del 4 de junio de 1989; en 1989 realizó 360 obras en total. Un video de ese mismo año que sus asistentes rodaron (en parte para contestar a la sospecha de que eran ellos quienes pintaban en su lugar), lo muestra en silla de ruedas pintando con pulverizador, débil pero con la misma fiebre por pintar; la toman de nuevo en la exposición actual (hasta el 1 de marzo), La fabrique du geste, también en el MAMVP (30 años después de su muerte, 40 años después de una revisita de solamente sus obras de antes de la guerra, 50 años después de su gran retrospectiva en Francia). En su memoria habría que empezar la visita por la última sala, una capilla silenciosa con 4 lienzos inmensos de 1987 (arriba) frente a frente como símbolos de la carrera de velocidad contra el tiempo, contra la parca que se acerca: hay que pintar rápido y mucho.  

Hans Hartung, Leucate, ma cabane grise, 1927, óleo sobre tabla, 29.3x46cm, Fundd. Hartung Bergman

Esta exposición, con 300 obras (de 1500) y bastantes documentos (entre ellos una carta de Artaud a M. Archtung del 25 de abril de 1947), cubre la totalidad de la obra de Hartung desde que empezara en Leipzig, Paris, Dresde. Luego de haber hecho obras bastante kokoshkianas (Otto Dix le escribe en 1927 «no sería hacerle un favor dejarlo estudiar conmigo», un giro maravillosamente ambiguo), surgió de repente en 1927 este pequeño lienzo de su cabaña en Leucate (en donde dos años más tarde seducirá a Anna-Eva Bergman), un lienzo bastante estructurado, de influencia cubista, que marca una ruptura y es una conversión a la geometría (que muestra también su interés por la arquitectura, tal como lo demuestran sus talleres en Menorca, Paris y Antibes).

Hans Hartung, T1947-12, 1947, óleo sobre lienzo, 146x97cm, Fund. Gandur Genève

A menudo, mirando los lienzos de Hartung, pensamos que son expresiones rápidas y brutales de un impulso creativo violento, que se desencadena. Pero aunque lo haya disimulado hasta los años sesenta, así no es. Es verdad que su fiebre creativa se manifiesta de manera primaria en sus acuarelas, aguadas, dibujos, pero sus cuadros de 1932 (año en que la muerte de su padre le provoca una grave crisis) hasta 1960 son, en su mayoría, puestas en cuadrícula de sus dibujos, son reproducciones agrandadas (esta es una ampliación del lienzo T1947-11 y la recuperación de un dibujo de 1940). Como dice Pierre Wat en el catálogo: «Lo que el público y la crítica tomaron durante mucho tiempo por una pintura lírica, de primer intento e ímpetu interior, era en realidad un juego entre hacer y deshacer, entre producir y reproducir, que irrigaba todo su proceso». Hartung no deja de reproducir, repetir, rehacer, en serie. La serie de acuarelas abstractas («manchas») que realiza en 1922¿es demasiado frágil? Hace entonces facsímiles en 1966, y los expone al lado de los originales en su exposición de 1980, al mismo nivel. ¿Cuál es el original? ¿La creación se expresa más en el primer intento o en las variaciones posteriores? El rigor matemático (Hartung se interesó mucho por la sección oro y a las relaciones entre estética y matemáticas) de su trabajo de cuadrículas disimulado durante mucho tiempo es la columna vertebral secreta de su obra durante esos años.

Hans Hartung, T1986-E16, acrílica sobre toiler (enlucido), 142x180cm, Fund. Hartung Bergman

Y después, en 1960, todo cambia: como lo escribe Pierre Wat: «la idea de reproducibilidad, la capacidad de la obra para mantenerse y extenderse sin cesar, de soporte en soporte, habita de aquí en adelante el centro mismo de su práctica pictórica, y suprime así la diferencia entre cuadro e imagen». Pero esta pintura gestual, esta acciónpainting se construirá experimentando incesantemente nuevas maneras de pintar, primero con «pinceles» extraños: rollos de grabado, multi pinceles, podón, escobas cepillos, ramas de retama y otras construcciones vegetales (pero son secretos de taller que serán revelados más tarde). Después se trata de no tocar más el lienzo sino de pulverizar la pintura: aerosol, spray, pistola de carrocería, aspirador invertido, máquina de enlucir (arriba), pulverizador de viña, no son solamente las prótesis de un pintor inválido y enfermo, sino herramientas para pintar más rápido, es también una manera de tomar distancia y alejarse que contrasta con el periodo precedente, de la nariz contra el lienzo reproduciendo minuciosamente con un pincel pequeño los elementos traspuestos a partir de una acuarela o un dibujo. Hartung dejó el rigor matemático para pasar al gesto y a la acción. 

