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Las imágenes de imágenes de Luigi Ghirri

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25 de febrero de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)



Luigi Ghirri, L’Île Rousse, 1976

Luigi Ghirri (en el Jeu de Paume hasta el 2 de junio) es posiblemente el fotógrafo más visionario de finales del siglo XX, el que más « inventó » la fotografía, y nos ponemos a soñar en lo que haría hoy si hubiera vivido más tiempo (tendría 76 años), en una época en la que las fotos se hacen de cualquier manera y están omnipresentes. Se le celebra como el primer fotógrafo verdaderamente en color, pero no es ello lo que me interesa pues no comparto la presuposición de que la fotografía en colores es más « auténtica », más parecida al mundo real : como escribe Flusser en el quinto capitulo de su Filosofía de la Caja oscura (o de la fotografía) : «Mientras más « fieles » sean los colores de las fotografías, más mentirosas serán, al esconder mejor la complejidad teórica que las vió nacer (ejemplos : el « verde Kodak » contra el « verde Fuji ») ».

Luigi Ghirri, Marina di Ravenna 1986

Más que el color, lo que distingue a Ghirri, me parece, es su capacidad para ver una imagen en el interior de otra, y construir su fotografía con esa base. La exposición (que trata solo los años 70) se divide en quince series : es demasiado y hubiéramos preferido un enfoque más conceptual, menos anecdótico. A menudo vemos que Ghirri hace fotografías de imágenes existentes, carteles, postales, fotografías, marcos y no solamente en la serie Vedute. Ese concepto atraviesa toda su obra : el marco ya existe en el paisaje, la imagen ya existe antes de presionar el disparador, no tanto como sujeto sino como objeto enmarcado, la mirada ya está predefinida, determinada en el interior del rectángulo. 

Luigi Ghirri, Infinito, 1974

Infinito, es un procedimiento similar al de las fotos de nubes, en nada diferentes (salvo el color y de vez en cuando un avión) a los Equivalentes de Stieglitz : pedazos de cielo sin norte ni sur, sin derecha ni izquierda, pero que el fotógrafo recorta en el paisaje celeste, excluyendo de manera arbitraria lo que no está en el marco, él mismo elige y no es el tema que se lo impone. Ghirri hizo 365 fotos de nubes, una diaria, pero ello es secundario, me parece; lo que cuenta es el marco, ese intento vano, por apropiarse a través de la fotografía un tema que se sustrae. 

Luigi Ghirri, Salzburg, 1977

A Ghirri no le interesa para nada la gente, únicamente para llamar la atención en la composición. Casi todas sus fotos llevan un nombre de lugar, esa es su identificación. Los personajes que fotografía no solamente deben formar parte del lugar, sino sometérsele, como estos miradores, de espalda, delante de la imagen, tarjeta, cartel, están allí solo para darle significado a la mirada y llamar la atención de la nuestra.

Luigi Ghirri, Bastia, 1976

A Ghirri tampoco le interesa la importancia de lo que puede ocurrir ante su objetivo, construye una visión a partir de las cosas más insignificantes, las más ordinarias, los objetos más triviales. Como este afiche rasgado en la pared, que crea un desfase de la mirada, entre el motivo apenas visible (las superestructuras de un barco) y el aspecto táctil de la piel mural. 

Luigi Ghirri, Atlante, 1973

Amigo (y editor) de Franco Vaccari en Modèna, Ghirri (quien fue topógrafo) es tanto filósofo del signo fotográfico como fotógrafo. Aunque el folleto de la exposición es algo escueto, el catálogo,Cartes et territoires (Mapas y Territorios), es excelente, y podemos ponernos a leer sus ensayos (en inglés, más de 200 páginas, a leer se dijo). Su dimensión conceptual es más evidente en su serie Atlante, allí fotografía las páginas de un atlas que de niño lo hizo viajar en sueños : es así que la representación simbólica del paisaje se convierte en objeto fotografiable, antes que el paisaje en sí mismo. El signo es rey. 

Julie Béna, Anna and the Jester in Window of Opportunity, 2019, vidéo

En el resto del Jeu de Paume, me decepcionó bastante la exposición de Florence Lazar : muchas ideas políticas (Serbia, los franceses musulmanes, el pasado colonial, la explotación de la Martinica) con las cuales no podemos estar de acuerdo ya que parecen lisas, desfavorecidas por una forma que no impresiona, fotos y documentales sin asperezas ni creatividad. En cambio, me atrajo la fantasía desenfrenada de Julie Béna en el espacio satélite (cuya programación de este año, por Laura Herman, será sobre la experiencia corporal y psíquica que podemos tener con la arquitectura; estará también en el CAPC de Burdeos); sin tratar demasiado de encontrar el hilo del « relato » o encontrar como sea el sentido abstracto, podemos dejarnos llevar por ese cuento extraño entre Anna Morandi, un Jester (bufón), niños que sufren malformación y una mesa de vidrio gigante que es el personaje principal. El 1 de junio, la artista hará una performance sobre la transparencia; espero ir. 

Fotos 1, 3, 4, 5 & 7 cortesía del Jeu de Paume.


Sumario enero febrero 2019 y libros recibidos

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28 de febrero de 2019, por Lunettes Rouges

(original en francés, aquí)

8 reseñas este bimestre

02 de enero : Libro sobre el Arte Marginal (no solamente Dubuffet)
15 de enero : Libro sobre Bruegel, más allá de lo visible
04 de febrero  : Waiting (Beckett & otros)
11 de febrero : Un vacío en la imagen (Manuel Casimiro)
18 de febrero : Rumanos en París
22 de febrero : Los Juegos de Jacqueline de Jong
23 de febrero : Foto africana en Ámsterdam, y la inspiración del Nuncio
25 de febrero : Las imágenes de imágenes de Luigi Ghirri



Libros recibidos (fuera de los catálogos de exposición inventariada)(no traducidos al español).

Daniel Marchesseau, Diego Giacometti, Sculpteur de meubles, Editions du Regard, 2018 / sobre su hermano pequeño, desconocido, una monografía muy completa sobre su trabajo de creador de muebles : simbólica animal, sencillez en las formas (también él) y el maravilloso cuarto de libros de Marc Barbezat (el editor de Jean Genet), un ensueño (pero se fue para Japón). Leer aquí y allí.

Fotografías de Oan Kim, música de Ruppert Pupkin (alias Emmanuelle Destremau), Premio Swiss Life a cuatro manos, con un CD y un pequeño encarte enamorado y medio borrado; huellas, una arqueología enamorada. Leer aquí.

Silvi Simon, Chimie lumineuse, Galería Yves Iffrig y Editions In Extremis, 2018 : quimigramas (incluyendo películas), e instalaciones para inmersión (cine experimental; ver Burstscratch) en esta fotografía experimental. Texto de Dominique Païni.

Jean-Daniel BaltassatLa Tristesse des femmes en mousseline, Calmann-Lévy, 2018. Una novela de tres niveles (o más, quizás) : Paul Valéry en 1940/45, misántropo solitario es increpado por una Casandra en una exposición de Berthe Morisot (le pregunta cómo es posible disfrutar de la belleza y del arte en tiempos tan horribles), él ha recogido a una joven judía rescatada y recuerda su juventud, el Paul Valéry de 25 años, escritor joven lleno de admiración cuando conoce a Mallarmé, a Degas (hermoso retrato de Degas), a Regnier y ... a Berthe Morisot; y el carnet de Berthe Morisot que Mallarmé le hace leer, que ocupa 130 páginas de la novela y habla del exceso de amor y de su amor por Edouard Manet (ella se casa con Eugène, su hermano). Una ficción my bien documentada, bastante bien construida, en la cual todo gira alrededor de ese « exceso de amor » y de una acuarela « Lindero, Bosque de Fontainebleau, agosto 1893 », además de la posibilidad del arte después de Auswitchz. Me había encantado Le Valet de peinture, van Eyck y la virginidad de la Infanta Isabel de Portugal; me pondré a leer sus otras novelas. De Morisot yo no tenía sino una imagen convencional, « femenina » aplastada por el machismo de la historia del arte y de las pinturas mismas) y que es hora de revisitar : una pintura de luz y de melancolía en medio de la vanguardia de 1890, veremos pronto y desde ahora. Leer aquí y allí. Y pueden ver esto.


Un juego de 55 cartas (Jorge Molder)

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09 de marzo de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)




Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Comodín
em português

Un juego de cartas. En un juego, hay reglas y hay trampa. Las reglas primero : 52 cartas de cuatro colores (o 54 con sus comodines). Un dispositivo, un apparatus  (Foucault, Flusser), un marco bien definido. Un juego de cartas puede ser una competencia, unas imperiosas ganas de ganar, o quizás sea  un solitario, un juego contra sí mismo; podemos jugar por el placer o por la gloria, o por dinero, o los tres. Y atravesamos toda la gama social, del bridge a la malilla, del póker (mentiroso o strip) al solitario. Y ni hablemos del tarot. Entonces, lo que Jorge Molder presenta en el centro de arte que acaba de abrir (de nuevo) en el centro de Lisboa, es un juego de cartas, Carpintarias de Sao Lazaro (hasta el 30 de marzo). Reglas del juego : todo tiene el mismo formato cuadrado, todo (casi todo) es en blanco y negro. Y Molder está (como de costumbre) vestido de negro y blanco, traje y camisa (que veremos de nuevo al final). 

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Trozo

Pero las cartas están hechas para hacer trampa, claro. Pues hacer trampa es jugar en contra, es liberarse de la reglas y ser libre. Molder se las arregla diciendo que jugar no le interesa. Pero salpica su trabajo con pequeños indicios de engaño. Primero, un titulo en francés, de un artista portugués para una exposición en Portugal : ¿porqué? Seguramente por esnobismo de su parte. O quizás por juego sobre la ambigüedad de la palabra : juego en francés es tanto el hecho de jugar como el conjunto de cartas (en portugués, hay dos palabras : jogo y baralho). Hay referencias a Mallarmé, Duchamp, Perec : el juego como actividad intelectual antes que como pasatiempo o vicio, como con César en Pagnol («me rompes el corazón«) o con el pobre Antonio das Arabias (y su perro Pilatas) en Aquilino Ribeiro. Todo eso en un país en el cual una decisión de la Corte Suprema para reglamentar los juegos de azar, cita a Dostoievski, a Zweig y al susodicho Antonio das Arabias (en 7.1.1).

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Clave

Y además, ¿54 cartas? Pero si yo aquí cuento i55! Otra «trampa». Cuatro «colores» para 13 cartas (Caras, Manos, Trozos, Espectros, en lugar de Corazones, Diamantes, Picas y Tréboles). Dos comodines, o sea 54. Y la número 55, es esta « Clave », un cubito de color, perdido en un inmenso fondo negro, casi invisible allí en donde está (mal) colgado, único toque de color indeterminado (junto al primer comodín) en un universo de blanco y negro, es un diapasón disimulado, medida de toda cosa, que nadie mira y que podría ser la clave de todo ese trabajo. Pues lo que aquí cuenta no es el valor de uso de las cartas sino el concepto que las da a entender. Por otro lado, es su Clave misma la que clausura la monografía del artista, la cual se abre con otra imagen igualmente sencilla y enigmática (de la serie « A interpretaçao dos sonhos », 2009).

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Espectro

Aquí, ni Cezanne, ni Caravaggio, ni La Tour. Imágenes que nos dan la impresión de haberlas visto, como si todo el trabajo de Jorge Molder (caso todo, pues algunos trabajos no son autorrepresentaciones) fuera una sola obra, expresada sin cesar, renovada, recreada, con el paso del tiempo. Como si volviéramos siempre al mismo tema. Pero no nos equivoquemos : ese tema no es el autorretrato, Molder no representa sus emociones y estados de ánimo, no entra en la categoría de los autorretratistas sistemáticos (Rembrandt, van Gogh, y tantos fotógrafos desde Robert Cornelius). Tampoco utiliza su cuerpo para personificar o para contar un cuento (como Molinier o Cyndy Sherman por ejemplo). Su cuerpo, sus manos y su rostro no son sino el material que usa (siguiendo un enfoque muy diferente, Francesca Woodman hizo igual). Escribe Hans Belting para concluir el capítulo (« lo propio y lo extraño ») que le dedica a Molder en Faces : « fotografiando a un doble ataviado con una máscara de su propia cara », subraya la « ambivalencia programática entre la cara y la máscara ».

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Espectro

Hablemos entonces de las fotos en sí. Mientras que la exposición en el MIEC de Santo Tirso fue, aparentemente, más lineal, aquí la estrechez del lugar y su forma irregular impusieron rupturas y verticalidades que no son todas muy buenas (como la dificultad para ver Clave). No seguiré entonces el recorrido de A a Z sino que comenzaré por Espectros, en tres hileras. Aquí, y únicamente aquí, vemos su cuerpo entero : en medio, seis imágenes de director de orquesta gesticulando, habitado por una danza interior en la cual nos arrastra; arriba seis imágenes de dolor, de desesperanza, una torsión del busto rodeado de negro. Abajo, sola, dramática (quizás demasiado en ese dispositivo en hileras), una imagen del agotamiento, de la caída, del fin, devorada por la sombra. 

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Cara

El color de « Caras » es naturalmente el más expresivo : mímicas de dolor, de sueños, de sorpresa, de tristeza; en primer plano, de frente o de perfil (una vez cabeza para abajo), nítidas o borrosas. La máscara misma. 

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Trozo

Los trozos (la palabra significa también « bocados ») son detalles en primer plano grande, su ojo desorbitado, su boca gritando, hueco negro a la Bacon que parece retarnos (y Beckett también, el de Not I). El último Trozo es una mano que indica el siguiente color.

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Manos, vista de la exposición

Mientras que las otras fotografías incitan a una mirada empática y contemplativa, las Manos, son imperativas, indican, dirigen, ordenan : puño levantado, escansión, señales. Ahí se ve el envejecimiento (Molder tiene mi edad), los tendones, la artritis. Cosa rara del colgamiento irregular, la última mano está cortada del resto, está aparte, en su rincón.  

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Comodín

Dos comodines, que  también quieren ordenar e indicar el recorrido impuesto, el orden de los colores; el alfa y omega. El primero es un titulo, «Juego de 54 cartas», fotografía de la caja, y mirándola bien, es una fotografía en color. El último, en el extremo, en el mismo rincón que la última mano, es una herramienta de la ausencia: la ropa usada para las fotografías, dispuesta como si el cuerpo estuviera ausente y hubiera dejado una huella. Imagen mortuoria. El juego de cartas era un juego de escena, el actor cuelga los guantes...

Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Trozo

Jorge Molder es indudablemente el mejor fotógrafo portugués contemporáneo que aún vive (Helena Almeida acaba de fallecer), es un artista importante aunque sea desconocido fuera de su país (tiene una galería en Francia pero lo han expuesto poco). Actor enmascarado con su propia cara, encarna mejor que nadie el adagio a la Rimbaud « Yo es Otro ». El desconocido Henri van Lier le dedicó unas páginas, escribió (lo que Molder rechazó) que era « un fotógrafo filósofo, o un filósofo fotógrafo. Su trabajo está llevando a cabo una filosofía de la fotografía en acto ». Van Lier escribe también (y, comparado con el título en francés de esta serie, no resisto el placer de citar unas líneas, en el estilo inimitable de van Lier, nacido en Brasil) : « sus impresiones sutiles consuenan con la topología, la cibernética y la lógico-semiótica de la lengua portuguesa. Ellas se ajustan a la concavidad y reconcavidad de las nasales, del portugués, al oleaje largo y vago, a los calores tactiles pero difusos, las penumbras, los deslizamientos rítmicos, los índices de curvatura imponderables, las inflexiones, sobre todo lo lejano cercano […] Asunto de textura más que de estructura ».


Jorge Molder, Juego de 54 cartas, 2017, Mano

Las fotografías de Jorge Molder no son mudas, pero son taciturnas, interrogativas, molestas. Nos arrastran hacia un juego fascinante y peligroso. ¿Y cómo podríamos jugar a ese juego sin poner en juego nuestra propia vida?

Todas las imágenes de la serie se pueden ver en este pdf (textos en inglés al final).  
Dos entrevistas en portugués : sobre su vida, y sobre su trabajo.

Desastre en la MEP

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27 de marzo de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)




Keiichi Tahara, Jardin Niva, MEP, 2001


Quizás yo no hubiera debido leer la entrevista de Simon Baker (« En cada temporada de mi programación habrá jóvenes y también cosas más históricas, fotógrafos de diferentes regiones, hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales...») antes de ir a visitar la exposición en la MEP (en donde había evitado cuidadosamente a JR y en donde esperaba muchísimo del nuevo director). Quizás no me hubiera dado cuenta desde la entrada de la falta de mantenimiento del magnífico jardín zen Niva de Keiichi Tahara (que recién falleció) con hojas muertas (¿desde el otoño?) y colillas; en todo caso, yo no hubiera relacionado esta negligencia con el deseo del nuevo director, de reemplazar el emblemático jardín de la MEP por «mesas y food trucks, «tengo ganas de un lugar abierto y vivo», puesto que «jamás ha funcionado»: iQué vergüenza! Quizás no me hubiera chocado ver tantos espacios, ayer dedicados a las exposiciones hoy vacíos, abandonados y mañana café o espacio pedagógico: todo el sótano está casi vacío, salvo unas pobres fotografías «pedagógicas» abandonadas allí.  


Yoon Kyung Jang, You and Seoul, Strange Seoul rave, 2018


Pero aunque no hubiera leído la entrevista, me hubieran descompuesto las tres exposiciones, tan «a la moda», chics y conectadísimas, que no existen sino por el marketing que hacen a su alrededor. Para empezar, la ganadora del Premio Dior del verano pasado en Arles, Yoon Kyung Jang, la futilidad misma: juventud de Seúl a la moda, bien juiciosa de tonos acidulados, cuya única audacia estética es el juego de superposiciones de imágenes dignas de un club de foto de los años 50 (hasta el 14 de abril).


Ren Hang


Luego el consentido Ren Hang nos conduce también a los años 50, en la categoría «prensa masculina»: tiene todos los ingredientes para gustar (incluidos los gatos), una vida trágica (censura, suicidio) y, detrás, el vacío, la nada, sólo cuerpos desnudos graciles e insípidos. Copiar a Araki o a Bourdin no es suficiente para hacer obra. Entre todas esas pequeñas provocaciones porno chics sosas e infantiles destacan solamente dos imágenes un poco más creativas, de cuerpos amontonados que ya me habían gustado hace 4 años pero que casi están plagiando a  Lucien Clergue. (hasta el 26 de mayo).


Coco Capitan, vista de la exposición


Pero falta lo peor: Coco Capitan, fotógrafa de moda de 27 años, que enfila las proclamaciones tontas (y cuidadosamente disléxicas con S y N al revés) con fotografías de una trivialidad inconcebible: autorretratos dignos de una adolescente en Facebook (aquí abajo), nadadores sin ningún interés, marcas de esperma sobre un carro (i«Cum on car»!), etc. (hasta el 26 de mayo).


Coco Capitan, Autorretrato


Para no ser totalmente negativo, aprecié dos o tres fotografías del oeste norteamericano, ruta hacia la desaparición (aquí abajo) o buzones abandonados, pasable.


Coco Capitan, The Road to Disappearance, Leamington, Utah, 2017


Según su discurso y su praxis, parece entonces que el nuevo director de la MEP (que, por otro lado, no cree  «que haya una fotografía francesa») quiere hacer un lugar a la moda, conectado y trendy, en donde las apariencias tendrán más peso que la calidad de las imágenes: de cierta manera un enfoque PalTok aplicado a la fotografía. Si, como lo teme Télérama (pero a Le Monde le gusta), es ese su compromiso, me parece que desde ahora me contentaré visitando la librería... 

Fotos del autor, excepto la 2 y la 6.

Sophie Ristelhueber, lo vacío y lo lleno

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30 de marzo 2019, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)



Sophie Ristelhueber, Sunset Years #5, 2019, 117 x 155 cm

Sophie Ristelhueber nos ha acostumbrado a imágenes de territorio, a huellas que se inscriben en una superficie, a una mirada afinada sobre los accidentes de la tierra (también cuando el terreno es una piel con cicatrices). Ni fotógrafa documental ni foto reportera de guerra, nos hace descubrir algo incongruente que nos cuestiona y nos molesta. Su exposición en la galería Jérôme Poggi (hasta el 3 de mayo) cuestiona, más que otras, el asunto de la escala: frente a esos «paisajes», primero no tenemos ni idea de si se trata de vistas aéreas (campos de batalla, por ejemplo, o desastres), o de criaderos de polvo.


Sophie Ristelhueber, Sunset Years #6, 2019, 117 x 155 cm

Aquí todo se opone formalmente: entre ocre y gris azulado, entre lo hundido y lo protuberante, entre lo seco y lo húmedo, entre derecho y revés. Nada es liso, nada es apacible, se siente una energía subyacente, violenta, destructora, casi impúdica, sin entender demasiado. El espectador (muy) atento detectará (aquí arriba) una palmera (esa si bien derecha) que escapó a la vigilancia de la artista cuando tomó la foto y que ella dice haber descubierto en el momento de la impresión; el visitante menos perspicaz leerá primero en la hoja de sala que las burbujas gris azuladas del asfalto parisino son hinchazones producidas por una energía subterránea, las raíces de los árboles que no logra contener: esos bubones purulentos no son sino huellas urbanas, sin duda exacerbadas por el calentamiento, pero en el fondo bastante inocentes, no era la puesta en escena dramatizadora (y humidificadora) de la fotógrafa. 

Sophie Ristelhueber, Sunset Years #2, 2019, 117 x 155 cm

En cambio, en las imágenes ocres, lo trágico no es fingido: son suelos derrumbados del Mar Muerto (en un territorio ocupado del cual Sophie Ristelhueber ya nos ha mostrado las cicatrices, de otras violencias). El bombeo intensivo del agua dulce del Jordán río arriba para satisfacer las necesidades de las colonias provoca, en las fronteras con el agua salada del Mar Muerto, un fenómeno de desmoronamiento de los suelos, muchas veces denunciado en vano (la colonización prima sobre la defensa de la naturaleza). Se trata del hundimiento del suelo, de la naturaleza, cuyo aspecto y realidad son aborrecibles. Aquí todo se escapa, la tierra, el país, la libertad, el agua, con un estruendo desesperante que no queremos oír (podemos salir de esto con una pirueta, diciendo que no se puede hacer el inventario de las interpretaciones posibles). 

Sophie Ristelhueber, Sunset Years #11, 2019, 117 x 155cm

Más allá de su belleza formal y de su carácter ante todo enigmático, entendí este trabajo en dos terrenos diferentes el uno del otro, no solamente como una estetización de lo extraño sino sobre todo como un grito sobre el mundo, un gemido de dolor. Es extraño que la artista (que tiene mi edad) le haya dado el  apacible nombre de Sunset Years, los años del crepúsculo, del final de la vida que se acerca tranquilamente. Ella que a menudo ha citado a Lucrèce y Thucydide hubiera podido encontrar una mejor inspiración en donde Jean en Patmos: lo que ella nos muestra es un Apocalipsis (aunque afirme que no quiere «hacer un trabajo sobre la violencia que le infligimos a nuestro planeta»).

Sophie Ristelhueber, Les Orphelins #6, 2019,  62 x 64 cm

Sophie Ristelhueber tiene, al mismo tiempo (hasta el 11 de mayo) otra exposición muy cerca, en la galería Catherine Putnam: imágenes que evocan su infancia (como en Vulaines), una pared cubierta de resoluciones (violadas) de la ONU a propósito de Palestina (aunque aprecio el propósito la forma para nada me convence) y sobre todo de mapas. No el atlas de referencia de Luigi Ghirri, sino mapas desdoblados: por un lado solamente nombres de lugares nada más y por el otro dibujos mudos de relieve y de ríos, que a veces reconocemos (Pirineos, Macizo Central) y con los cuales nos contentamos admirando la belleza formal. Este, arriba, irrigado de venas rojas más o menos gruesas, indica sin duda un medio de transporte, la importancia del tráfico de personas o de mercancías, pero es ante todo un desollado, una textura, una piel del mundo, una vez más.

Si desean pueden leer su libro de entrevistas con Catherine Grenier, en edición aumentada y en donde habla de esas dos exposiciones (con, qué lástima, una confusión en las imágenes, páginas 34 y 84).

Todas las imágenes cortesía de las dos galerías.

August Macke y Franz Marc, amistad y diferencias

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31 de marzo 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)




Franz Marc, Los Lobos (guerra de los Balcanes), 1913, 71x140cm, Buffalo (Albright-Knox)

Marc y Macke : desconocidos en Francia, o en todo caso se han visto poco y la aliteración hace que se confundan fácilmente; sabemos que el uno pinta animales de colores, el otro jovencitas igualmente de colores, y que, frecuentaron a Kandisky y a Klee y que los dos murieron en la Guerra. No es suficiente; la iniciativa de la Orangerie de dedicarles una exposición (hasta el 17 de junio) es entonces excelente, es la primera en Francia (¿sería a causa de cierta alemanofobia?), la casi totalidad de los lienzos nunca se habían exhibido en Paris (mientras que en Alemania, Suiza y en otras partes se pueden ver con facilidad; además no hay ningún Marc y solamente dos Macke, cuya Intérprete de laúd (abajo) está en los museos franceses). Es cierto que los dos son actores de un momento efervescente, el principio de la abstracción. Son amigos, desde su encuentro en 1910 hasta la guerra (aunque dejan de verse en 1913), período cortísimo de efervescencias pero cada cual sigue su camino y, visitando esta exposición vemos tanto lo que los  separa como lo que los une.

Franz Marc, El Sueño, 1912, 100x135cm, Madrid (Thyssen-Bornemisza)

Franz Marc nació en la confluencia de tres religiones (judía, católica y calvinista), quiso ser pastor, y la espiritualidad y el misticismo alimentan su pintura : es inspirada, visionaria, utópica, panteísta, exalta la energía vital, la pureza original. Los raros humanos que pinta son etéreos, van desnudos, idealizados, lejos del mundo (como en este Sueño), y, para él, el hombre real es feo, los animales son mucho más bonitos, sobre todo el caballo. Sus ideas románticas y nacionales (por ejemplo «la guerra purificadora») seducen a algunos al principio del nazismo (como a Alois Schardt entre 1933 y 1937) antes de que lo rechacen como «degenerado», decorativo influenciado por los franceses. Introvertido, su perfil agudo da una impresión de inquietud y de ausencia. Teoriza y conceptualiza, su pintura es una demostración permanente. Kandinsky, más o menos rechazado por sus amigos de Munich, crea con él el proyecto del Almanaque del Jinete azul a partir de junio de 1911. 

August Macke, Intérprete de laúd, 1910, 91x66cm, Pompidou

August Macke es un tipo amable originario de Renania, rollizo y sonriente, feliz con su pareja y destila, tanto con su ser como con su arte, un hedonismo contagioso. Más formal que intimista, también es más aventurero que su amigo, sale más fácilmente de la norma por más prestigiosa que sea. Mientras que Marc estará siempre cerca de Kandinsky, Macke, que no forma parte del Jinete azul sino más tarde, en septiembre de 1911, se nota mucho menos presente que los dos fundadores (el título de la exposición, «La aventura del jinete azul», que da una sensación de implicación equivalente, es en ese sentido engañosa) y su Intérprete de Laúd no fue elegida para la exposición fundadora, pues demasiado «matissiana» (aunque luego Kandinsky la compre). Siempre queriendo explorar, Macke se aleja del Jinete azul (pero sigue siendo amigo de Marc), se acerca a Delaunay (quien no aprecia a Marc), y del orfismo y luego se va para Túnez con Klee, experiencia creativa para los dos (con Louis Moilliet).

August Macke, Formas de colores II, 1913, óleo en cartón, 36×30.5cm, Ludwigshafen (Wilhelm Hack)


Dejando sus divergencias, es fascinante ver que, a finales de 1913 y en el primer semestre de 1914, sin que se sigan viendo los dos se dirigen hacia la abstracción, Marc con más reservas (sus lienzos son a menudo más bien no-figurativos que realmente abstractos, ver Los Lobos arriba), Macke es más audaz, como podemos verlo en sus Formas de colores

Franz Marc & Uagust Macke, Paraíso, 1912, temple y óleo sobre yeso mural, 400x200cm, Münster (LWL)

No conocemos creo, sino una sola obra de colaboración entre los dos pintores, este fresco Paraíso, que no está en la exposición. La exposición logra además una excelente contextualización, con obras de Boccioni, Cézanne, Delaunay, Klee, Kandinsky, el Aduanero Rousseau, y, qué alegría, una Prosa del Transiberiano. El catálogo editado por Hazan es de muy buena calidad, con, entre otros, dos ensayos bastante completos sobre la pintura de Marc («Animación et espitualización», por Annegret Hoberg) y de Macke (por Erich Franz), un muy buen análisis de los carnets de Macke («Realidad y forma», por Ursula Heiderich) y un estudio sobre la acogida de su obra de 1916 a 1940 (por Olaf Peters).


Agradecimientos a las ediciones Hazan

Los ídolos : el ojo, el sexo y el poder

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06 de abril de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)

En portada : « Venus Ligabue », Irán Oriental, Asia Central, Civilización del Oxus (hacia – 2200 a -1800), Clorita y caliza, H. 11 cm, L. 13.2 cm, Colección Ligabue, Venecia. Cat. n°86.

Siempre me fascina el arte de la pre y la protohistoria, probablemente por su misterio y por las interpretaciones tan diversas que se pueden hacer, y también porque la noción de arte, a fortiori, y de artista en esas épocas inciertas no cesa de cuestionarse: los signos, las representaciones, más que conscientemente artísticas, ¿no son ante todo rituales, místicas, o simplemente «utilitarias» ? Nadie lo sabrá jamás. Mientras espero la exposición «Prehistoria» en Pompidou, acabo de leer con gran interés el libro «Idols. The Power of Images» editado por Skira (solamente en inglés y en italiano), catálogo de una exposición en el Palacio Loredan en Venecia, organizada el otoño pasado por la Fundación Ligabue (en homenaje al ecléctico paleontólogo, coleccionista, diputado por Berlursconi y jugador de baloncesto Giancarlo Ligabue, de quien dos especies de dinosaurio llevan el nombre, asi como la «Venus Ligabue » o «Oxus Lady» de Bactriana aquí arriba, en la portada del libro), y cuya comisaria (y directora del catálogo) fue Annie Caubet (aquí algunas imágenes de la exposición).

Idolo con ojos, cuerpo convexo, Asia Occidental, -3300 a -3000, Alabastro gredoso, H. 9 cm,
L. 7.8 cm, Colección Ligabue, Venecia. Cat. n°59
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La exposición (y el libro) trata sobre la figura del ídolo entre -4000 y -2000 (del Neolítico a la Edad de Bronce, básicamente) en una zona geográfica que va de Iberia al Indo; únicamente representaciones tridimensionales (digamos estatuillas), generalmente de piedra (también algunos especímenes de madera, arcilla, marfil, hueso o alabastro). El concepto de ídolo es bastante complicado de definir: ¿se trata de dioses o de héroes? Al explorar cada una de esas zonas geográficas (tratando Egipto como un caso aparte), el libro propone cien estatuillas (más o menos) antropomorfas y establece más o menos explícitamente paralelos entre civilizaciones fuertemente alejadas (con, entre otros, ensayos sobre la circulación y las rutas transculturales). Como no soy especialista de esos periodos, ni de esos países, me interesé sobre todo por las similitudes que saltan a la vista cuando se mira este bonito libro, y me gustaría intentar presentarlo según tres ejes: la mirada, el sexo, el poder.