Vista de la exposición (repertorio de herramientas para rascar)

Además, otro gesto, muchos de esos lienzos fueron escarbados, lacerados, rayados; por otro lado, la exposición propone páginas de su catálogo con herramientas para rayar, Hartung siempre fue un archivista y contable e hizo inventario de su propia obra (tuvo una archivista, la noruega Marie Aanderaa, desde 1957), conservaba y clasificaba todo.  

Hans Hartung, Collage photographie I & II, 1932

Su interés por la reproducibilidad y la no-unicidad de la obra se expresa también en el grabado y mucho, claro, en la fotografía. Empieza con un caja de cigarros transformada en cámara oscura, antes de pasar a aparatos más «serios». Además de numerosos retratos (de los cuales el de Maurice Allemand, visto aquí hace poco), hizo muchísimas investigaciones y experimentos fotográficos: fotos de guijarros o ramas tirando a la abstracción, foto montajes, manchas de pintura en placas de vidrio, collages con bandas de papel pegadas y pintadas, rayaduras y estrías sobre los negativos.

Hans Hartung, ST, 1940, gouache sur papier, 31.5×24.5cm, Fond. Hartung Bergman

Hartung vivió periodos históricos complejos que lo marcaron personalmente (convocación de la Gestapo, huída de Alemania, prisión en España, invalidez); su entrada en la Legión parece haberse debido menos al patriotismo francés anti nazi que al riesgo de verse internado como enemigo en 1939, luego, en 1943, por su deseo de salirse de los calabozos franquistas. Pero, con alguna excepción (que luego contradirá), ninguna de sus obras parece expresar la mínima posición política o compromiso con el mundo (aunque la crítica Madeleine Rousseau describió su arte como abstracto-realista, otra realidad). Es como disociar completamente sus opiniones y su obra (al contrario de la mayoría de los artistas de la época). La excepción, son las 80 Têtes de 1940, que evocan horror y furia, pero, más tarde dirá que fueron hechas «para darle gusto a sus allegados» en un contexto en el cual «todo le era más o menos indiferente». En esta excelente exposición, es verdad que desentonan, pero luego de todas esas salas de hermosos lienzos abstractos de tonos crepitantes, se vuelve sin embargo de forma compulsiva, como para anclarse en el mundo. 


Daniela Ortiz, mujer del sur, provocadora y comprometida

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21 de enero de 2020, por Lunettes Rouges




Daniela Ortiz, Caste Paintings, 2019
 

Manuel d’Amat i de Junyent, marqués de Castelbell, fue virrey del Perú entre 1761 y 1776, y como tal, el principal responsable de la expoliación de la América española; de regreso a Barcelona se hizo construir un palacio pero poco después murió en 1782, y el palacio, ocupado por su viuda fue conocido desde entonces con el nombre del Palacio de la Virreina, en catalán Palau de la Virreina. Actualmente es el Centro de la Imagen, que organiza exposiciones sobre la fotografía; una sola de las salas del palacio, suntuosa, conservó su decoración original, esculturas, frescos y un retrato del virrey (Pedro José Diaz, 1773). Esta sala es la pieza central de la exposición de la artista peruana Daniela Ortiz, con un título que suena como una maldición: «Esta tierra jamás será fértil por haber parido colonos» (hasta el 16 de febrero). Le añadió a la sala dieciséis pinturas de castas, no son dieciséis matices raciales sino dieciséis grupos de hombres y mujeres blancos y blancas que tienen, aún hoy, un enfoque colonialista sobre la realidad de América Latina (o más bien, Abya Yala): militares y policías blancos/as, emprendedores/as burgueses/as blancos/as, ecologistas blancos/as, anarquistas blancos/as, misioneros y voluntarios/as blancos/as, gente de izquierda blanca, fascistas blancos/as, independentistas blancos/as, juristas blancos/as, feministas blancas/os, intelectuales blancos y blancas, médicos/as y sabios/as blancos/as, funcionarios/as blancos/as. 