Idolo de ojos grandes, , Valle del Guadalquivir, Calcolítico (hacia -2500), Alabastro, H. 19cm, D. 5 à 7cm, MAN Madrid (inv. 20572). Fuera cat. (similar a los n° 1 & 2).


Primero el ojo. Encontramos en España y Portugal, unos extraños objetos, vagamente antropomorfos, adornados con unos ojos inmensos, heredados quizás de los signos exclusivamente abstractos del Paleolítico anterior a Chauvet; no datan sino de los 3° y 4° milenarios (el que mostramos aquí no estaba en la exposición, en donde había dos objetos casi idénticos, pero menos «fotogénicos»). Los ojos esquemáticos acompañados a veces de rayas y triángulos que podríamos imaginar sexuales, son sin duda la primera manifestación artística (o en todo caso representativa) de la mirada: el catálogo comprende además de un ensayo más científico de la arqueóloga española Ruth Maicas Ramos (nos hizo falta que el libro incluyera una biografía de sus autores), un texto bastante poético de Pedro Azara intitulado en inglés «El ojo estaba en la tumba y miraba… », y que ve figuras protectoras y de cohesión de una comunidad. Cien páginas después, vemos (ver más arriba) los ojos de unas figuras de la cultura Uruk en Asia Occidental (entre Anatolia, Siria y Mesopotamia) que datan de -3300 a -3000, pero con ojos ahuecados (a veces protuberantes). El ídolo lo ve todo, y nadie puede escaparse de su mirada. Los dioses no duermen jamás.


Figura femenina sentada de piernas cruzadas, Cícladas, sin duda Amorgos, Neolítico tardío
(V – IVe milenario), Mármol, H. 18,5 cm, L. 13,3 cm, Musées Royaux d’Art et d’Histoire, Bruselas. Cat n°9.

La sexualidad (y la fertilidad privilegian entonces el sexo femenino) es un tema omnipresente en el arte pre y protohistórico, desde la quimera bisonte-mujer de Chauvet. Existen numerosos estudios sobre la representación de las mujeres (ver algunos libros al final del artículo) y sobre la diosa-madre. En el periodo que nos interesa aquí, encontramos todavía algunas estatuillas femeninas esteatopigias de senos, nalgas y vientres enormes, como las conocemos desde la Auriñaciense: dos provienen de Arabia (una de basalto, es prácticamente una escultura abstracta, una abstracción femenina) y la de aquí arriba de las Cícladas. En general se asocia el nombre de cicládico a esculturas muy diferentes, esta mujer, más antigua (finales del Neolítico), es un ejemplo sobresaliente de esta representación hipertrófica que evoca abundancia, opulencia y fertilidad. 

Figura femenina geométrica, Cerdeña, Turriga (Senorbì), principio de la Edad de Bronce, Mármol, H. 43 cm, L. 18 cm, Polo Museale della Sardegna, Museo Archeologico Nazionale di Cagliari. Cat. n°7

A partir de la corpulenta forma prehistórica, la representación de las mujeres seguirá dos senderos, uno hacia lo abstracto, el otro naturalista. El sendero abstracto, geométrico, es precisamente emblemático de las figuras cicládicas conocidas, cuyas formas sencillas, triangulares y esquemáticas tanto nos fascinan. Pero no se limita a este archipiélago, y arriba muestro una estatuilla de Cerdeña con formas igual de puras, nariz protuberante, senos y nalgas que equilibran la composición (incluso se ha identificado el número de oro...).

Figura femenina de pie de brazos cruzados, Egipto, Hierakonpolis, « Main Depot », interior del templo, Periodo pre dinastico Naqada III (- 3300 à – 3000), Lapislázuli y madera, H. 8,9 cm, Ashmolean Museum, Oxford. Cat. n° 45.

Entre las estatuillas naturalistas, he aquí una egipcia atípica de lapislázuli del Egipto antiguo, (proviene de Afganistán, a 3600km): algunos piensan que la esculpieron en otro lugar, en le Golfo Pérsico, Irán o las Cícladas. Cabellera y pubis corresponden, las manos cruzadas son únicas, y las órbitas inmensas y hondas tenían posiblemente ojos de metal o piedras preciosas. 

Figura femenina de pie, civilización del Indus, Baluchistán, Mejergar, estilo VII (hacia – 2700 a – 2500), Terracota, H. 15 cm, L. 6 cm, Colección Ligabue, Venecia. Cat. n°100.

Otra feminidad radiante, esta mujer de arcilla de Baluchistán (Indo), de senos generosos y talle delgado, que puede recordarnos un tipo mesopotámico. Su rostro es de lo más expresivo. ¿No diríamos por la posición de los brazos y la flexión de las piernas, que se va a lanzar hacia nosotros con un gesto conquistador y posesivo?

Dama de Lemba, Chypre, Lemba – Lakkous, Calcolítico (4° milenario), Caliza, H. 36cm, Department of Antiquities Cyprus, Nicosie. Cat. n°27.

Sexo pero ambíguo: algunos objetos hermafroditas, de Chipre. El uno estilizado y enigmático, es un tronco de caliza cuya base es una vulva y la cumbre un pene. La Dama de Lemba, es evidentemente el cuerpo de una mujer-diosa, pero cuyos cuello y cabeza son un falo adornado con dos ojos botones y una barra nasal. Solo podemos perdernos en hipótesis sobre el sentido de esas estatuas bi-género.

Estatua del Rey-Sacerdote desnudo, Mesopotamia del sur, Uruk tardío (hacia – 3300 a – 3200), Caliza, H. 30 cm, L. 9.8 cm, Musei Civici agli Eremitani, Padua. Cat. n°66.

Las primeras ciudades aparecen hacia -3300, en Mesopotamia, con Uruk primero. Y quien dice ciudad dice estructuración del poder, valores nuevos y, en particular, poder masculino. Mientras que, antes de esta fecha, son raras las representaciones masculinas (recordemos el cazador itifálico de Lascaux), un cambio de civilización le da mayor protagonismo a la figuración de los hombres de poder, y uno de los arquetipos es el rey-sacerdote mesopotámico, representado desnudo y orando antes del ritual sagrado de la boda con la diosa Inanna/Ishtar. El ensayo de Elena Rova en el catálogo («The Goddess and the Ruler») es elocuente sobre el tema. En el mismo capítulo, una hermosa estatua de alabastro de un hombre-toro procedente de la escandalosa colección de George Ortiz, a quien nunca le incomodaron las reglamentaciones sobre la procedencia dudosa de los objetos arqueológicos: sorprendente, pero pragmático.

«Caracortada» de kilt blanco, Irán Oriental, Asia Central, Civilización del Oxus (hacia – 2200 a – 1800), Clorita y caliza, H. 11.5 cm, Colección privada, Londres, Cat. n°94.

Concluyamos con este hombre caracortada del Oxus, la imagen más fuerte de poder y de violencia de la exposición, héroe o espíritu de ese mundo nuevo en las antípodas de las feminidades citadas arriba. Bonito libro y muy interesante.

Libro e imágenes (excepto la n°3) cortesía de ediciones Skira.
Para profundizar esta parte, algunos libros de mi biblioteca sobre mujeres y diosas: 
Claudine Cohen, Femmes de la préhistoire, Belin, 2016.
Claudine Cohen, La femme des origines. Images de la femme dans la préhistoire occidentale, Belin Herscher, 2003.
Florian Berrouet avec Alexandre Hurel, Femmes : naissance de l’homme, Quai des Brunes, 2018.
Shahrukh Husain, La grande Déesse-Mère. Création, fertilité et abondance. Mythes et archétypes féminins, Evergreen Taschen, 2006.
Marija Gimbutas, The Goddesses and Gods of Old Europe. Myths and cult images, University of California Press, 1982.

Lusolocuras

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07 de abril de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)



Danielo Gonçalves, #298, 2018, Artpen sobre papel, 100x70cm

Es probable que me repita, pero me parece que cada vez salgo de una exposición de arte marginal diciéndome que si algunas obras son la prueba de un talento artístico evidente, otras no están allí sino por la personalidad atípica del autor, sólo tienen un interés clínico o como curiosidad, y no atraerían si el autor no estuviera clasificado como marginal, outsider o esquizofrénico. Es  entonces, de nuevo, el caso de la exposición Lusofolia que presenta la Fundación Arpad Szenes Vieira da Silva (hasta el 12 de mayo), algunas obras de la colección Treger – Saint Sylvestre (que se conserva en el centro de arte Oliva, cerca de Oporto), todas creadas por luso hablantes de Portugal, Brasil (y uno o algunos angoleños anónimos: ¿arte marginal y colonización?). Excepto unas muñecas de arte naíf (Ti Guilhermina), unos azulejos (Ana Carrondo), y un óleo sobre lienzo (Rui Lorenço), se trata de trabajos sobre papel, dibujos, acuarelas y guaches. Me contentaré con explorar tres temas que me parece, han emergido entre los más interesantes de los 18 participantes. 

Raimundo Camilo, ST, SD, en ambas caras, marcador y bolígrafo sobre papel, 10.1×20.4cm

Primero, la obsesión geométrica, la que consiste en cubrir todo el espacio de la hoja, de manera ordenada y rigurosa: el enemigo es el vacío. Es una manera bastante frecuente de trabajar en el arte marginal, una forma de relación con el mundo probablemente ligada con ciertas patologías, y de ello resultan construcciones fuera de lo común, como esta (arriba) del portugués Daniel Gonçalves (1977) (y también) que parece querer olvidar el caos de su propia vida dentro de esta poesía gráfica bien ordenada. El brasileño José Teofilo Resende (nacido en 1919) proyecta un enfoque bastante similar en sus dibujos arquitecturales. Otros juegan con formatos pequeños que cubren también con rayas como «billetes de banco» del brasileño Raimundo Camilo (1935-2015), que regalaba a sus enfermeros y a los otros internos, no como obras de arte sino como demostraciones de aprecio (arriba). Cabe señalar los dibujos con bolígrafo del más conocido de los artistas aquí presentes, el portugués Jaime Fernandes (1900-1969), hasta tal punto que es el único artista citado en el ensayo del catálogo. 

Marilena Pelosi, ST, 2005, lápices negro y color y marcador sobre papel, 40×28.2cm

Otra obsesión, la sensualidad y la sexualidad, otro tema frecuente. Aquí sobresale la brasileña Marilena Pelosi (1957), que reside en Francia (representada por Christian Berst), que viene del vudú y se vincula con el espiritismo: en sus composiciones hay una exuberancia pagana y colorida, y un erotismo precioso y violento. Vemos transes, diablerías, torturas, pero también vínculos, flujos de fluido entre los personajes, símbolos de fertilidad y de fecundación. Al dibujar en una especie de transe extático, compone fuera de todo marco estético predefinido, dejando libre curso a sus fantasmas e impulsiones. 

Carlos Victor Martins (C.V.M.), ST, SD, lápiz sobre papel, 29.5×41.5cm

En fin, varios de esos artistas dibujan multitudes, innumerables personajes pequeños que se agitan en todos los sentidos, vehículos, aparatos sofisticados e inciertos que ocupan toda la página. Es el caso del portugués Serafim (1983) et C.V.M. (Carlos Victor Martins (1972), el primero con síndrome de asperger y el segundo esquizofrénico. Son dibujos con una calidad vibratoria asombrosa, y son ellos quizás los que por su forma más que por el tema, tienden hacia la marginalidad de sus autores. 


Maria Helena Vieira da Silva, Ville forte, 1960, oleo sobre lienzo, 162 x 146 cm, FASVS

La otra exposición de la Fundación (hasta el 23 de junio) el artista (hombre) Pedro Cabrita Reis seleccionó a sesenta mujeres artistas portuguesas (una obra cada una), sin otro argumento, temática, discurso, o criterio que su género. Entonces no es verdaderamente una exposición sino una compilación de grandes artistas históricas (Ana Hatherly, Helena Almeida, Ana Vieira, Josefa de Obidos (1630-1684), Lourdes Castro, Maria Helena Vieira da Silva–i la honoramos !), otras contemporáneas importantes (Ana Perez-Quiroga, Ana Vidigal, Fernanda Fragateiro, Filipa César, Leonor Antunes, Salette Tavares, Paula Rego, Susanne Themlitz) y naturalmente en la entrada la indispensable Joana Vasconcelos. Pero en esa lista la artista comisaria de 63 años, seleccionó a muy pocas artistas jóvenes, tres solamente han nacido después de 1980, Raquel Feliciano, Salomé Lamas et Sara Bichao: insuficiente, me parece (hubiera podido hacerle algunas sugerencias complementarias). Es lo que se llamaba en los medios aristocráticos del suroeste «una gran colada»: de vez en cuando, cumplir con sus obligaciones (invitar al castillo una vez al año a todos los inevitables) sabiendo con anticipación que será aburridísimo. Bueno, ya se hizo, ahora pasemos a lo importante...


Stéphane Mandelbaum, ni judío, ni gánster, artista

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08 de abril 2019, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)



Stéphane Mandelbaum, Autorretrato, v. 1980, mina de grafito sobre papel, 78x65cm, col. part., Bruselas

«Un destino trágico no es suficiente para dar talento» : con estas palabras el galerísta Bruno Jean empieza su texto sobre el artista belga Stéphane Mandelbaum (1961-1986), de quien el Centro Pompidou presenta los dibujos (hasta el 20 de mayo). Demasiado a menudo, para Mandelbaum como para otros (en arte marginal y en otras partes), lo trágico de la vida es el filtro obligatorio a través del cual tiene que pasar la mirada para apreciar la obra. Así, ensayos y criticas sobre Mandelbaumn no dejan de contar su destino atormentado: disléxico, marginal, pícaro, asesinado por sus cómplices. Antes de mirar su trabajo quizás sea sano desmontar algunos de sus mitos, empezando por su muerte. Mitómano comprobado en busca de reconocimiento, Mandelbaum se vanagloria de atracos y robos nunca cometidos (que lista cuidadosamente: ver su «Expediente Pro Justitia», pág 65 del catálogo), y uno de sus robos bien real termina mal: al robar en el domicilio de una señora mayor (en Ixelles o avenida Luisa, las biografías divergen), se lleva no un Modigliani sino una copia, La Femme au camée (Mujer con camafeo), (ningún cuadro se llama así). Mandelbaum no se robó el cuadro que era y sus cómplices se niegan a pagarle cuando él les reclama lo que le deben y lo asesinan. Por muy fascinado que estuviera con el hampa y los gánsteres, Maldenbaum no es sino un aprendiz pillastre, no está a la altura de Pierre Goldman, que admira tanto y de quien hace el retrato (además, tampoco tiene la dimensión política; la comparación frecuente, es bastante abusiva).

Stéphane Mandelbaum, Kischmatores ! (Retrato de Arié Mandelbaum), 1982, mina de grafito, lápiz de color y collage sobre papel, 150x118cm, col. Poznanski, Bruselas

Stéphane Mandelbaum es el hijo del pintor y profesor de arte Arié Mandelbaum (de quien no sé nada, aparte este texto de John Berger), quien impulsa su trabajo y su exhibición, y el nieto del judío polaco Szulim Mandelbaum que llegó a Bélgica en 1924. De madre armenia, no judía: por esa razón los rabinos no permitieron que lo enterraran en el cementerio judío de Bruselas, pues el matrilinaje de la Halakhah le niega la calidad de judío. Sin embargo toda su obra está impregnada de identidad judía, el genocidio de los judíos por los nazis es omnipresente en ella, en sus dibujos se encuentran inscripciones en hebreo y en yiddish, como para compensar esa negación en ese momento implícita. En cambio Mandelbaum oculta totalmente su ascendencia materna: no aparece ni una alusión al genocidio de los armenios por los otomanos (realmente menos presente en los medios), ni una grafía en bolorgir o en erkathagir, negación total de la mitad de su herencia a favor de la otra que sin duda está más presente culturalmente, pero que finalmente, lo rechazará.