Daniela Ortiz, Caste Paintings, 2019, detalle (Ecologistas blancos)

Para cada «casta», un cuadro y algunas frases críticas. A partir del conjunto se pueden recorrer los 31 proyectos presentados en la exposición conservando en la mente la arquitectura de base, la denunciación de la visión blanca y europea, sobre la colonización. En el cuadro aquí arriba por ejemplo, Ortiz denuncia a los ecologistas blancos a quienes les encantan el soja y la quinoa sin preocuparse de los estragos causados por su cultivo.  

Daniela Ortiz, Europe Will Kneel to Receive the Anti-Colonial Spirit, 2019, detalle

Otras obras denuncian la agencia Frontex, la fiesta nacional española que conmemora el «descubrimiento» y la conquista de América (y Ortiz hizo varias performances ese día), un alfabeto para niños muestra las palabras de la colonización (más abajo la letra O, con Tintin). Una serie de vitrales se distancia de la visión secular, laica del humanismo de izquierda europeo, para poner adelante la Teología de la Liberación (véase el sacerdote revolucionario Camilo Torres) y el trabajo de Paulo Freire, que toma en cuenta la dimensión espiritual de la lucha anti colonial. 

Daniela Ortiz, Caste Paintings, 2019, detalle (Feministas blancas)

El cuadro de casta sobre las feministas blancas, aquí arriba, acusa a las feministas españolas blancas y burguesas de imponer su vision del feminismo a las mujeres migrantes y racializadas (asignadas a una raza), de defender el orden colonial y de menospreciar a las mujeres gitanas, indias o palestinas por sus numerosos hijos. En el mismo sentido, la primera sala muestra una cuestión del mismo tipo: en 2009, para una exposición feminista en Ca la Dona, Daniela Ortiz propuso primero un eslogan consensual «Es de puta madre ser mujer», que fue aceptado con entusiasmo, figuraría en la tarjeta de invitación y debería ser pintado en la pared de la entrada; luego, maliciosamente, revolucionariamente, cambió el eslogan y pintó «Española, blanca y de clase media», lo que, en efecto, causó escándalo en esta asociación de mujeres españolas blancas y de clase media, ciertamente  adeptas sobre el papel, a la interseccionalidad, pero solamente sobre el papel. Al final, bajo la presión de Ortiz y de otros/as artistas, pintaron el eslogan

Daniela Ortiz, ABC of Racist Europe, 2017, detalle

El interés en la obra bastante brutal de Daniela Ortiz viene de la denuncia de las hipocresías de la burguesía intelectual, feminista, de izquierda en España (incluso en Francia, ¿no?) a través de la provocación y del humor negro y mordaz. Es una artista comprometida que hace pedazos el humanismo y los buenos sentimientos, es estimulante.

Joan Fontcuberta, Llar, dolça llar (Home, Sweet Home), 1974, impresión 2019

Al mismo tiempo en el Virreina (también hasta el 16 de febrero), hay un pequeño conjunto de imágenes de la fotógrafa griega Voula Papaioannou y una exposición sobre un lugar de exposiciones y encuentros en Barcelona bajo en franquismo (1959-75), Sala Aixela: sobretodo fotógrafos catalanes, Oriol Maspons, Joan Fontcuberta (aquí arriba), Joan Colom, y las fotos con microscopio de Jorge Viñals, también Otto Steinert, Jean Dieuzaide y Marco Giacomelli.

Fotos del autor

Ciudad y foto, de la modernidad poética a la vigilancia y la destrucción

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22 de enero de 2020, por Lunettes Rouges




Mathieu Pernot, Mantes-la-Jolie, 1 de julio de 2001, 107x132cm, Centre Pompidou

Se trata de una exposición cuya gran mayoría de las obras son del Centro Pompidou, pero no la verán en Francia (ni siquiera existe el catálogo en francés): es una colaboración entre Pompidou (con las obras de unos sesenta fotógrafos) y la Caixa (con unos veinte fotógrafos españoles, casi todos catalanes), que solamente mostrarán en los lugares de la CaixaForum (en Barcelona hasta el 8 de marzo, luego en Madrid y en Zaragoza). El tema es la representación fotográfica (y, fílmica, un poco) de la ciudad; un tema bastante académico, que aquí tratan bien, sin sorpresas, siguiendo un análisis socio económico y cultural de calidad, en unos diez capítulos. 