Stéphane Mandelbaum, Pier Paolo Pasolini (con la Pietà d’Antonello de Messine, 1477-1478), v. 1980, Bolígrafo, marcador de color y collage sobre papel, 51.7×71.2cm, col. Crochet, Bruselas

Bueno, después de haber hecho el paso obligatorio por su biografía, miremos sus dibujos. La mayoría de los temas combinan una pasión juvenil por los «héroes» (Goldman, Pasolini arriba, Bacon, Rimbaud), a veces ingenua y enternecedora (ver el estilo infantil de sus borradores de carta a Francis Bacon), con obsesiones invasivas por la judeidad, por el sexo y por la violencia. Allí vemos una intensidad que no deja indiferente pero que puede chocar o irritar. Su registro favorito es la transgresión, la profanación, a la vez colegial y cargado de significado, como el retrato (arriba) de su padre intitulado «Kischmatores» (bésameelculo en yiddish) con una foto porno nazificada, o como la yuxtaposición de un sexo circunciso en erección y del portón de Auschwitz. Por muy precoz y culto que sea sentimos una gran malestar ante algunas de sus provocaciones infantiles, no tanto pr ellas sino por lo que ellas rebelan de la inmadurez de su autor (aquí abajo, «pipi sur Picasso»).

Stéphane Mandelbaum, Composition (Retrato de Bacon), 1980, bolígrafo y marcador de color sobre papel, 50x70cm, col. Graffe, Bruselas

Olviden entonces la dislexia, el mitad-judío, el ladrón principiante, el obsesionado sexual (a veces homosexual), el machista que solo ve a la mujer como objeto sexual, el crío provocador, y miren únicamente sus dibujos, disociados de la historia de su vida (lo que pocos críticos hacen realmente, demasiado fascinados por la leyenda: dos excepciones, esta crítica y el ensayo de Choghakate Kazarian en el catálogo). Hechos con bolígrafo, con urgencia y frenesí. Algunos de sus retratos están invadidos por signos, palabras, fotos añadidas (a menudo pornorgráficas como con su padre, a veces reproducciones de cuadros como con Pasolini arriba), todos son «comentarios» que orientan el sentido del dibujo de forma unívoca, restrictiva, desambígua: el dibujo parece entonces no ser suficiente para la expresión y a partir de entonces se pierde, no en una plenitud como Basquiat, sino en un tumulto ensordecedor en donde el ojo se desvía, como en la parte derecha del dibujo aquí arriba. 

Stéphane Mandelbaum, Der Goebbels, v. 1980, mina de grafito y guache sobre papier marouflé sobre lienzo, 150×120.5cm, Centre Pompidou

En otros más sencillos, la figura sola se desprende de un fondo blanco, flota en medio del papel, y grita. Grito de orgasmo de la actriz del Imperio de los sentidos (abajo), grito de angustia de un gueule cassé (cara rota), grito de odio de Goebbels (aquí arriba). No es de extrañar que el Centro Pompidou haya adquirido el extraordinario dibujo de Der Goebbles (y no otro más «exuberante», no obstante el entusiasmo de Blistène a todos los niveles en su prefacio del catálogo): la precisión de los rasgos y la representación de los volúmenes, cabeza, manos, cuello negro, impermeable, están más detallados que en el resto de su trabajo y, al mismo tiempo, toda la fuerza del dibujo está en el surgimiento de la boca del dignatario nazi, desmedidamente abierta y sin dientes. La mancha blanca parece una nube saliendo de su boca: no es sino un «globo» de historieta parasita, uno de sus camaradas de clase le había puesto por juego un grafiti enigmático («Job, tengo sed») y Mandelbaum lo borró con Tipp-ex. 

Stéphane Mandelbaum, El imperio de los sentidos, 1983, mina de grafito sobre papel, 138x115cm, col. Karmitz, Paris

¿Mandelbaum, inclasificable? No lo creo. En lugar de vincularlo pasivamente con los artistas que admira o de quienes se inspira, podemos verlo, por muchos aspectos, como a un artista marginal con una gran cultura artística (gústele o no a Dubuffet), o como un expresionista en la linea de Grosz y de Dix (pero de manera más apagada, más gráfica: ver su inválido de brazalete con esvástica, p.81 del catálogo). El trazo rápido, apresurado, febril testimonio de una energía devastadora lo vincula con esas dos familias. Otro trazo extraordinario es su uso del vacío y del blanco en algunos dibujos: las composiciones que resultan (como el imperio de los sentidos o sus autorretratos) encuentran en ese desequilibrio entre lleno y vacío, entre dibujo y blancura, una armonía extraña.  

Además de su página, ver reproducciones en las páginas de esta galería, de ésta y de aquella

Charlotte Salomon : ¿Vida o teatro? ¿Mitos o realidad?

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15 de abril de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)



Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4925 (final) (Vida o Teatro)

[Esta reseña es la número 2500 de este blog que empecé hace 14 años y que Le Monde seguirá publicando pues han renovado mi contrato.]


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4817 (¿Ves la mancha allí arriba? Representa a Io y a Júpiter)


Charlotte Salomon, Berlin 1917, Auschwitz 1943: a menudo se presenta a Charlotte Salomon de esta manera bastante reductora. En efecto, nace en Berlin en 1917 en una familia de la gran burguesía judía asimilada (la cual, inconsciente del desastre que se anuncia, intenta, al principio del nazismo, utilizar su posición social para atenuar las discriminaciones raciales: padre encarcelado pero liberado rápidamente ya que su esposa logra intervenir a alto nivel (4800), Charlotte, única alumna judía de la Academia de Bellas artes, antes de decidirse a emigrar). Y en efecto, la gasearon a su llegada a Auschwitz en 1943, después de que fuera detenida en el sur de Francia poco después de la invasión alemana en septiembre de 1943 (había ido a encontrarse con sus abuelos y había estado bajo la protección de Ottilie Moore en Villefranche hasta su partida). 


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4701


Aunque sea ese el fondo trágico de su historia, no es el tema principal. Primero, podemos decir que su identidad judía es «implícita»: no es religiosa, no habla ni yiddish ni hebreo, no le da una importancia particular a la cultura judía (ni en literatura, ni en música, si nos basamos en las citaciones de su obra), y no se define como judía sino porque así la definen los demás: es la mirada de los demás que hace al judío, si tomamos la tesis de Sartre. En uno de los dibujos (4786) dice «pero no parezco judía», en otro (4336), el Director de la Academia duda de su identidad judía. Numerosos son los que han querido acentuar su identidad judía (como por ejemplo el comisario de esta exposición), y ven  etimologías hebraicas y símbolos judaicos aquí y allí, lo que me parece ser una sobre interpretación excesiva. 


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4762 (iA muerte los judíos! iCojan todo lo que puedan!)


Luego, Charlotte Salomon parece mirar los acontecimientos trágicos que afectan a los judíos con cierta distancia: algunos gouaches muestran los desfiles nazis (4304, la primera vez que la palabra «judío» aparece en su libro), algunos periódicos (43054761) o la Noche de Cristal (4762, arriba), pero, muy a menudo, de manera más bien fríamente descriptiva y no como acontecimientos que la afectan personalmente; anota por ejemplo (4304) en la leyenda del desfile nazi «los judíos quienes con su eficacia a menudo indeseable son quizás una raza arrogante e insistente, ocupaban cargos importantes en el gobierno y en otros lugares, y los perdieron cuando los nazis tomaron el poder». Es todo. Los invitados judíos burgueses que pensaban en su partida de Alemania hacia el exilio (4804) son comparados con gansos cacareando en su corral. Las persecuciones y la guerra no aparecen en su obra sino porque afectan directamente a los protagonistas (su padre que echan del hospital, su suegra que no ya no puede subir a la escena, el doctor Singsong negociando la creación del Kulturbund), y no como elementos históricos frente a los cuales ella misma hubiera podido posicionarse desde el punto de vista ético o emocional. Da la impresión que la única persona que tiene una reacción emocional y empática frente a las persecuciones es la abuela (4791 abajo, 4797), cuya psicología inestable intensifica el pathos. Como escribe Toni Bentley, presentan muy a menudo la obra de Charlotte Salomon, que se conserva en el Museo judío de Ámsterdam, (y que mostraron en el MAHJ de París en 2006) ante todo como un testimonio de anticipación sobre la Shoah y como un equivalente pictórico del Diario de Anne Franck. A él le parece y a mí también, que eso es minimizarla y deformarla. 


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4907 (Dios mío, sobretodo no dejes que me vuelva loca)


En 1941-42, Charlotte Salomon produce en unos meses 1325 gouaches, la mayoría con textos inscritos directamente en el dibujo o en calco. Selecciona 769 para componer su antología «¿Vida? o ¿Teatro? » (los demás, que yo sepa, nunca han sido expuestos). En esta exposición (hasta el 11 de agosto), presentan 262. Autobiografía o auto ficción, la temática esencial no son la Shoah o el amor: es la voluntad y la posibilidad de escapar de la locura, de la depresión, del suicidio. En esta obra muy bien construida, cada trazo cuenta, cada palabra vale, no hay casualidad, nada es ambiguo. De su historia, contada muchas veces, el elemento central es la historia suicida de su familia materna que le revela su abuelo: a su alrededor, hijas, cuñada, cuñado, sobrina, y finalmente esposa, se suicidaron. Charlotte (que usa el seudónimo Kann en su libro), jovencita tímida, introvertida y frágil mentalmente (4717), la melancolía en persona (4838), no se entera de ese engaño familiar (en particular el suicidio de su madre en 1926, que le habían disimulado) sino en 1940 (4861, abajo, a 4865) y, atemorizada por esa herencia, tiene miedo de caer ella también en la locura y el suicidio (4907 aquí arriba). Además, su abuelo es un predador exánime y salaz (4915 reverso) y Charlotte confesará haberlo envenenado con phénobarbital y haberlo dibujado agonizante (abajo); su carta al respecto revelada en 2015 la muestran en la exposición sólo parcialmente y sin traducción. Para muchos, ese asesinato cuadra mal con la imagen 'angelical' que quieren transmitir de Charlotte.


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 5007d (no está en el libro)


La salvación, de cierta manera, vendrá de su talento, o, más exactamente, del hecho de que su ex amante (Alfred Wolfsohn, alias Amadeus Daberlohn) le impuso «no olvides nunca que creo en ti» (4820). Wolfsohn, profesor de canto de su suegra, y que le hace la corte, no se sabe si fue su amante o no, seduce también a la jovencita tímida y admirativa, en un triangulo amoroso tenso y eléctrico. Pero aunque su suegra Paula Lindberg, siempre lo negó (y que algunos lo tomaron como cierto), varios dibujos de Charlotte son totalmente claros sobre su amor (4626) para nada platónico (ver más arriba 4817 et 4701 reverso, y también 4644464946544664664700024818, y también, no seleccionados para el libro, 5006, et 5007 a-d, aquí arriba), amor explícito pero aparentemente poco compartido por su descarado seductor que la encuentra infantil y demasiado frígida (4700). Ella no cesa de representarlo (1387 veces sobre 467 páginas) de manera obsesiva. Mujer seducida sin duda, incluso mujer objeto (4625, aquí abajo), sujeto de «sus experiencias» (4732) –pero Wolfsohn la califica también de peligrosa (4624) y Griselda Pollock la ve feminista–, ella encontrará en el recuerdo de ese amor desafortunado el recurso necesario para afirmarse a través del dibujo, para ser capaz de transformar su vida en obra de arte, para superar un tiempo el espectro de la locura. Y es indudablemente ese proceso de imaginación activa, artística, lo que hace de «¿Vida? o ¿Teatro?» una obra fascinante. Pero la fascinación, más que histórica, es psicológica, incluso psicoanalítica: en repetidas ocasiones en el libro (4405456567475660), se habla de psicoanálisis, Wolfsohn, víctima de estrés postraumático después de la primera guerra, había visto a Jung y se había inspirado de él. La obra de Charlotte corresponde con aquello que Jung llamaba «imaginación activa», la posibilidad de conocer y de vivir su propia alma, de reencontrarse consigo mismo («individuación») a partir de las imágenes creadas (ver el Libro rojo). Un análisis jungiano de esta obra es revelador, pero todavía no lo han tenido en cuenta en las exposiciones (ya lo deseaba yo en 2006...).


Charlotte Salomon,¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4861 (ver traducción https://charlotte.jck.nl/detail/M004861 )


La bisabuela de Charlotte intenta suicidarse en vano, durante ocho años, y murió de agotamiento, al contrario de sus hijas y nietas que se suicidaron. Charlotte también escapa del suicidio intencional y podemos interrogarnos sobre su actitud en los últimos meses de su vida, una vez terminada su obra y puesta en lugar seguro: cuando la policía de Niza les pide a los judíos que se presenten para censarlos, Charlotte está en lugar seguro, escondida en Saint-Jean-Cap-Ferrat, y sin embargo decide presentarse en la comisaría, lista para ser deportada «puesto que es la ley» dice; un policía la salva por poco al hacer que huya. Meses más tarde, encinta de Alexander Nagler, un refugiado judío que fue amante de Ottilie Moore, la anfitriona protectora de Charlotte en Villefranche (nuevo triángulo amoroso de menor intensidad, según parece), ella insiste para que se casen oficialmente: para ello tienen que salir de la clandestinidad, mostrarse, revelar su dirección; poco después la Gestapo los detiene. Quizás haya sido una forma indirecta de suicidio... Muchas planchas la representaron dibujando; su autorretrato final, última plancha de su libro (4925, aquí arriba), la muestra dibujando el vacío, la transparencia, la nada.


Charlotte Salomon, retrato de su abuelo agonizando, dibujo


Charlotte y su abuelo estuvieron internados brevemente en el campo de Gurs en junio/julio de 1940 (como todos los ciudadanos alemanes en Francia, judíos o no), pero este episodio no aparece en su libro, sino a través de un aviso a los ciudadanos alemanes (4914). Esta obliteración del único momento en el cual estuvo realmente detenida antes de su final me pareció curiosa: como una negación de la realidad, creencia supersticiosa apotropaica.


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4181


Una de las particularidades narrativas de «¿Vida? o ¿Teatro?» es su transcurso temporal: la heroína es también la narradora, y la historia se cuenta desde cada punto de vista. Por lo tanto, las temporalidades chocan y se compenetran. El ejemplo más asombroso es que las primeras hojas (415657) presentan el suicidio de su tía (también llamada Charlotte) en 1913, antes de que naciera y no lo sabrá sino hasta 1940; igualmente con la muerte de su madre (417981, aquí arriba). La posición dual del autor le permite tomar distancia con su historia, con su persona heroína (al igual que el uso de seudónimos, por transparentes que sean). 


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4542 (ver traducción https://charlotte.jck.nl/detail/M004542 )


Los gouaches de Charlotte Salomon son algunas veces escenas únicas, a veces repeticiones de un mismo tema: puede entonces tratarse de animar la escena duplicando o triplicando los personajes que dialogan (como 4625 aquí arriba), o componer una representación obsesiva del mismo tema (a menudo la cabeza o el cuerpo de Wolfsohn 4542 aquí arriba). A veces son escenas de simultaneidad (más o menos como algunas composiciones del Medievo) en donde aparecen varios episodios separados en el tiempo pero que comparten el mismo espacio, y algunas veces son composiciones en cuadros (predela, historieta o guión gráfico, como preferamos; así 4223 aquí abajo). En sus composiciones existe, y todos lo han revelado, una dimensión bastante cinematográfica. Otras páginas solo contienen texto en hilera.


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4625 (ver traducción https://charlotte.jck.nl/detail/M004625 )


Su gama de colores es bastante limitada e intencionalmente expresiva: escenas felices claras, escenas deprimentes oscuras (así 4791 aquí abajo). Las influencias artísticas son numerosas, a veces citadas claramente, como Miguel Ángel (aunque su representación de la Sixtina sea de las más someras 4329-31), a veces evocadas (un girasol de van Gogh 4351, el beso de Munch, un paisaje de Matisse, una mesa a la Cézanne). Más que las caras cuyas expresiones son a menudo apenas esbozadas, lo que comunica un sentimiento es la escena en su conjunto, el ambiente. Aunque haya estudiado el dibujo y tuviera una gran cultura artística, siempre sentimos en ella une cercanía con el arte marginal, tanto por la fuerza de expresión como por la falta de sofisticación estética y la sencillez en la expresión. Por otro lado, asombra ver hasta que punto un dibujo como el del abuelo agonizante (que no pertenece al conjunto) es más preciso, más trabajado que sus gouaches. 


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4223


«¿Vida? o ¿Teatro?» es presentada por Charlotte Simon como una opereta (‘Singspiel/Singespiel’)  y Charlotte es habitada por la música, tararea cuando dibuja y sus páginas están llenas de referencias musicales. Demasiadas exposiciones pasan por alto este aspecto «multimedios» de su obra. Uno de los atractivos de la exposición es haber instalado en el recorrido siete pausas musicales, siete salas oscuras en las cuales, si la lectura de las leyendas densas lo cansa o si la trágica historia lo angustia, el visitante puede escuchar la música, cerrar los ojos y recobrar el aliento. Charlotte Salomon menciona todas esas obras musicales en su libro, y, salvo Marcello (4317), se pueden escuchar en la página web: Weber (4164 y siguientes), Gluck (4572), Bizet (4227), Bach (4510), Schubert (4604) y una canción popular interpretada por Paula Lindberg (4367).


Charlotte Salomon, ¿Vida? o ¿Teatro?, plancha 4791  (Violencias descomunales contra los judíos en Alemania)


Existen muchísimos libros y artículos sobre Charlotte Salomon (y películas, como una en neerlandés de Frans Weisz, una ópera, un ballet, ...), más o menos de ficción, más o menos orientados, homenajes o estudios. Dos novelas de Bruno Pedretti y de David Foenkinos se diferencian del resto en cuanto a la calidad literaria, no necesariamente en cuanto a la veracidad. Aquí doy una opinión, una interpretación de su obra, que descubrí hace trece años y que vuelvo a visitar pues esta exposición me da la ocasión. He trabajado a partir de su libro en inglés, sirviéndome de su obra (Waanders), pero la edición francesa (Le Tripode) es más completa, con la traducción de la última carta mencionada más arriba. Además todas las planchas de «¿Vida? o ¿Teatro?», (con más o menos otras 180 que Charlotte no seleccionó para su libro), se pueden ver en esta página (la clasificación, de 4155 a 4925, es la de este archivo); los textos están traducidos. Nota: todas las imágenes que ilustran este artículo no están necesariamente en la exposición. 


Erika Verzutti : a contracorriente

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16 de abril de 2019, por lunettes rouges

(Artículo original en francés, aquí)


Erika Verzutti, vista de la exposición , Centro Pompidou, foto, Audrey Lauren

Antes que todo me hubiera gustado mostrar el reverso de la imagen de arriba, es decir, la vista que se tiene desde el exterior, a través de los grandes ventanales del Centro Pompidou, sobre la exposición de la artista brasileña Erika Verzutti (fue hasta el 15 de abril), su primera exposición importante en Europa. Del exterior se ve un cisne grande y blanco que les sirve de soporte a una docena de estatuas pequeñas, vemos cinco islotes poblados con pequeñas estatuas de colores entre las cuales navegan los visitantes. La parte de arriba de las paredes está pintada de amarillo, como un sol fantasma, y, en lugar de sentirse en una exposición, se cree uno en un santuario de colores exuberante en el cual nunca será iniciado pero que admirará de lejos.

Erika Verzutti, Beijo (Beso), serie Tarsila, 2011, bronce y acrílica, 38x36x12cm

Hay que entrar por supuesto, olvidar los argumentos convencionales que intentan vincular este trabajo con el de al lado (como si generar formas pudiera reducirse a un proceso orgánico) y hundirse en este universo alegre, irónico, impertinente. Erika Verzutti es una hedonista, a la que no le importan los conceptos abstractos o post modernos (lo que hace que los buenos espíritus del arte contemporáneo tengan dificultades para entenderla: el prefacio del catálogo es una prueba divertidísima de ello). Incluso la comisaria Christine Macel (que sin embargo ya la había presentado en Venecia en 2017) parece aceptar con dificultad la profusión, el rechazo de las reglas, la libertad, puesto que no pueden hacerla entrar en la casilla «feminismo» o en la casilla «política» que son tan prácticas. Al contrario de lo que se practica comúnmente, Verzutti es la heredera de Tarsila do Amaral (y de su marido el antropofagista  Oswald de Andrade), y ella le rinde homenaje aquí con pequeñas esculturas de pepinos fálicos que a veces se abrazan y se acarician.

Erika Verzutti, Bikini, 2015, bronce y acrílica, 61x40x9cm

Pero su trabajo no se reduce al tropicalismo: sus columnas, sus «tortugas», sus estelas se alinean en una historia del arte barroca o surrealista, entre naturaleza y cultura, entre arte primitivo, incluso arcaico, y civilización de la pantalla. Sus obras llevan las huellas de sus dedos, sus huecos sensuales reciben huevos de colores. Trabaja la arcilla, el bronce, el papel maché, el yeso, el concreto, la cera, qué importa, las formas al mismo tiempo prosaicas y extrañas nacen de las yemas de sus dedos como creaciones mágicas.

Erika Verzutti, Misionero, 2011, bronce y acrílica, 31x10x16cm

Su erotismo es suave e irreverente, con una sensualidad de colores y formas dulces, redondas, voluptuosas; su serie Misionero evoca la posición que conocemos y no las conversiones, tenemos Venus vanguardistas (Yogi) y Ladies con bananos (¿Josephine Baker?). Ambivalente y astuta, se divierte maravillosamente con la ambigüedad, y el artificio (ver el ensayo de Chris Sharp en el catálogo, sobre Byung-Chul Han) y lanza cosas increíbles que su entrevistadora se toma en serio y apunta cuidadosamente sin saber para qué.

Erika Verzutti, vue d’exposition, Cimetière au 1er plan, Centre Pompidou, ph. Audrey Laurens

La exposición también comprende Cementerios, agrupación de residuos en el suelo, fracasos, huellas de fracasos aceptados, reliquias que  también se pueden venerar cuando se rechaza el éxito, en una reconciliación con el fracaso: ningún artista «verdadero» haría eso (quizás Rodin) y Verzutti se complace con ello, naturalmente, una vez más fuera de las reglas y convenciones.

Erika Verzutti, Enceinte (Gravid), 2014, bronze, béton, émail, cire et acrylique, 90x60x28cm

Es una energía que se sube a las paredes : varias obras pasaron de esculturas en el suelo a bajorrelieves  (ver análisis de José Augusto Ribeiro en el catálogo). Se trata de formas de colores, siempre tan redondas, que saltan de la pared hacia el espectador, como una pantalla táctil, un ventana aberrante que se ha vuelto viva, activa y potente. No sabemos qué pensar de ese trabajo, o mejor, no sabemos mucho cómo analizarlo, preferimos sentirlo, fusionar con él: la experiencia de la visita es más sensible o mística que intelectual, y ahí está la proeza a contracorriente de Erika Verzutti..









Construir Notre-Dame, no reconstruirla

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17 de abril de 2019, por Lunettes Rouges

(Artículo original en francés, aquí)




Vista del incendio desde un dron

[20 de abril: todos los movimientos de la Francia reaccionaria, desde souchiens hasta Idtla y pasando por Philippe de Villiers, se soublevan contra aquellos que se atreven a cuestionar la reconstrucción de forma idéntica. Una de sus páginas web publicó mi foto y mi dirección (la que creen) llamando para que me «pongan en su sitio el seso». [Tras una ficha antropométrica hecha ayer, todos los comentarios en la página acaban de ser borrados.] Y los comentarios insultantes se apoderaron del blog, les cito el último: Periodimier... del monde: hijo del diablo que haces el signo de la cruz al revés. Izquierdo-comunista salido directamente de las entrañas de Satanás, asesinos, vendrá el día en que se quemarán en el infierno, por haber destruido Notre Dame.» [sic] Agotado de limpiar todo ese vómito delante de mi puerta, decidí cerrar los comentarios en este artículo.]

Parece entonces que nos estamos orientando hacia una reconstrucción de Notre Dame tal y como era. ¿Es sorprendente que se privilegie esta solución, solución conservadora y estrechamente patrimonial?

¿Es de extrañar en nuestra sociedad cerrada y rancia, dirigida hacia el pasado, hacia la Francia de cepa, sociedad que se volvió racista, islamófoba, que rechaza a los inmigrantes, una sociedad que reniega de los principios que la fundaron, de la Declaración de los Derechos del Hombre en 1789, del programa del Consejo Nacional de la Resistencia en 1944, y que lo único que la anima es remover su grandeza pasada? 

¿Es de extrañar con esta iglesia católica (o por lo menos sus dirigentes) desconectada del mundo de hoy (la lista es larga: sacerdotes obreros, teología de la liberación, contracepción, aborto, celibato de los sacerdotes, ...) y encerrándose en un «fundamentalismo reaccionario y anquilosante» como lo escribe en La Croix el cura de Montrouge, quien, maravillado con las luces cayendo sobre el altar por el hueco de la estructura, piensa que Notre Dame merece mejor que una reconstrucción idéntica ? 

¿Es de extrañar que con este presidente que, aparentando ser ‘moderno’, es uno de los más insidiosamente conservadores de los que hemos tenido y quien en su búsqueda desesperada de popularidad, anuncia precisamente al día siguiente, con ridícula grandilocuencia que todo sería reconstruido idéntico en cinco años? 

¿Es de extrañar que con los ayatolás de la preservación del patrimonio que se agitan como la mosca del Coche y la Mosca, ayer contra la pirámide de Pei, las columnas de Buren y el «Louvre en donde los árabes», hoy contra la nueva Samaritaine, siempre listos para crear polémica contra el mínimo cambio en sus universos  congelados?

Viollet-le-Duc en Saint Thomas, 1843

En lugar de restaurar los fantasmas medievales de Violett-le-Duc (cuya representación vanidosa aquí arriba habían sacado oportunamente cuatro días antes del incendio, y que por ende fue salvada, ¡gracias a Dios!), si tuvieran audacia y valentía  (pero a nuestros políticos les hacen tanta falta) se lanzaría un concurso internacional de arquitectura para imaginar un edificio nuevo  (y no solamente la aguja de Viollet-le-Duc) apoyándose sobre las estructuras que existen pero inventando formas nuevas quizás de vidrio y de acero : tendríamos entonces una Notre Dame de nuestro tiempo, innovadora, ambiciosa, una promesa técnica como lo fue en el momento de su construcción, y no una repetición estéril y reaccionaria (la Estirge también es de Viollet-le-Duc).

Charles Nègre, La Estirge, 1853 (con Henri Le Sercq), col. Museo de Orsay

El tema no es ni técnico, ni estético, ni patrimonial, es político: ¿en qué mundo queremos vivir ?, ¿en qué siglo? 

O entonces dejémosla en ruinas, «dejarla tal cual, es decir arrebatada por las llamas del incendio de las manos de los predadores y devuelta al fin al pueblo y a su libre uso», como lo propone un cura del campo, salvar la catedral del corazón en lugar de la de piedra. Transformada en nueva Corte de los Milagros, se convertiría entonces en testimonio elocuente de nuestro país, de nuestra sociedad, de nuestro gobierno y de la Iglesia. 

Como escribe la historiadora Fanny Madelin, «las llamas de Notre Dame, son nuestro mundo que se quema. Es el Derrumbamiento con D mayúscula, el de la biodiversidad, es la gran extinción de las especies, el fin de las democracias liberales occidentales.» Y no es restaurando el monumento como antes que combatiremos ese Derrumbamiento sino reinventándolo. 

[19 mai 2019 :

Projet Godart +Roussel

Este es un ejemplo de arquitectura innovadora, un bosquejo de la oficina de arquitectura Godart Roussel. Leer su manifiesto aquí (y los comentarios, muchos de los cuales expresan bien mi propósito aquí arriba).]

Daniel Arasse, el hombre en perspectiva

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22 de abril de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)



Piero della Francesca, Pala de Brera, 1475, Milan, Galleria Brera, pl.43

Hazan volvió a editar hace poco el primer libro de Daniel Arasse (de 1978) sobre el arte italiano en los siglos XIV y XV. Despliega su análisis de los cambios políticos y sociales, por lo tanto estéticos, en la Italia de finales de la Edad Media y principios del Renacimiento. Es el principio del humanismo, del peso creciente de la burguesía, y de la nueva posición concedida a los artistas que constituyen el telón de fondo de las revoluciones pictóricas que tienen lugar en ese entonces : la perspectiva (o mejor, UNA perspectiva, la de Alberti, la que muchos pintores pasan por alto alegremente) y su narración más o menos lineal (de la de prédell a la pala).

Masolino da Panicale, Miracle de la neige, 1428, Naples, Capodimonte, pl.44

Me gustaron mucho sobre todo las dos infracciones intencionales a la perspectiva que señala Arasse : el huevo de la Pala de Brera de Piero della Francesca (matemático experto, además, que no le deja nada al azar), como un juego de ilusión para que la forma perfecta del huevo, que la construcción arquitectural desplazaría detrás del grupo, se encuentre en realidad, gracias a la luz, por encima de la Virgen ("la ciencia matemática se pone aquí al servicio de la oración", escribe Arasse); y el plano de la basílica de Santa María Mayor aparece milagrosamente en una obra de Masolino da Panicale (tampoco era un principiante) con una linea perspectiva, que en lugar de ir hacia el punto de fuga, se junta, según él, con la mano de Cristo ("la lógica interna de la perspectiva excluye del mundo mesurable la inconmesurabilidad divina).

Lippo Vanni, Annonciation, vers 1360/70, San Leonardo al Lago, pl.57

No voy a repetir estudiosamente las tesis de Arasse (ni, ya que no soy competente, a profundizar y reemplazar en perspectiva su pensamiento). Uno de los grandes intereses de este libro es que analiza la singularidad artística de cada ciudad, vinculándola con su estructura política y social : cómo el régimen democrático de Florencia, personificado luego por una familia dominante, es más propicio para que haya perennidad artística (a pesar del episodio con Savoranola) que, por ejemplo, el sistema de Siena, del que analiza la decadencia, no tanto por la peste o las batallas perdidas sino por la falta de personificación de un príncipe y por la supremacía de figuras religiosas conservadoras (San Bernardino, Santa Catalina). Cómo también Urbino o Asís, ciudades faro en un momento de sus historias, no duran a largo plazo, cómo Roma no eclosiona realmente artísticamente sino con los papas príncipes del temple de Julio II o de León X.

Maître de l’Annonciation Gardner (Piermatteo d’Amalia), Annonciation, vers 1480, Boston, Isabella Stewart Gardner Museum, pl.64

Uno de los temas sobre los cuales Arasse a escrito más es el de la Anunciación, y aquí, hay dos particularmente innovadoras : primero, la de Lippo Vanni, quien desde 1360/70, introduce una ventana verdadera en su composición, el edificio pintado coincide con la iglesia en donde está pintado. Pero esa innovación radical no tiene repercusión, la pequeña iglesia de San Leonardo del Lago (en Monterioggioni, cerca de Siena) no es un centro cultural religioso importante; el joven Ambrogio Lorenzetti ya había adoptado de manera más tosca el mismo esquema iluminador para su Anunciación en San Galgano (cuya extraña sinopia revela un temor marial muy poco normal en la norma católica), pero Arasse no lo menciona. Otro juego de perspectiva sorprendente, son los dos árboles simbólicos, el uno vivo el otro muerto, en el fondo de la profunda perspectiva de la Anunciación de Gardner (probablemente de Piermatteo de Amelia), en el lugar de la columna tradicional. Otras Anunciaciones tienen detalles que Arasse tomará más tarde, la manzana, la calabaza de Crivelli, el caracol de Del Cossa.