Brassaï, Vagabunda, Quai des Tuileries, 1930-32, 23.4×17.7cm, Centre Pompidou

En los años veinte la ciudad, vertical, es un símbolo de modernidad y de progreso y artistas como Moholy-Nagy o Paul Strand (cuya película Manhatta abre la exposición) son los adalides de esa modernidad poética. Pero al mismo tiempo, algunos artistas muestran a los marginales, a los proletarios, a los dejados en el camino: Moholy-Nagy con su película sobre los gitanos de Berlín, Brassaï con sus ropavejeros y vagabundas, o (lo descubrí) la judía austriaca  Margaret Michaelis que vivía en Barcelona durante la guerra civil. 

Anónimo, Entierro de Buenaventura Durruti, 23 de noviembre de 1936, vista de la expo (f. del autor)

El capítulo tercero está dedicado a este periodo: por primera vez, la fotografía se convierte en un arma militante al servicio de una causa (durante la Revolución bolchevique, fue más bien el cine que tenía ese papel). Tenemos tanto a los extranjeros de paso (Cartier-Bresson, Brassaï, Eli Lotar) como a los fotógrafos españoles militantes, Gabriel Casas, Pérez de Rosas, Agusti Centelles y muchos otros. Esta sección muestra también el uso de la fotografía en los periódicos franceses o españoles, los carteles y las octavillas. Citemos, por otro lado, la exposición en los Archivos Fotográficos (hasta el 16 de marzo) sobre la fotografía en el movimiento anarquista FAI/CNT en el mismo momento. 

Peter Emanuel Goldman, Pestilent City, 1965, film 16mm, Centre Pompidou, captura de pantalla

Después de un capítulo bastante convencional sobre la fotografía humanista después de la guerra (Family of Man, Doisneau, Boubat, Izis), llegamos a argumentos más críticos sobre la ciudad: Diane Arbus o Lisette Model muestran la degradación de la condición de los más desfavorecidos, mientras que Peter Emmanuel Goldman, en su película Pestilent City, presenta el revés del sueño americano. 

Manel Armengol, Manifestación por las libertades (libertad, amnistía, Estatuto de Autonomía), Barcelona, 1 de febrero de 1976,  col. del artista

Esto lleva naturalmente a la rebelión, al levantamiento, con Mayo del 68 (Marc Riboud, Gilles Caron, Bruno Barbey), Budapest en 1956 (Erich Lessing), Iran (Gilles Peress), Jerusalén (Micha Bar-Am) y las rebeliones españolas al final del franquismo (Manel Armengol, Tino Calabuig), y un poco más tarde, Esteve Luceron con las imágenes de una campamento gitano destinado a la destrucción. 

Valérie Jouve, Le Grand Littoral, 2003, film 35mm, Centre Pompidou, captura de pantalla

Después de un capítulo algo confuso sobre la puesta en escena de la ciudad (con diCordia por ejemplo), viene una sección excelente sobre la ciudad horizontal: Mathieu Pernot muestra la destrucción de edificios verticales construidos cincuenta años antes (arriba), y Valérie Jouve, en su película Grand Littoral, explora los parajes, los andurriales, las márgenes: descampados, baldíos, senderos informes que al pie de las barras de edificios, al lado de centros comerciales, en medio de autopistas, se convierten en lugares de vida, de alegría, de encuentros para los habitantes que salen de sus alojamientos de bajo alquiler y se los apropian para caminar, jugar, descansar o relajarse. Una horizontalidad militante y rebelde.

Mishka Henner, Palacio Noordeinde, La Haya, 2011, 80x90cm, Centre Pompidou

Para terminar, después con unos artistas que reaccionan con/contra la ciudad (Paul Graham, Douglas Huebler), la exposición se termina sobre la ciudad global y virtual, la de los circuitos de vigilancia y de Google (Mishka Henner y sus vistas aéreas borrosas de Google Earth). Así son hoy nuestras ciudades, así es la visión fotográfica de ellas. 
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