Ecole ferraraise, Vierge à l’Enfant, vers 1480, Edimbourg, National Gallery, pl. 75

Arasse habla también de retratos y de batallas (como la de Uccello), hay algunas páginas conmovedoras sobre la representación de la miseria humana de la Virgen y el niño, de Piero de Cosimo ("primeras dudas sobre la civilización del heroísmo y la ostentación"), y concluye su libro con esta extraña Virgen de la escuela de Ferrara en la cual un lienzo rasgado montado sobre un marco falso fue pintada sobre el chasis (i hasta se ve una mosca abajo a la izquierda ! 
¿ símbolo de descomposición ? ¿ de destrucción ? ¿ al igual que el parapeto es un símbolo del Sepulcro ?) : "refinamiento elitista y tradicional", quizás, pero ¿ no podremos ver en ese trampantojo decadente, en esa rasgadura marial, una especie de estética de la ruina antes de tiempo ? En fin, este libro fue para mí, siempre alerta, la ocasión para descubrir a Cosme Tura, de cuyos rostros expresionistas emana una inquietante singularidad, finalmente muy moderna.

Cosme Tura, Pietà, vers 1460, Venise, Musée Correr, pl.40

Dicho esto, algunas críticas : este libro, de formato pequeño es práctico de leer (en tren, por ejemplo), pero el referencial de la imágenes es bastante complejo. Como hay figuras enumeradas a lo largo del texto y de las ilustraciones de doble página con explicaciones (pero sin dar el formato de los cuadros o frescos, salvo excepción i el colmo !), el ir y venir entre texto e ilustración es engorroso. El texto lo manda a leer el número de una ilustración mas no la página, uno busca un rato y cuando encuentra se pone a leer la leyenda que no solamente es descriptiva sino que suscita interés por otros puntos interesantes (la mayor parte de las citaciones aquí proceden de allí) entonces cuando mi pobre cerebro vuelve al texto, allí en donde lo había dejado, se siente perdido y necesita otro rato para organizarse. Es ciertamente un detalle, sin duda arassiano, pero que algo perturba el placer de esta lectura fascinante. 

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Rojo Puro (en el Grand Palais)

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25 de abril de 2019 por Lunettes Rouges


(Artículo original en francés, aquí)



Alexandre Rodtchenko, Pur Rouge (tríptico Color liso), 1921, 62.5×52.7cm, Moscú, col. privada

¿Cuál es la expresión artística correcta para la Revolución? ¿Hay que inventar formas nuevas aunque haya que estar en la vanguardia, lejos de las masas, o hay que mantener formas clásicas, sencillas y expresivas para transmitir lo más eficazmente posible el mensaje revolucionario? Es el dilema del arte soviético y es el tema de la exposición Rouge (Rojo) del Grand Palais (hasta el 1 de julio). Por otro lado, el giro radical de finales de los años 20 hacia lo que se llamará realismo socialista está marcado en la exposición con el paso de un piso al otro, la cesura se hace entre dos frecuencias cinematográficas : abajo de la escalera, los extractos de películas de la primera década de la URSS son demasiado cortas y es frustrante, nos hubiera gustado ver más obras maestras; arriba, post 1929, se aburre uno rápido ante las secuencias ingenuas y sentimentales. Pero es mucho más que una exposición de pintura, de escultura y de arquitectura, y (abajo) de grafismo y de diseño que de cine. En Francia, es evidente que conocemos mejor la efervescencia de principios de la URSS que el arte estaliniano, que se ha beneficiado desde entonces ante algunos, con un efecto de curiosidad más social que artística. 

Boris Korolev, Monumento a Bakounine, 1918, proyecto de momumento, 83x25x22.5cm, Moscú, Galería Tretiakov

Al principio de la Revolución, el arte es propaganda, no solamente las obras en sí mismas sino el contexto en el que se muestran: agitprop, artes callejeros, trenes para educar a las masas. La tensión es constante entre forma y discurso: el plan de propaganda monumental que consiste en levantar estatuas de los grandes hombres por toda la Unión, dio lugar a bastantes esculturas hiper clásicas, y también al Bakounine cubista atormentado de Boris Korolev que fue criticado enseguida porque se alejaba del gusto popular. A principios de los años 20, muchos artistas (pero no todos: ver a Chagall en Vitebsk) inventan a diestra y siniestra, y los critican, pues el pueblo no adopta mucho esas innovaciones, y los segmentos más tradicionales protestan, pero el poder deja que hagan y algunas veces respaldan esos experimentos. 

Boris Koustodiev, El Bolchevique, 1920, 101×140.5cm, Moscú, Galería Tretiakov

Cuando el pintor del antiguo régimen Boris Koustodiev se actualiza y pinta un Bolchevik gigante agitando una bandera roja por encima de la ciudad, el mensaje revolucionario no se manifiesta para nada con una revolución de las formas. Subsiste toda una pintura más bien tradicional con AKhRR (Asociación de artistas de la Rusia revolucionaria), con todos los topoi del obrero, del maestro, del koljós, y de Lenin, claro. En cambio, la obra de Vladímir Lebedev, (aquí abajo) por ejemplo, igual de propagandista (y con argumentos igual de simplistas), compone formas nuevas, un montaje de personajes no solamente esquemáticos sino inspirados por el cubismo, y cuya articulación actúa conjuntamente con los fotomontajes de Gustav Klucis

Vladimir Lebedev, El fantasma rojo del comunismo se desplaza a través de Europa, 1920, gouache y lápiz sobre cartón, 76x66cm, Moscú, Galería Tretiakov

La fotografía se convierte en un arte de primer plano, mucho más que en el Oeste, ya que, además de su estética, la glorifican como una ‘factografía’, más que una representación verídica de la realidad, es el mismísimo real («el artista no reproduce un hecho, la fotografía misma es el hecho preciso, captado en su esencia verdadera»). Pero en la exposición no está suficientemente representada, y me hubiera gustado ver más fotografías que no fueran exclusivamente documentales: la mayoría de las fotos de Rodtchenko (salvo el magnífico clavado de un trompetista en contra picado) son documentaciones de telas, muebles o maquetas de libros y, si no me equivoco nada sobre Arkadi Chaïkhet ni Max Alpert, y en cambio el refrán de siempre sobre la eliminación de los dirigentes en desgracia de las fotos oficiales (en un libro de Rodtchenko y de su esposa Varvara Stepanova). También, de Alexandre Rodtchenko, el cuadro Rojo puro, 3294 cm2  de puro pigmento rojo (arriba), «el último paso de una larga ruta, la última palabra después de la cual el pintor debe callarse, el último ‘cuadro’ creado por el pintor» (Nicolai Taraboukine)

Vsevovold Meyerhold, La biomecánica, 1920, película, captura de pantalla

El teatro es uno de los principales laboratorios de la alianza entre arte y revolución, como un foco de la sociedad del futuro. Entre los diferentes documentales que presentan, el más fascinante es sin lugar a dudas una pequeña película de Vsevolod Meyerhold sobre la biomecánica : para él, el cuerpo es una herramienta de trabajo, poderosa, eficaz, precisa, que debe doblegarse ante las reglas mecánicas. Se trata de dominar la energía de los cuerpos para construir un modelo de comportamiento físico (por tanto moral y político) para el hombre socialista. Si esta biomecánica se basa en teorías científicas, también es pariente de la racionalización del trabajo que recomienda entonces el capitalismo (Frederick Taylor, la pareja Gilbreth, y Henry Ford), lo que tiene su gracia... Habría que hablar de diseño y de arquitectura, secciones importantes de la exposición, y también de Tatline, y recordar los vínculos con el extranjero (Alemania sobre todo, Bélgica, Hungría, Francia muy poco). Podemos ver aquí y allí, algunos textos en lenguas diferentes al ruso (¿azerí? ¿turcomano?), pero es un tema que poco evocan. Ousto Moumine (nacido Alexandre Nikolaev convertido al Islam en 1922, basado en Tachkent) y Viktor Ufimtsev, únicos artistas de una cultura no eslava mencionados aquí. 

Youri Pimenov, Mañana (Oudelnaia, verano), 1931, gouache, Museo Pouchkine

En cambio, el feminismo sólo puede ser proletario, y la sensualidad está totalmente ausente; la ropa (a veces colectiva) es funcional y sin gracia (un concepto burgués), y el cuerpo individual se disimula para no ser objeto de deseo. La obra «Quiero un hijo» de Serge Tretiakov, montada (en vano) por Meyerhold, recomienda «un eugenismo de clase que permita asegurar la reproducción sana y eficaz de la raza proletaria»... Única excepción mínima en esta primera parte, una gouache (quizás secreta) de Yuri Pimenov, una mujer haciendo su aseo, una mañana de verano en Leningrado y un hombre (¿marinero?) que la llama golpeando el vidrio de la ventana. Ya estamos en 1931. 


Georgi Roublev, Retrato de Staline, 1935, 152x152cm, Moscú, Galería Tretiakov

Después de la muerte de Lenin, el arte se ajuicia, se prohíbe la abstracción, Filonov y Malevitch se corroen y se acomodan,  otros emigran o se suicidan; en 1929, Staline tiene el poder absoluto. Subamos un piso. Aquí ya no se ve la mínima huella de abstracción. El culto de la personalidad, claro, con grandes lienzos históricos a la gloria de Staline (aquí arriba, por Georgi Roublev, el padrecito de los pueblos, relajado, lee la Pravda, casi familiar), de Lenín (¡de paseo con niños!), también de Gorki, leyendo o muriendo, bien acompañado. Muchas escenas edificantes, la condena del perezoso o el tribunal del pueblo, que, a posteriori, evidentemente recuerdan el terror de las purgas y nos estremecen. Esplendores arquitecturales gigantescos, rasca cielos y metro moscovita. Este arte que se supone que celebra un porvenir radiante, una sociedad ideal y feliz, parece tan banal, tan poco exaltador, tan codificado, que se apresura el paso por las salas. 


Alexandre Deineka, Libertad Plena, 1944, 204x300cm, St Petersbourg, Museo del estado ruso


Hasta el momento en que vemos a Alexandre Deïneka: pintor del cuerpos, del deporte, de la energía. Es verdad que no revoluciona la manera de pintar el cuerpo humano, es verdad que no plantea preguntas esenciales sobre la estética o la filosofía, pero su pintura de temas bien codificados propone una frescura que seduce. Sus jovencitos nadando desnudos durante la hora del almuerzo en el Dombass (abajo), sus jovencitas corriendo en el campo (el lienzo se llama Libertad plena, quizás también un guiño a la libertad ... de sus senos), corresponden en todo con la doxa comunista, muestran bastante sensualidad e incluso un erotismo discreto. Aunque otros lienzos son más normativos, como la Construcción de nuevos talleres como el Lenín de paseo con unos niños, lo que nos queda en mente es ante todo la celebración del cuerpo. 

Alexandre Deineka, La Bañista, 1951, 279x200cm, Moscú, Galería Tretiakov

Y el choc viene de esta bañista redonda, rústica (unas vacas en segundo plano), de 2m79. ¿Cómo pudo la sociedad estaliniana aceptar este lienzo falsamente ingenuo y más bien provocador? Porque se trata de deseo, con un barniz hipócrita, incluso si en sus cuadros el desnudo es rara vez mixto. Es un ensueño flotante, el deseo más o menos inconsciente en esas representaciones que a primera vista son deportivas y militantes, al mismo tiempo glorificación del modelo y desvío insidioso.  


Alexandre Deineka, Donbass, la pause déjeuner, 1935, 149.5×248.5cm, Musée de Riga

Sobre Deïneka, se puede leer: esta nota sobre la exposición madrileña, otro artículo general, una biografía bastante completa, una página web con muchas de sus obras, y este análisis de su obra desde el punto de vista de los estudios de género (con una conclusión en cuanto al homoerotismo quizás algo forzada). Existe un catálogo bastante extenso (en inglés y en español) de una exposición sobre él que tuvo lugar en Madrid, con bastante documentación y curiosamente (¿púdicamente?) muy pocos de sus cuadros ‘corporales’ (pág 263 y siguientes). 

El catálogo de la exposición Rouge posee textos muy interesantes (entre ellos una entrevista cruzada excelente de J. Rancière y de B. Groys); es una lástima que no incluya la lista de obras expuestas, y, además, que algunas de ellas, ilustradas en el libro, no estén en el índice (las de Deïneka en particular).

[26 de abril: en el libro mencionado antes, Boris Groy escribe (pág 38): Deïneka « did not interpret the body as an object of desire, rather it is a desexualized, expressionless, one can even say abstract body », pero, en la página siguiente reproducen este cuadro que me parece ser un icono del voyerismo homoerótico. Si Deïneka utiliza a menudo el deporte como pretexto para mostrar cuerpos desnudos (arriba, y también estas bañistas, o estas), si algunos desnudos pueden ser estudios en vista de un cuadro ‘deportivo’ (como éste o aquel), ¿qué pensar de esta mujer lánguida en su sofá? Y ¿de esta en su balcón? Y de ¿aquella en sus ocupaciones domésticas como Dios la trajo al mundo? ¿Y de esta extraña fiestera mostrando el pecho (es verdad que la atribución es dudosa, pero que se vendió 3.5M de dólares en 2015)? Entonces no me convence para nada el argumento de Groys. 
Y ¿qué pensar de este dibujo para ilustrar la Gavriliada de Pouchkine, ilustración satírica y blasfema de la fecundación de Maria por Dios?]


(Re)vestir a Eva, que resiste

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28 de abril de 2019, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)



Se trata de una pequeña escena en uno de los lados de un relicario de madera recubierto de plata y que data del siglo XI (hacia 1063, fecha del traslado de las reliquias de San Isidoro de Sevilla a León), conservado en el tesoro de la basílica colegiata real de San Isidro en León (allí en donde el Cid desposa a doña Jimena diez años más tarde). Ese reliario fue pillado por las tropas del Mariscal Soult en 1808, su oro y piedras preciosas desaparecieron entonces. En el interior, una tela mozárabe que se supone era el manto del rey de Sevilla Al Mutadid.Seis escenas del Génesis (además de un rey barbudo de aspecto carolingio) son representadas sobre tablas de plata cincelada, repujadas y grabadas; en la parte delantera del relicario, vemos, la escena (aquí abajo), la expulsión del Paraíso por Dios alado, y el rey carolingio. 

Relicario de San Isidro, hacia 1063, Colegiata de San Isidro, León

Es una escena que se representa rara vez, ilustra el versículo 21 del capítulo 3 del Génesis. « El Señor Dios hizo vestiduras de piel a Adán y a su mujer, y los vistió. » Como sabemos Adán y Eva « estaban desnudos, y no sentían ninguna vergüenza » (Gen 2, 25), luego, después de haber comido del árbol del conocimiento, « entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales » (Gen 3, 7). Según Gen 3, 21, Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso vestidos de piel de animal; sin embargo cuando son expulsados se les representa, muy a menudo, desnudos, (de la catedral de Hildesheim de Masaccio a Chagall). Tienen que entonces, por primera vez, desnudarse, quitarse las hojas de higuera y, por primera vez, vestirse, ponerse las pellizas hechas por Dios; según el texto de la Biblia, es Dios mismo quien los viste. 

William de Brailes, hacia 1230, museo Marmottan

Existen algunas raras imágenes similares a la de León : unas esculturas en el portal de los Libreros de la catedral de Ruan (finales del s XIII) y en el portal Central (s.XIV) de la catedral de Lyon (mencionados aquí), un vitral del s. XIV de la Marienkirche de Francfort restituido recién por el museo del Hermitage, y una pintura mural de la Colegiata de la Resurrección de Toutaïev (s.XVII). En todos los casos, los vestidos parecen ser de tela y no de piel; en las imágenes de Francfort y de Toutaïev, Dios les entrega los vestidos pero no los viste. Las únicas imágenes similares a las de León están aquí abajo, una miniatura de William de Brailes (s.XIII) conservada en el Museo Marmottan (sin embargo Brailes los muestra desnudos en otra miniatura del mismo conjunto); y, aquí abajo, un mosaico de la Basílica de San Marcos de Venecia (s.XIII). 

Mosaico, Basílica San Marcos (Atrio, brazo Oeste, cúpula Sur), siglo XIII, Venecia

¿ Porqué hablar de este tema ? Porque descubrí una reproducción (mala) de la imagen de León en el libro Nudités de Giorgio Agamben, y que su texto picó mi curiosidad :  « Adam ya [está] vestido con una actitud de profunda tristeza; pero, por medio de una deliciosa invención, [el artista] figuró a Eva con las piernas aún desnudas en el momento en que se viste con la túnica que el Señor parece ponerle por la fuerza. La mujer de la que apenas percibimos el rostro en el cuello del vestido resiste con todas sus fuerzas a la violencia divina : lo que prueban, más allá de cualquier discusión, no solamente la torsión anti natural de las piernas y la mueca con los ojos arrugados, sino también el gesto de la mano derecha que se agarra de manera desesperada a la túnica de Dios. » Una resistencia que no aparece en ninguna de las otras representaciones (aunque la miniatura de Brailes sea ambigua).

Y Agamben continúa : « Pero ¿ porqué no quiere Eva ponerse la 'pelliza' ? pero 
¿ porqué quiere quedarse desnuda (por lo que parece, se ha quitado la hoja de higuera, salvo si la perdió durante la lucha)? » « es el último momento que pasan Adán y Eva en el Paraíso terrenal aún desnudos, antes de ser vestidos con pieles y ser expulsados para siempre sobre la tierra. […] la fina figura plateada que resiste desesperadamente contra el vestido es un símbolo extraordinario de la feminidad que hace de la mujer la guardiana tenaz de la desnudez paradisiaca. »

Estas frases se insertan en una reflexión sobre la naturaleza y la gracia, la desnudez y la ropa, evocando así a Vanessa Beecroft, Helmut Newton et Walter Benjamin. Además de a San Agustin, Agamben hace referencia a la « Théologie du vêtement » de Erik Peterson y, para mi sorpresa, al concepto de la desnudez en el Ser y la Nada de Sartre. Dos críticas al libro de Agamben : aquí y allí. Y recuerdo también este cuadro del primer amor

Sumario marzo abril 2019

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30 de abril de 2019, por Lunettes Rouges

(original en francés, aquí)

13 reseñas este bimestre :

9 de marzo   : Un juego de 55 cartas (Jorge Molder)
27 de marzo : Desastre en la MEP
30 de marzo : Sophie Ristelhueber, lo vacío y lo lleno
31 de marzo : August Macke et Franz Marc, amistad y diferencias
6 de abril    : Los ídolos : el ojo, el sexo y el poder
de abril    : Lusolocuras
de abril    : Stéphane Mandelbaum, ni judío, ni gánster, artista
15 de abril  : Charlotte Salomon : ¿Vida o Teatro? ¿Mitos o realidad?
16 de abril  : Erika Verzutti : a contracorriente
17 de abril  : Construir Notre-Dame, no reconstruirla
22 de abril  : Daniel Arasse, el hombre en perspectiva
25 de abril  : Rojo Puro (en el Grand Palais)
28 de abril  : (Re)vestir a Eva, que resiste

Libro recibido (fuera del catálogo de la exposición comentada) :

Ion Grigorescu, From Static Oblivion, Avarie Publishing : en inglés y en rumano,  una presentación original del trabajo desconocido (y reprimido bajo Ceaucescu) de Grigorescu, en torno a su cuerpo.



Sobre el modelo negro, la mirada del artista blanco

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03 de mayo de 2019, por Lunettes Rouges



Anne-Louis Girodet, Jean-Baptiste Belley, diputado de Santo Domingo en la Convención, 1797, 159x112cm, Castillo de Versailles

La exposición « Le modèle noir » (El modelo negro) en el Museo de Orsay (hasta el 21 de julio) es a la vez necesaria y decepcionante. Adopta dos perspectivas, la una, indispensable, más propiamente histórica, y la otra, según la esencia del lugar, más bien artística. En Francia hay demasiado pocas grandes exposiciones sobre la esclavitud, la colonización y el racismo (y todavía demasiados vestigios memoriales, como por ejemplo, los nombres de las calles de Burdeos), y solamente podemos alegrarnos de la dimensión histórica de esta exposición, que va desde la Revolución (y la primera abolición de la esclavitud en ciertas colonias, no en Martinica ni en las Mascareñas), hasta 1940. La esclavitud, la trata y la abolición, en los textos presentados y en el catálogo (en particular el ensayo de Stéphan Guégan), la cronología y las aventuras de sus héroes son considerables. Podemos, sin embargo, echar de menos la ausencia de enfoque económico sobre las consecuencias de la abolición. E indudablemente no era el lugar para hacer además la historia de la colonización y del racismo metropolitano, que hubieran sido pertinentes para la comprensión del recorrido artístico; pero no es sino una exposición. Vemos entonces emerger figuras simbólicas de la emancipación, entre las cuales el convencional Jean-Baptiste Belley, primer diputado negro de nuestra historia, colmado de dignidad republicana, y sin embargo pintado por Anne-Louis Girodet como auspiciado por un blanco, el padre abolicionista Guillaume-Thomas Raynal fallecido un año antes. 

Pierre Gobert (attribué à), Mauresse de Moret, 1695, Bibliothèque Ste Geneviève, pas dans l’exposition

El recorrido documental indispensable fusiona y se confunde con el recorrido artístico. Empezamos con la Revolución, pero ya había antes representaciones de negros, del Rey Balthazar a van der Kerckhoven, que a menudo no eran sino tipos no identificados, no individualizados. Algunos servidores negros fueron sin embrago identificados con sus nombres (Paul Zaigre de Pigalle, Auguste de Carmontelle), pero muy pocos retratos dignos y respetuosos, por falta de sujetos lo suficientemente 'respetables' sin duda. Una rara excepción (no está en la exposición) es el retrato atribuido a Pierre Gobert, de la benedictina de Moret, de la que se presume fue el fruto de los amores de la reina Maria Teresa y de su page negro. 

Marie-Guillemine Benoist, Retrato de Madeleine (ex Retrato de una Negra), 1800, 81x65cm, El Louvre

La exposición empieza realmente con el famoso cuadro de Marie-Guillemine Benoist. Veamos que en esta exposición se tiene la voluntad de nombrar las obras de manera « moderna » y correcta, ya no se dice Nègre sino Noir (y mañana, ¿los rebautizaremos retrato de un afro descendiente?), o mejor, conseguirse su nombre (de ahí la instalación bastante banal de Glenn Ligon en el vestíbulo del Museo). El cuadro que conocimos durante 200 años como 'Retrato de una negra' ahora se llama 'Retrato de Madeleine' según la hipótesis de que se trata de la criada del cuñado del artista. (En la misma linea normativa, Olympia es calificada como 'trabajadora sexual' en el catálogo de la co curadora estadounidense ...) Es un cuadro fundamental puesto que uno de los primeros en los que parece que se establece un diálogo entre el pintor y su modelo, una comunicación igual : posiblemente ilusión, dado el rango social de las dos mujeres y sobre todo porque Benoist desnuda y crea de hecho un objeto sexual, arquetipo del supuesto erotismo desenfrenado de esa raza (no soy experto de la señora Benoist, pero me parece que si le gustaban los descotados profundos, no vemos el pezón rosa de ninguna mujer blanca en su obra). Madeleine aúna así los dos atributos que se encuentran sin cesar en la representación de las mujeres negras, la sexualidad y la domesticidad.

Roland Penrose, Cuatro mujeres dormidas : Lee Miller, Leonora Carrington, Ady Fidelin y Nush Eluard, Lambe Creek, Cornwall, Inglaterra, fotografía, 1937, impresión moderna 37×29.8cm, Archivos Lee Miller 

Aquí se trata de la mirada del pintor sobre su modelo, y de la manera como el modelo se doblega ante las normas de esa mirada. Ya sea la Aspasie de Delacroix, la Venus Africana de Charles Cordier, la María de Félix Nadar, o la Aïcha de Kisling, el estereotipo racial de la hiper-sexualidad negra se encuentra totalmente asimilado por el artista sin problema alguno. Además Joséphine Baker, en el limite de lo obsceno, o la artista de circo Miss Lala se apropian ellas mismas el estereotipo y crean con él de cierta manera 'la base de su negocio'. Son también numerosas las sirvientas, dóciles inclinadas : en la Esther de Chassériau, en el Baño de Bazille, en el Baño Turco de Gérôme, o en la dócil niñera del Beso infantil de Feyen y la Chica joven con peonías de Bazille. El súmmum es quizás la sirvienta de Olympia (de quien las curadoras están bastante orgullosas de haber encontrado el nombre, Laura, y la dirección, 11 rue de Vintimille). Indudablemente Jeanne Duval, amante de Baudelaire y pintada por Manet sobresale, pero Manet no la 've' sino porque está ligada con Baudelaire y no por su personalidad o su éxito propio. Y así hasta los años 40, con Ady Fidelin« musa » de Man Ray con quien vive contento porque hace todo, « embolar zapatos, servir el desayuno, pintar el fondo de mis lienzos grandes, y todo al ritmo de la beguine o de la rumba »; cuando él se va precipitadamente para Estados Unidos, ella se queda en Francia y desaparece de la historia del arte, al contrario de las tres otras de esta foto de Roland Penrose : Lee Miller, Leonora Carrington y Nusch Eluard.

Jules-Robert Auguste, Dos mujeres desnudas (o Africa y Europa), hacia 1825-26, pastel, 31.6x38cm, Museo del Quai Branly

Cuerpo negro y cuerpo blanco juntos, doble sexualización sáfica : la negra ya no es sirvienta sino compañera, o por lo menos sirvienta-ama : ¿ será que el oscuro Jules Robert Auguste transgrede un tabú y da un paso cuarenta años antes de Courbet, ciento diez años antes de Lee Miller y Adrienne Fidelin fotografiadas por Man Ray ?

Théodore Chassériau, Etude d’après le modèle Joseph (ex Etude de Noir), 1839, 54.8×73.5cm, Montauban, musée Ingres

La forma como se mira al hombre negro está igualmente colmada de mitos, de estereotipos. Para empezar el negro es el color del infierno : Ingres, entonces en Roma, le pide al joven Chassériau (quien disimula lo mejor posible su condición de sangre mezclada y el color de su piel) que le pinte según un croquis que le entrega sin decirle para quién es (El Señor expulsando al demonio de lo alto de una montaña) y muy secretamente, el cuerpo negro del modelo Joseph suspendido. Chassériau tardará mucho tiempo e Ingres abandonará el proyecto, pero esa figura del Mal volando antes de su caída resulta ser uno de los estereotipos más extraordinarios del cuerpo negro. 

Pierre Puvis de Chavannes, Jeune Noir à l’épée, 1848-49, 105x73cm, Musée d’Orsay

Aunque no sea necesariamente el diablo, el negro es violento y sanguinario, y el muy reaccionario Puvis de Chavanne no duda en sumar estupor y ferocidad en este joven Negro desnudo (a la antigua) con gorro frigio, sable en mano : indudablemente un cuadro trasgresivo, posiblemente pro abolición, pero también fruto de una mirada dominante. Más tarde, en la misma linea, el Negro es deportista, boxeador del XIX, corredor, futbolista en el XX. Y en fin, el Negro es buen trabajador, sólido, alegre y algo simplista; y ahí saltamos a Banania pasando por los tiradores de Senegal y a este Negro cargando una caja. 

Théodore Géricault, Etude d’homme d’après le modèle Joseph, vers 1818-19, 47×38.7cm, Los Angeles J.Paul Getty Museum


¿ Quién se libra de los estereotipos racistas ? ¿ quién mira a su modelo sin racismo, sin dominar ? No muchos; quizás Géricault al incluir a tres hombres negros en La balsa de la Medusa, y, que para ello, realiza este estudio, según el mismo modelo Joseph. Matisse quizás, después de su viaje a Nueva York y cuando dibuja a sus modelos antillanas en Cannes. Aquí no se está intentando distribuir títulos retrospectivos de anti racismo, sino de constatar que la mirada del blanco en general no sabe deshacerse del ambiente racista de la sociedad que lo rodea. 

Paul Gauguin, Tête de femme, Martinique, 1887, craie de couleur, 36x27cm, Amsterdam, Musée van Gogh

Sin duda solamente Gauguin lo logrará verdaderamente, Gauguin el proscrito, Gauguin el revoltoso, primero en Martinica, luego en Polinesia, cuando pinta a sus amantes y grita contra la destrucción de su sociedad (pero ¿ se es negro en Polinesia ? La definición del catálogo incluye algunos árabes, pero no a polinesios ...). Y no serán los pintores mestizos quienes manejen el combate, felices de integrarse en la sociedad blanca, preocupados por el rechazo : Chassériau, además del Satanás (arriba), pintó a una sirvienta negra bien juiciosa al lado de Esther, y Guillon-Lethière, también él hijo de liberado, aunque se atreve a mostrar cierta igualdad entre hombre blanco y hombre negro en El Juramento de los Ancestros, no lo hace sino una vez y en secreto, antes de enviar el lienzo clandestinamente a la joven república de Haiti. 

François-Auguste Biard, L’Abolition de l’esclavage dans les colonies françaises le 27 avril 1848 (ex Proclamation de la liberté des Noirs aux colonies), 1849, 260x392cm, Clermont-Ferrand, Musée Roger Quillot, en dépôt au Château de Versailles

Aunque la mayoría de los ensayos son bastante eruditos, muchos tiene dificultades para afrontar la problemática de la mirada blanca. Se desprende claramente el excelente ultílogo de dos ex curadores de la exposición sobre los zoos humanos, Lilian Thuram y Pascal Blanchard [uno y otro criticados muchas veces por sus posiciones : Thuram y Blanchard], « Cuerpo negro, mirada blanca ». Su análisis del poder blanco es bastante cruel con la mayoría de las otras presentaciones. Como ejemplo, este lienzo pomposo de François-Auguste Biard celebrando la segunda abolición de la esclavitud en 1848 que analizan con razón así : « Ese cuadro glorifica la acción de los Blancos que liberan a los Negros. Como si fuera idea de ellos, como si los Negros no hubieran hecho nada. Como si los rebeldes no hubieran existido.» Esa es la mirada blanca. 



Jean-Jacques Lequeu, Principe del fracaso

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04 de mayo de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)



Jean-Jacques Lequeu, Frontispicio del Nuevo Método aplicado a los principios elementales del dibujo, 1792, 28.6x23cm, BnF

Un poco tarde para escribir sobre la exposición de dibujos de Jean-Jacques Lequeu en el Petit Palais (terminó el 31 de marzo), pero su obra es tan fascinante que no pude decidir no escribir sobre él. Hay tres familias de dibujos : de arquitecturas, de sexos, y de autorretratos. Todos hechos con el mismo dominio técnico, la misma minuciosidad, la misma preocupación obsesiva por los detalles. Y todos conducen a un callejón sin salida.

Jean-Jacques Lequeu, Temple de la devination, qui forme le fond septentrional de l’Elysée, 51.7×36.4cm, Architecture civile, pl.63, BnF

Primero la arquitectura : Lequeu, simple dibujante, no tuvo nunca una misión de arquitecto y nunca construyó nada (aparte algunos elementos decorativos de un palacete). A pesar de la mezcla social de la Revolución y del Imperio, nunca logró situarse por encima de su condición de dibujante, por falta de aptitudes interpersonales y de ambición, probablemente. Sus arquitecturas son todas o prácticamente, ficciones, fantasias, quimeras, inspiradas en la Antigüedad griega, egipcia y a veces bíblica, en las cuales podemos detectar también influencias de la mazonería. Lequeu es un constructor estéril, onanista, obsesivo, que no deja de producir (en el papel) y no crea nada. Cada quien reconoce su habilidad, su método y redacta manuales sobre sobre la sombra y el volumen, pero su perfeccionismo no produce frutos sino en sueños. 

Jean-Jacques Lequeu, Edad para concebir, 17 x15.6cm, BnF

Sus dibujos de sexo son tan poco eróticos como sus arquitecturas son estériles, no generan ninguna pasión, no estimulan ninguna libido; no falta ni un pelo, pero estamos solo ante un dibujo anatómico hiper-preciso y no ante un objeto de deseo. Además, en sus descripciones y leyendas se obsesiona por la concepción y la virginidad. Sus penis son ornamentos de piedra, o sino órganos rara vez triunfadores y en general enfermos o deformes; demuestra un interés evidente por la ambigüedad, el hermafrodismo, la transgresión. Sabemos (según el inventario de sus bienes después de su muerte) que se vestía de mujer (en su armario había diez vestidos, veintisiete enaguas y un camisón de seda), pero su autorretrato en travesti no estaba en la exposición.

Jean-Jacques Lequeu, Y nosotras también seremos madres; pues …!,  An II(1793/94), 50×36.4cm, BnF

Cuando sus dibujos se alejan de la obsesión anatómica para mostrar un poco de acción, esta es bastante pobre : la monja que desnuda su seno (en el año II, después de la supresión de las órdenes monásticas) solamente proclama su deseo de maternidad, aunque la mantilla levantada se vuelva un falo en su mano. Prácticamente no muestra escenas de interacción entre los sexos : únicamente un detalle de la Guinguette, una pareja haciendo el amor en una hamaca, y casi ninguna escena de seducción, de libertinaje, de pareja enamorada. Su repertorio es más bien la sexualidad solitaria y auto centrada, como la Bacante auto sodomisándose con un aulós.  

Jean-Jacques Lequeu, Él tira la lengua, 34.5×23.4cm, BnF

En cuanto a sus (auto)retratos, estos componen un ejercicio psicótico grotesco que produce muy buen efecto : haciendo muecas, gritando, las facciones deformadas, las mímicas exageradas, Lequeu tiene una visión extraña de sí mismo. Sólo podemos pensar en su antecesor Messerschmidt, también maestro de la expresión, también al margen. Es en sus retratos en donde se encuentra la mayor dosis de vida y de expresión, a diferencia de sus arquitecturas más o menos eróticas (aquí abajo una sinagoga fálica) y de sus sexos minerales.

Jean-Jacques Lequeu, La Petite Synagogue, 51.6×35.4cm, Architecture civile pl.52, BnF

Pero Lequeu el arquitecto de papel, Lequeu el erotómano estéril, Lequeu el casi psicótico, Lequeu principe del fracaso, logró algo grande en su vida apagada : le dejó sus dibujos a la Biblioteca Nacional de Francia (BnF). Esa proeza lleva una dimensión trágica, una tristeza infinita en el hecho de dibujar (así de bien) toda su vida, pero de dejar todo para una incierta prosperidad futura. ¿Cuándo y cómo aceptó finalmente que no sería nada en su época? Más cerca del divino Marqués que de los surrealistas (a pesar de lo que diga el historiador del arte que también ve en sus dibujos el estilo clandestino de Duchamp), Lequeu sigue siendo un enigma, y toda nuestra fascinación procede de esa distancia entre vida y obra, entre esterilidad y creación. 

Muy buen catálogo, leer también el libro, basado sobretodo en la arquitectura, de Elisa Boeri (y eventualmente, el de Philippe Duboy, mencionado aquí, con muy buenas ilustraciones, en inglés). 

Dos libros sobre Leonardo da Vinci

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06 de junio de 2019, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)


Alessandro Vezzosi, Leonardo da Vinci, Toda la obra pictórica, una mirada nueva

Este año aniversario de los 500 años de la muerte de Leonardo da Vinci (supuestamente en los brazos de Francisco I), y mientras llega la gran exposición del otoño, se han editado o reeditado numerosos libros sobre el artista. Me interesaron en particular dos de ellos. La traducción, éditions de la Martinière, del libro de Alessandro Vezzosi (publicado el año pasado por Giunti) es hermoso, con muy buenas ilustraciones, con bastantes detalles. Es uno de los grandes expertos de Leonardo, y está dedicado exclusivamente a las veinte pinturas atribuidas de forma más o menos segura al artista. Entonces, una buena parte del libro está consagrada a las controversias sobre las atribuciones, muy a menudo con gran habilidad y algunas veces con cierta acritud (por ejemplo el «experto autoproclamado, muchas veces objeto del cuidado de la fiscalía» del que se habla pág 53). Es un libro que está lo más cerca posible de la pintura y de la historia. La presentación de cada cuadro empieza por un detalle, para que enfoquemos la mirada sobre un aspecto a veces desatendido y casi siempre revelador, del cuadro. Se habla bastante de técnica, de radiografías y de huellas digitales, pero también de emoción, de sonrisa y de tristeza. Como lo indica el subtítulo, el objetivo es aportar una mirada nueva sobre el pintor, aunque ello no tenga nada de revolucionario. Lamentamos simplemente un propósito algo inconexo (sobre Isabelle del Este) y algunas ilustraciones de obras de otros artistas que citan en el texto y que faltan. 

Daniel Arasse, Leonard da Vinci

El libro de Daniel Arrase de 1997, y que Hazan ha reeditado en una colección compacta, está en las antípodas : es una edición muy práctica que carece de las ilustraciones de gran calidad (me parece que es igual con la otra edición). Pero es ante todo un libro sobre todo Leonardo, Arasse piensa no sin razón que no se puede analizar la pintura sin tener en cuenta también al dibujante, al escritor, al ingeniero, al arquitecto y al hombre de las «artes cortesanas». Es también un retrato, completo (su biografía) e implícito (sus escritos y sus obras) del artista total, creador, filósofo, cortesano, en cuya obra cada elemento se estructura con los demás y contribuye formando una construcción compleja, a veces extraña, y siempre magníficamente creativa. Es especialmente revelador el ir y venir entre cuadros y manuscritos. Y Arasse no se contenta con ser erudito, es maravillosamente sensible : aunque no sin razón podamos estar hastiados de las numerosa exegesis sobre la Gioconda, sus páginas sobre las manos de Mona Lisa, por ejemplo, son un encanto, una sinfonía sobre lo cercano y lo lejano, la moderación y la elegancia. Ahí, encontramos verdaderamente un mirada nueva sobre un hombre y su época : un bastardo autodidacta, sin duda homosexual, que se convierte en uno de los más grandes y reputados sabios de su época, al influenciar reyes, principes y artistas, y sobre todo al mantener una coherencia subyacente entre todas sus empresas. Se sale de esas 450 páginas con una sensación de plenitud : uno de los grades talentos de Daniel Arasse es que después de haber leído cualquiera de sus libros uno se siente más inteligente. 


Libros recibidos en servicio de prensa.

« El desnudo orientalizante», de Colette Juilliard, una crítica por Malika Dorbani

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07 de junio de 2019, por Lunettes Rouges


(artículo original en francés, aquí)


Eugène Delacroix, Femmes d’Alger dans leur appartement, 1834, Louvre

Leí con cierta estupefacción el libro «Le nu orientalisant de Delacroix à Picasso : La sultane chante les blues» (El desnudo orientalizante de Delacroix a Picasso: La sultana canta blues) de Colette Juilliard (y especialmente su ataque contra Edward Saïd), y le pedí a Malika Dorbani ex Conservadora del Museo de Bellas Artes de Argel y autora de «Femmes d’Alger dans leur appartement, d’Eugène Delacroix» (Mujeres de Argel en su apartamento, de Eugenio Delacroix) éditions du Louvre, mucho más competente que yo sobre el tema, que escribiera una crítica que les presento. El libro de la señora Juilliard tiene, curiosamente, como ilustración de portada, El Sueño de Courbet, un cuadro que sin duda ejemplifica, según la autora el «desnudo orientalizante».

Gustave Courbet, Le Sommeil, 1866, Petit Palais

El editor anuncia que el objetivo de la colección «El cuerpo en cuestión» de Harmattan, es estudiar el tema del cuerpo sin limite de tiempo, de espacio y de problemática, privilegiando temas originales y raros, épocas inexploradas y autores sin experiencia en la cuestión. Sin embargo, el libro aprueba su epígrafe a través de una antología y unas críticas sesgadas aunque eruditas, sin tomar distancia con el cuerpo femenino, y que van de Denis Diderot a Jean Clair. Si se tienen en cuenta expresiones tales como «bienpensantes», «desflorar» o «pídola», las conclusiones precipitadas y la invitación a atenerse a Google para admirar las reproducciones de las obras mencionadas en el libro, se queda uno algo desconcertado. 

Del siglo XVIII, la autora solo recuerda la tendencia libertina, y por consiguiente lo acusa de haber «desflorado» el cuerpo, algo que parece más bien expedito. Su atribución de los desnudos femeninos de Botticelli y de Giorgione al Academicismo es anacrónico, la Academia nació después de sus muertes, y mucho después de la de Tiziano, quien sigue tratando el desnudo naturalista, alegórico y mitológico como concepto y como parangón de la belleza formal heredada de los griegos y de los romanos. 

Ese tipo de desnudo perduró en el siglo XVIII. Es verdad que Diderot se negaba a que se le añadiera sentimiento, pero deducir que él consideraba la pérdida de la virginidad como estrictamente corporal, es ir un poco rápido. No temería más bien extraviarse en calidad de portador de gracia, virtud y verdad inherentes al arte clásico y pronto neoclásico, y en calidad de fuente de placer estético, como de Poussin a Ingres, en beneficio del deseo y de la tentación que otro concepto de desnudo podía despertar. 

Que el libertino siglo XVIII preparó él solo la sensibilidad francesa para que asimilara el regreso de la Expedición de Egipto, es decir el entusiasmo por lo oriental, y todo, es reducido, sin rodeos, a la odalisca. Si entendemos bien, ¿es este emblema, esta fuerza corporal y sensual la que derrotó el alma francesa? ¿Cómo podía el Oriente declinante y llamado entonces «Hombre enfermo», mantenerse tan fuerte frente al auge de los imperios europeos? Una mirada más aguda hubiera visto que el Orientalismo no era entonces una influencia ni siquiera moral, del oriente, sino la representación de su derrota, y que cuando ya no fue una búsqueda individual y romántica de un nuevo ideal, se convirtió en agente doble. En Francia, por ejemplo, sirvió para obstaculizar las corrientes artísticas no académicas de la segunda mitad del siglo XIX y, después, para hacer el inventario, por medio de becas y de instituciones, de los elementos naturales, humanos y culturales de las colonias, supuestamente, para salvaguardar y enriquecer el patrimonio del Imperio.  

La fábula empieza cuando el desnudo no es visto como un arte de repertorio del que se extraen, desde la tierra madre de la prehistoria, los modelos necesarios para la invención, la ruptura y la evolución de las formas. Cuando olvidamos que sigue, Orientalismo o no, envolviéndose o cubriéndose según los gustos, la moral y los convencionalismos. 

La odalisca designaba, en su contexto original, a la doncella, esclava, sirvienta, o cautiva, en efecto ni desnuda ni acostada, ni lasciva, ni impasible, ni encerrada, ni «hinchada con lokum» como estipula el libro, sino al servicio de un harem que no era otra cosa que una reunión de esposas y de concubinas. 

Al hacer de la odalisca concepto y emblema de un Oriente influyente y de una Francia moralmente frágil, al datar el Orientalismo en 1810, el libro da la impresión, por consiguiente, de que ignora su historiografía y a los humanistas del siglo XVI, en época de Francisco I, las curiosidades del XVII, en época de Luis XIV y de Colbert, a los enciclopedistas del siglo XVIII y las Mil y una noches de Antoine Galland, además del Romanticismo de la primera mitad del siglo XIX. Al otorgarle su «demolición» a Edward Saïd, la autora aparta de la historia a los artistas modernos como los de la Escuela de Argel y a los artistas contemporáneos, especialmente a los árabes. 

Las palabras Oriente, Islam, Corán y Arabia son utilizadas en este libro como sinónimos sin matiz. Que el Orientalismo profanó sus sanos interiores sin haber entrado y desnudó a sus mujeres sin haberlas visto. Si no hizo sino imaginarlas, ¿podremos enjuiciar su imaginario e ignorar el desfase objetivo entre lo real y el diálogo de taller entre el artista y sus modelos? Que su sacrilegio fue aún mayor considerando que el arte les era desconocido e incluso prohibido, y porque los árabes y los musulmanes no se reconocen en ello a posteriori. Los pintores de miniaturas turcos y persas, los adornistas marroquíes y aquellos que ellos inspiraron, como Delacroix, Moreau o Matisse, y que el autor cita, deben estar retorciéndose en sus tumbas. 

Al hacer del desnudo y del masculino que lo desea y lo amenaza, el único tema y el único ángulo de análisis de la Matanza de Quíos, este libro olvida la abstracción que Delacroix hace del detalle anecdótico y de su parcialidad en favor de la causa de un pueblo que lucha por su libertad. Los cuerpos, parte de un todo, contribuyen a transcender la actualidad en nombre de la idea. El objetivo del pintor era únicamente pictórico y estructural, y no un asunto de moral del cual hubiera sido cómplice o enemigo. Delacroix ni encerró ni «desencerró» a la mujer. Cuando libera su cuerpo, es del dibujo y del contorno tan apreciados por David e Ingres, es con la pincelada, el color y la luz. Si él analiza la realidad y solamente toma detalles es para sintetizarla en un todo homogéneo y no para contarla, a propósito de lo cual Baudelaire no se equivocó al llamarlo Modernidad. 

En este libro, Oriente, harem, cautividad, muerte, son confundidos y reducidos también al desnudo como ilustración, sentidos, representación y destino de la mujer en Islam. Aunque en la época el tema de la mujer era sumamente romántico y moral, pensar que Chassériau fue más sensible a su condición, es achacarle demasiado compromiso. 

Si a algunos pintores les gustó tanto el Oriente y se inspiraron en él, es, evidentemente y ante todo por su luz, su color, su diferencia, por la ilusión que daba de extraerse del tiempo y la nostalgia consecutiva. La sensualidad, la lascivia, el deseo, el exotismo, el encierro, la tiranía, no son propios del Oriente. La vergüenza de Adán y Eva, la no figuración, lo prohibido, tampoco son monopolio del Islam. 

Que el realismo de Courbet y el modernismo de Manet eran falsos e hipócritas, de tanto que disimulaban su tendencia orientalista traicionada por los accesorios retóricos. Africa no tiene casi nada que ver con Las señoritas de Avignon. Si el orientalismo de Matisse es más franco, es sobretodo por haber entendido e incorporado una dimensión más profunda que lo visible; da la impresión que la esencia de la visión de Pierre Schneider pasó desapercibida. 

Es verdad que Gérôme rompió con el clasicismo y las búsquedas de orden estético. Él mismo reconocía la dificultad para quedarse de mármol ante los desnudos eróticos y sensuales, pero ¿no será el uso de la fotografía como documento el que, quizás, haya permitido la ambigüedad? También es verdad que muchos artistas se sirvieron de la odalisca desnuda como de un pretexto para los fantasmas y el voyerismo, y como medio para alcanzar la celebridad; pero cuando el tiempo haya despejado la fábula y los esquemas, quizás veamos el ideal oriental de la misma manera que vemos el ideal que le dio vida al Renacimiento, al Clasicismo, al Barroco, al Neoclasicismo, al Modernismo y a la  Contemporaneidad, quizás, los «bien-pensantes» fustigados en este libro dejen de azotarlo con la censura y la prohibición con efecto retardado. 

Malika Dorbani
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